La lycoris que nació esa tarde de diciembre

LA ÚLTIMA VEZ

¿Qué tan ingenua debía ser para caer nuevamente en una trampa tan estúpida? ¿Acaso no había aprendido absolutamente nada en sus últimas veintinueve vidas? Maldición. Ella solo debía llegar a su “final feliz” y seguir con su vida como quisiera hasta donde quisiera. Era frustrante llegar a este punto… Otra vez.

 

Su cuerpo dolía y apenas podía abrir sus ojos. Los quejidos fueron testigo de lo maltrecho que estaba su cuerpo y quien sabe la forma en que había llegado allí. Giró su cabeza de un lado a otro buscando reconocer ese lugar, pero su vista estaba borrosa y lo único que podía distinguir era que estaba muy oscuro.

Se giró e intentó levantarse, pero su cuerpo cayó nuevamente al suelo. Sus manos estaban atadas con fuerza con cinta de embalaje, el solo intentar zafarse le lograba arrancar vellos del brazos. Eran capa tras capas de cinta que la inmovilizaban, el mismo trabajo estaba en sus pies y a la altura de sus rodillas, aquello le forzaba a tener sus piernas estiradas y dolía, aunque no tanto como dolía su cabeza y su rostro. Entonces, lo recordó.

El golpe que recibió le había dejado una herida abierta en la frente, sus manos tantearon su rostro y notó que la sangre estaba pegajosa, probablemente llevaba horas intentando secarse. El frío de esa amplia habitación podría ser por el clima o porque llevaba horas perdiendo sangre, había una gran cantidad de ese líquido en el suelo, pero no como para morirse desangrada. No estaba segura si era un alivio o una tortura.

 

A esa altura ya no le importaba su destino, solo deseaba saber si Alessia estaba bien. De alguna manera quien la golpeó tuvo acceso al teléfono de Alessia. Después de tanto, haber fracaso solo la hacía enfurecer.

Intentó nuevamente reincorporarse, al menos para poder arrastrarse por la habitación. Viéndolo desde una nueva perspectiva, pudo notar que el lugar parecía un taller mecánico, había piezas de autos o motocicletas esparcidas por allí. Su sentido del olfato no estaba del todo bien pero apenas podía distinguir un olor a aceite quemado o gasolina, no estaba del todo segura.

Con sus uñas intentó cortar la cinta de embalaje de sus rodillas, intentó separar sus piernas lo más que podía, pero terminaba siendo muy doloroso. Con sus dientes intentó cortar la cinta que tenía en las manos, pero solo se resbalaban por su propia saliva.

Ni siquiera sabía si lograría salir de esa situación, pero sería muy estúpida al no intentarlo.

 

Consiguió llegar hasta uno de los extremos donde estaban las partes de los autos y con el metal de estos a cortar la cinta, frotaba sus manos con tanta desesperación que incluso los cortes que se provocó en el trayecto ni dolían. Cuando sus manos estuvieron libres rebuscó algo con punta para poder hacerle huecos a la cinta, con el filo que tenía esa cosa que ni pudo identificar fue cortando poco a poco hasta liberar sus rodillas e hizo lo mismo con sus pies.

En todo ese tiempo no escucho ningún ruido del exterior, saber que aún estaba a salvo la hizo sentir ansiosa pero no podía dar ningún paso en falso. Aunque sus manos temblaban, tenía que contenerse. Se puso de pie y caminó lentamente hacia la puerta, la única que había en todo el lugar y tanteó para saber el tipo de cerradura que tenía. No había chapas, solo un hueco para la llave, ni siquiera tenía espacio para meter algo entre la puerta y la pared. El frío metal de la puerta provocaría un escándalo al golpearlo, no estaba segura si detrás de esa puerta abría alguien esperando para atacarla. Todo parecía extremadamente fácil que aterraba.

 

Retrocedió un par de pasos, tenía otra oportunidad. La fuente de luz de ese lugar eran un par de ventanas altas, tal vez a dos metros del suelo y no había mesas o algo en lo que pudiera subirse. Y eso no era improvisado. Era evidente que ese lugar estaba preparado para recibirla. No buscaba matarla asfixiándola dado que el vidrio estaba ligeramente inclinado, lo suficiente como para que el aire entrara. Estaba en algún tipo de sótano o piso semienterrado, podía ver arbustos y mala hierba por la ventana.

 

Se giró apenas hacia la puerta, no había ruido alguno cerca. Podía romper el vidrio, pero podría llamar la atención de la persona equivocada.

 

Frotó sus brazos contra su ropa y se paseó por el lugar hasta llegar a la mitad de aquel espacio, frente a la puerta. Se sentó e intentó tocar la herida en su frente, parecía una hueco que pasaba por una de sus cejas, tanteó por el resto de su rostro y tenía una herida en la nariz y en la boca, nada de gravedad si se comparaba con todo lo demás. Su cansancio le forzaba a cerrar sus ojos, apenas y podía mantenerse consciente, tal vez era porque la herida había vuelto a sangrar.

 

Un golpe pesado, como de un metal golpeando el suelo hizo levantarse rápidamente y alejarse de la puerta para buscar algo con que defenderse. Rebuscó entre los repuestos de autos, pero nada servía, tomó el manillar de una motocicleta y se quedó a pocos pasos de la puerta. Escuchó a puerta abrirse y se abalanzó sin dudarlo sobre esa figura.

Lo golpeó con fuerza en repetidas ocasiones en el rostro, pero aquel sujeto tenía más fuerza y logró resistir los golpes. La tomó de la cintura y la tiro contra el marco de la puerta. El golpe le quitó el aliento y la dejó en el suelo sin poder moverse, soltó la única arma que tenía contra ese hombre. Ese sujeto la tomó de las piernas y la arrastró con fuerza al interior de la habitación, antes de que la puerta se cerrara alcanzó a ver una escalera que era iluminada por la luz del exterior, entonces realmente tenía razón. Ese lugar era como un sótano.

 

Intentó componerse de ese dolor, pero apenas y podía mover su cuerpo, era como si ese dolor la hubiera paralizado y apenas le permitiera respirar. Pero le bastó unos segundos para reconocer ese asqueroso rostro una vez más, como la locura parecía desfigurar el rostro de Armando.




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