La magia oscura de Erelvus

Capítulo 2: El túmulo de las montañas

Para Belgor conseguir la mina había sido algo balsámico. Nunca en su vida había tenido nada, y ahora era propietario de la mina Kelvor. Claro que llevaba cerrada desde hacía cincuenta años así que ponerla a funcionar de nuevo iba a requerir un esfuerzo importante. Como tantas otras minas de las montañas Meger había sido abandonada porque la cantidad de mineral que se extraía era inferior a los costes de mantener la mina en funcionamiento. Pero Belgor contaba con su nigromancia para extraer el mineral, usando a un esqueleto que no iba a parar de picar mientras no se le acabara la magia.

 

Durante la primera luna estuvo cargando sacos de mineral para fundir en Geodia que estaba a dos días de distancia y tenía que contar con ir y volver. Cuando llegaba de vuelta a la mina ya tenía más que suficiente cantidad para ponerse de nuevo en marcha, así que pasó un buen tiempo viajando de manera continua. La curiosidad de la gente aumentó al ver que había reabrierto la mina, cosa que hacía mucha gracia a Belgor porque no sabía qué era lo que pensaba la gente que iba a hacer con ella. Cuando un antiguo fundidor que estaba trabajando de peón le ofreció construir un horno y fundir lingotes allí mismo no pudo negarse, puesto que el precio de un lingote superaba ampliamente el del mineral en bruto.

 

La construcción del horno fue dura, pero a partir de él empezaron a fundir lingotes y el beneficio aumentó lo suficiente para montar un pequeño campamento alrededor de la boca de la mina y comprar un caballo para cargar el peso durante el viaje. El reparto de tareas hizo que la cantidad de lingotes de cobre que salían de la mina llamaran aún más la atención de los dirigentes de Geodia y las preguntas y los rumores aumentaron hasta un punto en el que la verdad quedó enterrada por completo.

 

También aumentaron el número de esqueletos no-seres que poblaban las montañas. De esto no fue consciente Belgor hasta que uno de ellos les pegó un susto de muerte al estar merodeando la mina. En cuanto bajó a Geodia a vender los lingotes se acercó al templo de Nasha a preguntar qué era lo que estaba pasando. El templo es una construcción con forma de cubo que flanquea el paso al cementerio. En el Reino de Tamotria los cadáveres eran incinerados antes de ser echados a la tierra o metidos en una pequeña ánfora. Las familias con más historia solían tener su propio santuario para guardar a sus antepasados y el resto acudían al templo para honrar y deshacerse de las cenizas.

 

Aunque fue bien recibido no consiguió nada más que confirmar el aumento de no-seres en las montañas y la desaparición de varios montañeses; no era algo definitivo puesto que los tramperos podían utilizar rutas lejanas y tardar en volver, pero si empezaba a ser preocupante por el tiempo que pasaba sin noticias de ellos. Se acercó a la plaza mayor en la que estaba el gramio de cazadores y tramperos que compartían un edificio de piedra gris de dos alturas. Le pareció que los ojos de los tramperos se desorbitaban por la sorpresa de verle allí, pero se hizo el rubio y preguntó por alguno de los maestros.

 

Los dos gremios tenían gran influencia en Geodia porque las pieles eran un bien caro y se exportaba con facilidad. Nunca se detenía el mercado de pieles y eso ayudaba a que sustituyeran en poder al gremio de mineros, que en aquellos años sólo se dedicaba a organizar expediciones de bateadores a los diferentes arroyos de las montañas. No eran demasiado accesibles porque aunque la caza era todavía infinita las zonas a repartirse eran demasiado pequeñas para aceptar aprendices sin ningún límite. Por eso estaba limitado el número de aprendices a uno por maestro y debían trabajar en su misma zona hasta que quedara una libre por repartir.

 

Aparecieron tres maestros que ni se presentaron ni dijeron a cual de los gremios pertenecían, así que entre el silencio y la incomodidad de las gentes de la sala les habló del esqueleto que se había encontrado en su mina (además del suyo) y de que quería explorar las montañas para ver de dónde salían esta vez y si tenían que ver con el tal Adair sobre el que les habían prevenido. Cuando paró de hablar el silencio siguió inundándolo todo y uno de los maestros dijo que si alguien se ofrecía voluntario le dejarían ir, pero que no obligarían a nadie a hacerlo.

 

Uno de tramperos se acercó a ellos. Era tan joven como Belgor y tenía una melena de pelo rubio que le llegaba por los hombros, muy a la manera de los antiguos vakasianos. Se presentó como Davir y se ofreció a guiarle por las montañas ante la sorpresa del resto, que se movieron incómodos pero sin decir nada en contra. Se marcharon del gremio y acudieron a comprar provisiones tanto para su excursión a las montañas como para el fundidor de la mina Kelvor.

 

Belgor le alquiló un caballo a Davir para ir más rápido, al menos hasta la mina. Allí dejarían los caballos, el suyo y el alquilado, para seguir adelante sin necesidad de ir por el camino. Durante el recorrido hablaron un poco sobre la situación en las montañas y cómo se había ido abandonando todo según se agotaban las minas. Los caminos, los bosques, los puentes, todo se deterioró cuando los carros dejaron de bajar de las montañas llenos de lingotes de diferentes metales y la naturaleza volvió a ganar la partida cuando se interrumpió el pulso férreo del hombre. A caballo sólo les llevaba un día llegar a la mina al trote, así que los forzaron un poco para llegar antes de la noche teniendo en cuenta que iban a descansar después de esa jornada. Aunque Evus ya tenía listos varios lingotes para vender dejaron los caballos y durmieron bajo techo por última vez en unos días.




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