La lycoris que nació esa tarde de diciembre

TELARAÑA

—Damián me… ¿se iba a deshacer de mi…?

 

Sacudió su cabeza ante idea tan bizarra y aterradora. No entendía como era posible que en su vida original no pasara nada de lo que estaba ocurriendo, incluso había situaciones que no tienen razón de ser.

Si, había cambiado el futuro desde junio, pero se suponía que lo sucedido antes de junio debería permanecer intacto, era como la zona guardada de un juego, nada podría alterarlo, pero sucedió.

 

—Alessia… ¿Qué sucedió en ese “accidente”?

Su voz se volvió seca y molesta, no quería siquiera imaginarse lo que había estado presintiendo desde hace mucho.

—Yo regresé de viaje esa noche así que iba visitar a Damián a su casa, dejé mi auto afuera y entré a la propiedad. Vi a los guardias subir algo al auto y luego vi a Damián salir rápido de la casa y subió al auto. Me acerqué antes de que arrancara…

Sus manos seguían temblando y no era capaz de mirar a la cara a su hermana y, al final, continuó:

—Estabas en el asiento trasero llena de sangre, tu ropa estaba desgarrada y tu pulso estaba muy bajo. Le dije a Damián que no se deshiciera de ti… Que podríamos decir que fue un accidente de tránsito. Damián aceptó porque dijo que me amaba y no quería verme sufrir…Así que te dejamos en la carretera y uno de los guardias llamó a emergencias. Damián se encargó de que fueras al mejor hospital y corrió con todos los gastos… Fue una atención de primera…

—C-cállate…

Con un hilo de voz, levantando su mano temblorosa para que parara. Empuñó sus manos antes de cubrir sus oídos. No quería oír más de esa historia, no quería saber de un pasado tan distorsionado y aterrador.

 

—¿Estas tratando de decirme que debo estar agradecida…? ¿Con quién…? ¿Contigo por llegar a tiempo o a él por pagar el hospital?

Su ira se transformó en dolor, no entendía como recuerdos que no existían se fueron creando en su cabeza hasta el punto de torturarla.

Recordaba sus propios gritos, la desesperación por que ese sujeto la soltara, los golpes que mancharon de sangre a la sábana verde que había ese día en la cama.

Cada parte de su cuerpo le dolía, era como si su cuerpo se resintiera contra ella y le obligara a recordar lo sucedido, ese dolor interno que sintió cuando la estaban desgarrando. Como deseaba estar muerta segundo tras segundo.

Todo era una mierda.

—Ese maldito me violó porque no quise acostarme con él, porque me negué a sus órdenes… Ese sujetó me asesinó… ¿Y quieres que le agradezca…?

—Sonia… No… No quería hacerte daño… Solo perdió el control… Escúchame…

—¿Qué te escuche…? No seas una mierda.

—Damián está arrepentido, él está yendo a terapia y es una persona muy dulce. Si…Si lo vieras, te darías cuenta de que no es malo.

—Es que no quiero verlo… Eres una cínica, ambos son una mierda. Él sigue su vida con tranquilidad… ¿Y yo…? Si no hubiera sobrevivido… ¿estarías camino al altar? ¿Hubieras sido feliz con el asesino de tu hermana?

—¡Él no es…! No es un asesino, no estas muertas. Yo realmente lo amo… Todos cometemos errores… ¿Tú no has cometido errores?

 

No entendía como podía seguir escuchando eso, no entendía como podía contener las lágrimas y los gritos de dolor que tenía atragantado en su garganta.

Entreabrió su boca y las palabras que tanto quería gritarle, se las calló. No era cobardía, era un dolor profundo que la estaba quemando.

 

—Tienes razón… Todos cometemos errores.

Murmuró muy bajo antes de tomar la taza entre sus manos y bebió un poco de su café frío antes de respirar hondo.

—Y mi peor error fue querer salvarte… No te lo mereces.

 

Sentía su cuerpo tan débil que no sabía de donde sacó fuerzas para reincorporarse y puso su maleta en la espalda antes de tomar la taza y lo que quedaba del café, se lo tiró en la cara.

No fue capaz de levantar la mirada hacia los demás y solo avanzó unos pasos antes de girarse hacia ella.

 

—Sigo respirando, pero ese día Damián y tú me asesinaron.

 

Asintió ligeramente, convenciéndose a si misma de lo que estaba diciendo y se fue. No necesitaba quedarse allí, escuchando los gritos de su hermana que pedían que se quedara. Su corazón dolía lo suficiente como para sentir que en cualquier momento le daría otro infarto, ojalá ocurriera y no tuviera que aguantar ese dolor y esa carga.

 

Su cabeza daba vueltas. Sentía su rostro caliente y ni siquiera podía distinguir rostro alguno, era como un ligero mareo que apenas y le dejaba caminar recto. Sus pasos fueron mas pausados, por momento sentía que daba pasos en falsos.

Pasó sus manos por su rostro, frotándose estas con desesperación. No quería llorar, no lo necesitaba, pero era tan difícil que solo terminó sentándose en una banca en algún lugar lejos de donde había dejado a esa mujer.

Cruzó sus piernas y las subió al asiento dejando la maleta sobre sus piernas y dejó caer su torso sobre este. No quería que nadie le viera, debía estar muy patética a ciencia cierta, pero dolía tanto.

 

Sus pensamientos fueron interrumpidos al sentir algunas cosas caer sobre sus brazos y su espalda. Se reincorporó y vio el suelo lleno de flores moradas.

 

«Jacarandá…»

 

Recordó el nombre de su árbol favorito. Ni siquiera recordaba que lo hubiera visto al volver a clases, pero era cierto que el color de las flores de ese árbol hacia que su alma se sanara poco a poco.

Extendió su mano intentando alcanzar la copa de este y terminó atrapando un par de flores que sostuvo con cuidado entre sus manos y sonrió un poco. Así debía sentirse en paz.

Era la misma sensación que tuvo en aquel sueño, era la misma sensación de tranquilidad que fue interrumpida cuando cayó en ese hueco.

 

—…no es la primera vez que estás aquí, debes recordarlo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.