La Maestra Del Amor

Temperaturas gélidas

Un lunes, un año después, cuando desperté de madrugada una fría mañana de invierno, estaba solo en la cama.

Su lado estaba tendido, la almohada sin tocar. Su perfume en la mesilla no estaba. Se me apretó el corazón cuando noté que en su lugar había una nota.

-“Buenos días mi amor. Perdóname por marcharme. He estado pensado en todo y es mejor que dejemos las cosas hasta aquí. Te amo y no sabes cuánto.

Me encanta cada momento que paso a tu lado. Contigo puedo ser yo misma. Me haces reír mucho y eso me gusta de ti. Haces que mi vida tenga color, luz y alegría.

No sabes lo mucho que extrañe estar lejos de ti. No tienes idea de cuántas noches pasé llorando por no tenerte a mi lado.

Cuando estoy contigo, cuando estamos en ese momento tan bonito, me llegan los recuerdos de tus errores, esos errores que me hicieron tanto daño y que todavía lo siguen haciendo. La verdad no puedo seguir así, nunca podré olvidar eso.

Si pienso con el corazón me dice que siga a tu lado, pero la razón me dice que me marche. Si tanto me quieres, si tanto me amas, espero que me comprendas y no me busques.

Te amo, jamás olvides que esto que siento es lo más puro y verdadero que he conocido y jamás conoceré.

Hoy no es un hasta pronto, hoy es un ‘gracias’ y un adiós.”

Sentía que mi corazón se rompía por pedacitos, vi el mundo oscurecerse, enfriarse, vaciarse. Era capaz de escuchar como la aguja del reloj marcaba cada segundo.

Para colmo, como si fuera un niño al que le quitan su biberón, rompí en llanto. Sentía dolor en mi pecho, ardor. Escozor. Me sentía vacío.

Lloré y lloré. De enojo y rabia, de perdón, de frustración, de angustia y dolor, de amor. Dicen que los hombres no deben llorar, pero en cuestiones del amor, hasta el más valiente se derrumba.

Así estaba yo. Había vuelto a estar con mi maestra del amor, con la única persona que amaba. La que me había ilusionado con una vida juntos y con una familia.

La culpa no era de ella. Cuando la tuve a mi lado nunca aproveché la oportunidad, ni la valoré. Le hice daño y debía entenderlo.

Tenía que dejarla ir. Yo había tenido mi oportunidad y la dejé pasar. No puedo obligarla a perdonarme, pero yo ya me perdoné a mí mismo.

La amo y sé que me ama. Siempre será así.

Otra vez estaba solo. Así pasó el  tiempo, ahora los días se me hacían eternos, el sol nunca salía, no había colores, ni la comida tenía sabor.




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