Preferí dejar lo de la visita a la señora Pratt para otro día e ir directo a casa. Tengo que esperar a Andrea. Me obligo a reflexionar sobre cómo me siento respecto a eso: Ella en mi casa. Andrea Evich y todo lo que ella representa en territorio Odom. No me lo creo.
¿Por qué me siento así?, me cuestiono, nervioso. Es sólo una tarea de Español. ¿Me sentiría igual si mi compañera fuera Karla? Tal vez sí. Tal vez no. Quizá mi problema son las chicas. Ser tímido tampoco ayuda. Es decir, estamos sacando a un animal de su hábitat natural. Por Dios, no debería estarme comparando con un animal. Me corrijo: Estamos sacando a un hombre de su zona cómoda. Eso está mejor.
Cuando llego a casa encuentro una invasión casi alienígena en mi cocina. Byron.
—Hoy te di el día libre —dice, mordisqueando un pedazo de pizza—. Pedí pizza.
Miro su boca —Ya vi —arrugo mi nariz—. ¿Peperoni?
—Con queso extra.
—Porque lo huelo desde aquí.
Me sirvo cinco pedazos. Los únicos cinco pedazos que quedan. Si llego un poco más tarde no como.
—Igual tengo que cocinar para papá —digo.
—Eso lo pondrá de buen humor. Odia cuando cocino yo.
Ya somos dos.
Byron es hermano menor de papá y vive con nosotros desde que murió la abuela, pero ya había dicho eso antes. Hechos: Por ser menor de edad tengo que vivir bajo la supervisión de un adulto bla bla bla; y papá no cuenta porqué él también necesita la supervisión de un adulto.
Cuando Byron recién se mudó, trabajó como asistente de cómputo en una empresa y casi siempre estaba fuera; lo que para mí significaba vivir solo. Únicamente contaba con la compañía de la señora Pratt, que venía a darme tutorías. Pero ahora Byron es su propio jefe y puede trabajar en casa. ¡Ni siquiera tiene que quitarse la pijama! La mayoría de sus tratos los cierra mediante video llamadas. Él tiene una compañía unipersonal que crea contenidos software, y, para nuestra buena suerte, tiene su clientela. Supongo que es feliz. Se ve feliz. Aún así, y aunque él no lo admita, sé que ha tenido que hacer sacrificios para estar aquí; porque él tenía una prometida antes de mudarse con nosotros, pero bueno... Así es la vida.
Cuando Byron se va a su oficina-habitación me dedico a limpiar un poco de más nuestra casa.
El timbre suena un poco antes de las cuatro. Veo por el ojo de gato antes de abrir. Es Andrea y llega casi una hora tarde.
Esto empieza mal. No me gusta ser negativo, pero estoy acostumbrado a no ser positivo.
Abro la puerta. Ella me está dando la espalda, pero no tarda en volverse para ofrecerme su mejor sonrisa.
Ahora me siento un poco trastornado.
Andrea lleva puestos sus lentes Ray-ban. Viste botas, vaqueros, una cazadora de cuero,una camiseta blanca y una bufanda marrón a juego con un gorro de lana, de esos que se acomodan hacia un lado. Rayos, luce como una chica de portada de revista. Quizá lo único que no encaja con ella es su cabello. ¿Por qué lo usa de esa manera? Puede que sea una buena pregunta para el ensayo.
—¿Qué hay? —saluda y entra a mi casa sin que la invite a pasar.
Oye...
—Que hay —repito, enredándome con mis palabras y la sigo dentro.
En el vestíbulo, me entrega su cazadora, su gorro y su bufanda. Nervioso, me apresuro a acomodarlo todo en el perchero.
Andrea está mirando hacia todos lados, evaluando. Me siento incomodo. ¿Tiene que ser tan poco sutil? Menos mal Byron y yo somos ordenados, porque la casa luce limpia y bien acondicionada. Aún tiene el estilo que mamá dejó: blanco hueso combinado con verde
—¿Estabas limpiando? —pregunta, mirando de reojo la aspiradora en medio de la sala.
¡Olvidé guardarla!
—Sí, algo así.
Parece divertirle eso. Sí, soy el amo de casa aquí.
Me apresuro a guardar la aspiradora en el cobertizo debajo de la escalera y le pido que me siga a la cocina. Advierto que mis manos están sudando.
En el camino ella se detiene frente a una estantería repleta de fotografías. Fotografías mías.
Mierda...
—¿La verdadera identidad de Batman? —pregunta con una mueca graciosa en su cara y observa todo con cuidado.
¿Batman?
—Eh...
Me pongo de pie detrás de ella y la miro sonreír tontamente a algunas de mis peores fotografías. ¿Por qué no las escondí en el sótano?
—Ow. Eras un bebé lindo —cuchichea, poniendo esa cara que ponen las mujeres cada que ven un perrito.
AY NO, está una viendo la foto en la que tengo tres años y estoy de pie en una bañera, desnudo y sosteniendo en mi mano un patito de hule. Esa es la fotografía favorita de mamá; pero, justo ahora, yo me quiero matar.
Debería haber una ley que prohíba a los padres tomarte este tipo de fotografías.
—Vamos —digo, casi atragantándome y sintiéndome humillado. Retomamos el camino hacia la cocina—. Trabajaremos aquí —digo a modo de explicación cuando llegamos.
Elegí trabajar en la cocina por dos motivos:
1. En esta parte de la casa ella estará lejos de papá.
2. Yo me siento cómodo aquí. De toda la casa, la cocina es mi lugar favorito.
Andrea se sienta en un banquillo del desayunador, coge una manzana verde del frutero y la muerde como si estuviera preparada para que saque mi cámara.
—Linda casa —dice, apreciativamente.
—¿Gracias? —la miro ceñudo.
¿Por qué tanta confianza? ¿De cuándo acá ella y yo...
Y mi molestia hacia ella me da el valor que necesito para hablar:
—Aquí tengo libros, hojas y lapiceras para que trabajemos —digo, un poco molesto—. ¿Ya pensaste con qué personaje te identificas?
—Oye, tranquilo, amigo —me dice como si le hubiera propuesta que corramos a mi habitación a tener sexo—. Toma asiento y relájate.
Oh, ahora estoy siendo invitado a tomar asiento en mi propia casa. Pero le hago caso.
Y porqué ella no trajo libros o cuadernos, y porqué en definitiva necesito una ruta de escape, empiezo a acomodar el material que yo recolecté para el ensayo