La magia oscura de Erelvus

Capítulo 1: La mina Kolver y la sacerdotisa de Nasha

Al sur del reino de Tamotria se levantan las montañas Meger que siguen la línea de este a oeste de la costa y sirven de escudo a los grandes bosques de las tierras del sur. Hace muchos años se levantaban en sus laderas varias fortalezas de poderosos caudillos que sólo viajaban a las zonas bajas para atacar y saquear a las tribus más pacíficas. Hace menos años las minas de la región abastecían de distintos metales que recorrían las líneas de comercio a lo largo de la zona que ahora es parte del reino.

 

A mil quienientos pasos de altura al lado de un bosquecillo se encontraba un grupo heterogéneo de personajes formando un círculo mientras hablaban entre ellos. Uno iba a caballo y vestía ropajes de colores vivos como era menester para un noble. A su lado estaba un hombre con una librea atento a las órdenes de su amo. Delante de ellos una joven vestida de blanco con una lanza en la mano era una sacerdotisa de Nasha, preparada para el combate. A su lado un joven con un justillo de cuero sobre una especie de túnica corta oscura gesticula con los brazos al hablar.

 

—Hay más o menos cuatro esqueletos que salen de forma alterna de la mina —dijo—. Esperaremos a que estén todos fuera y entonces atacaremos de uno en uno —terminó dando por supuesto que el resto estarían de acuerdo con su plan.

—Yo no tengo nada que ver con esto —comentó el hombre a caballo—, sólo he venido aquí para guiaros y para ver si conseguís limpiar la mina.

 

Los dos jóvenes miraron hacia él con hostilidad mientras su sirviente bajaba la mirada avergonzado por la actitud de su señor. Estaban allí por la extraña infestación de esqueletos que había sufrido su mina y no iba a mover un dedo para ayudarles. Iba a sentarse sobre el mantel que pondría su sirviente en el suelo y esperar el tiempo oportuno hasta que volvieran o se aburriera. El que fuera el propietario de la mina abandonada desde hacía muchos años y quisiera deshacerse de ella no quería decir que actuara de forma activa para ayudar.

 

El joven se volvió hacia la sacerdotisa entendiendo que estaban solos en el próximo combate.

 

—Si nos organizamos no deberíamos tener problema entre los tres —dijo.

—¿Tres? —preguntó ella a la que no le salían las cuentas.

—Tú, yo, y el esqueleto que invocaré —respondió como si fuera algo obvio.

 

Ella cambió la pierna de apoyo incómoda con lo que le estaba planteando. Era una sacerdotisa de Nasha la diosa de la muerte y no podía dar por bueno la invocación nigromántica. Sabía que Belgor era un nigromante que había superado hacía unas lunas la Academia de magia y se suponía que era "de los buenos", pero no podía dejar de lado que eran un grupo de esqueletos los que habían invadido la mina. Los nigromantes habían sido enemigos habituales en el territorio que comprende el Reino de Tamoria y no acababa de fiarse de ellos por muy buena predisposición que tuviera el tal Belgor.

 

—Entiendo que no te fíes de mi --continuó Belgor notando su incomodidad—, pero yo esto lo hago por oro, o más bien por el oro que vale la mina.

—Y yo solo estoy aquí por orden de la gran sacerdotisa Ospia —replicó ella.

—Bien —siguió él cambiando de tema—; si los esqueletos entran y salen de la mina sin llevar nada es que tienen allí su fuente de magia.

—¿A qué te refieres? —preguntó ella mientras el noble y el sirviente seguían la conversación de espectadores.

—A que algo o álguien los está llenando de magia, sea un túmulo antiguo, un nigromante o cualquier fuente de magia que se te ocurra.

—Quizás podamos pedir refuerzos —intervino el sirviente.

—Si atacamos los esqueletos de uno en uno no deberíamos tener problema —concluyó Belgor.

 

Viendo que nadie tenía nada más que añadir se sacó la mochila que llevaba a la espalda y la puso en el suelo para empezar a vaciarla. Sacó un escudo de madera, un jubón de cuero, una espada y un casco que colocó de forma ordenada en el suelo.

 

—¿Para qué llevas otro jubón? —preguntó la sacerdotisa cuyo nombre era Galwa.

—No son para mi, sino para mi esqueleto —contentó Belgor como si fuera lo más normal del mundo.

 

En realidad no lo era. Los esqueletos invocados por los nigromantes solían llevar las mismas armas que tuvieran en vida o que conservaran en la mano, pero como había comprobado no existía ningún problema para darles nuevas armas o armaduras y además así eran más resistentes a los golpes y su magia se mantenía más tiempo.

 

Cuando tuvo todo preparado visualizó el hechizo y usó su magia para convocar un esqueleto. Nunca había sabido cómo explicar el funcionamiento de la magia, pero lo solía hacer comentando que cada hechizo era como un nudo muy complicado y que fallar a la hora de recordarlo con exactitud podía acabar en un gran desastre.

 

Galwa dio un paso atrás al ver el esqueleto, pero no mencionó nada. El caballo del noble Edros retrocedió asustado pero la rapidez de su sirviente para tomar las riendas lo tranquilizó lo suficiente para que no saliera huyendo. Concentrándose en el esqueleto le da órdenes para que se ponga las protecciones y tome la espada; desenvaina la suya y se fija en la sacerdotisa.




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