La lycoris que nació esa tarde de diciembre

Ella se llama Noelle.

Los recuerdos de un mar de sangre invadieron mi cabeza. Aunque se sentía un gran vacío entre lo que recordaba y el despertar, como si todo se volviera en blanco luego de morir. La forma en que suplicaba por mi vida ante el emperador antes de desfallecer, rogándole por un bebé que aún no existía, pero poco le importó hizo que el amor que había en mi empezara a marchitarse como una flor que dejaba de ser regada por su dueño. Al despertar, solo había amargura en mi rostro aun cuando se suponía que debía estar emocionada por mi cumpleaños. Después de todo, nada de lo que ahora recordaba había sucedido, pero no dejaba de doler como si me hubieran arrancado el corazón del pecho y lo hubieran estrujado hasta destruirlo.

Ahora me sentía como una estúpida al ver lo ingenua que alguna vez fui. Estaba segura de que eso no era un sueño.

Sabía que la sirvienta enviada por mi hermano mayor dejaría caer la tetera “accidentalmente” sobre mi vestido nuevo. Me quedé en la cama observando como las cosas ocurrían como debían ocurrir. Incluso pude percatarme de la sonrisa de aquella sirvienta al ver como el vestido rojo que habían confeccionado con telas del extranjero quedó arruinado por la leche y la miel.

No había duda alguna, de alguna manera había regresado al momento perfecto para evitar mi matrimonio con Kadmiel. Mi verdugo y mi gran amor.

Si debía arruinar los planes del duque, quien se proclamaba como mi padre, y su hijo; definitivamente lo haría.

La antigua Noelle hubiera llorado sin consuelo y se hubiera encerrado en su habitación, resignada a usar uno de los vestidos viejos que estaba acostumbrada a usar. La nuevo yo, atacaría silenciosamente.

Aunque no era tan fácil como lo pensaba, después de todo era la hija ilegítima que nadie quisiera tener como familia. No tenía la pureza de la nobleza para poder casarme con cualquiera. Necesitaba el poder político de alguien.

Decidí prepararme para salir. Normalmente pediría permiso, pero ya que era evidente que el duque y su hijo estarían fuera de casa a propósito decidí tomar dinero de la caja fuerte, no es como si algo como eso fuera secreto para mí, es más, nunca pensaron que la recogida pudiera robar.

No tenía sirvientas de mi lado, todas estaban encantadas por la belleza repugnante de mi hermano y el heredero del ducado, él era una copia exacta de su padre. Yo solo había heredado sus ojos violetas con el cabello oscuro de mi madre.

Me presente ante el cochero y le pedí que me llevara al ciudad, obviamente él se negó porque debía pedir permiso para salir. El primer paso fue sobornarlo, se suponía que debía ser un paseo corto y por dinero, cualquiera se vendía, sobre todo un hombre como él.

Conocía las debilidades de todos los empleados, conforme pasaban los años me iba dando cuenta de la rata que era el duque, era increíble que alguna lo defendiera. Me provocaba nauseas y dolor en el estómago. Llevar mis manos allí me recordaba al bebé que nunca pude tener entre mis brazos.

«Lo siento bebé, pero no puedo tenerte»

Mi decisión era firme e irrevocable. No volvería a sufrir por algo así, ni siquiera sabía si quería ser madre cuando ni siquiera pude defender una vida.

La voz del cochero me volvió a mi nueva realidad, bajé del carruaje y le pedí que me esperara. Normalmente todos se estacionaban en el centro de la ciudad porque las calles no eran lo suficientemente anchas y solo estaban destinadas para uso de la familia imperial.

Sacudí el vestido y me dirigí a una de las tiendas de la ciudad, la antigua yo nunca había ido a una de esas tiendas. Incluso mi pedido fue descabellado, necesitaba un vestido para esa misma tarde y no tendrían tiempo de confeccionar uno. Decidí comprar uno que no estaba destinado para mí, pague un precio exorbitante por esa prenda, pero al menos podría presentarme de manera decente para el invitado de la cena de esa noche.

Antes de que la tarde cayera, estaba de regreso en la casa. Seguramente todos los sirvientes estarían tratando de darle alguna explicación al duque. Sería gracioso si el duque perdiera la cabeza del coraje que le había provocado.

Era increíble como había pasado de desear migajas de un cariño a sentir odio por él. Sonreí al imaginarme que muriera en ese instante por la cólera.

Ni siquiera yo era capaz de reconocer.

«Soy el monstruo que ellos crearon»

«Quiero ser un monstruo como ellos»

Ese día era mi cumpleaños, pero no se sentía como tal.

Si dios realmente se hubiera apiadado de mi alma no me hubiera hecho volver a un pasado donde no tenía opciones, me hubiera permitido reencarnar y ser feliz.

Había pensado todo deliberadamente que al momento de enfrentarme a la realidad solo me di un fuerte golpe del que apenas me podría mantener de pie. Nada es tan fácil como escapar. Incluso seguía sintiendo amor por mi verdugo, y el Kadmiel actual aun me quería. O eso quería creer.

Me preguntaba… Si después de mi muerte Izaro lo habrá hecho feliz.

Me sentía tonta por pensar en algo como eso, solo llevé la caja del vestido conmigo cuando llegamos a casa. Quería llorar, recordar lo bien que se veían ellos me daba celos, mi pecho dolía demasiado. En ese tiempo, sentía celos de ella aun cuando Izaro realmente intentó ayudarme. Ella no tenía la culpa, oponerse al emperador era sinónimo de muerte y solo quiso sobrevivir. Recordé sus palabras y la piedra que me había dado… Ella era una descendiente divina de dios, seguramente ella me trajo de vuelta.

Corrí a mi habitación y me encerré. Era estúpido pensar en cosas así.

Dejé el vestido sobre la cama y me metí al baño para tomar una larga ducha. Quería que todas emociones se las llevara el agua al igual que todo dolor que sintiera mi corazón.

Si debía cambiar mi destino debía conseguir que él no dejara de amarme, que creyera en mí y no me despreciara, como si le estuviera rogando amor a quien nunca lo sintió. Ni siquiera le tembló la mano en deshacerse de nosotros. Ahora que lo pensaba, la casa estaba demasiado silenciosa. No había gritos del duque o su hijo aun cuando les robé o había salido sin permiso.




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