La Maldición de Cipseel

Capítulo tres

Cuando no eres bienvenido a un lugar, debes de ser tan estúpido como para no darte cuenta. Yo a veces podía ser estúpida, pero está era la excepción. Desde que entre al bosque y crucé la imaginaria línea divisora entre el hogar de lobos y oscuros me he dado cuenta de que unos peludos, pero nada amables lobos iban siguiéndome.

 

La inmensa energía que emanaban era inquietante. Mi historia, dramática, con ellos se resumía en que un tiempo atrás un alfa me atacó y yo me defendí. Fue un total desastre. 

 

Apresuré mis pasos y me esfumé hasta la gran grieta de la entrada. Unas cabezas lobunas se asomaron al sentir mi presencia en aquel lugar. Saqué la capucha de mi cabeza y recorrí con la mirada a la manada que me observaban con recelo. Las miradas desafiantes me hicieron apretar los puños y preguntarme si realmente yo debía hacerle ese favor a Zephyr.

 

Un carraspeo llamó mi atención. Un hombre parado del otro lado del puente de piedra me observaba fijamente. 

 

— ¿Se te ha perdido algo?

 

Su cabello negro que en la parte de arriba era ondulado se movía con el viento. Mientras en sus facciones se detallaban la interrogación que había hecho. 

 

—Zephyr me ha mandado—con lentitud estire la mano ofreciéndole lo que traía.

 

Sus botas daban pasos llenos de pereza mientras caminaba hacia mí. Frunció el ceño cuando se detuvo en medio del puente y con un ademan indicó que me acercara. Mandé la duda y los nervios a dar un paseo lejos y armándome de valor caminé hasta él. 

 

Recogió lo que le tendí y me escrudiño con la mirada, buscando ver a través de mí. Sus ojos marrones, altivos y llenos de indiferencia me recorrieron el cuerpo completo.

 

Apreté los dientes y cuando estaba a punto de mandarlo a ser comida de sirenas se dio la vuelta regresando por donde vino.

 

— ¿Te quedaras ahí?

 

—Idiota.

 

Su risa ronca me estremeció e ignorando la rareza del momento me ubiqué a su lado. No había gracia en nada. Al cruzar el gran arco de piedra una energía sumamente fuerte se instaló en las puntas de mis dedos. 

 

Arboles altos, grandes, rodeaban las estructuras de piedras. Inmensos pilares de granito se alzaban ante mis ojos. Recorrimos un pasillo largo y cada licántropo que cruzábamos nos dedicaban desde miradas curiosas hasta esas que dicen te mataré.

 

Terminamos en una pendiente, allí unos metros más abajo se extendían casas de piedras, maderas y una mezcla de ambos con camineros entre la vegetación que abundaba por aquel lugar. 

 

—Es por aquí.

 

Voltee la cabeza con rapidez hacia mi guía. El pasillo seguía hacia la derecha hasta una puerta doble.

 

Tenía preguntas, curiosidades, pero algo dentro de mí me decía que mantuviera la boca cerrada.

 

Avance el ultimo trecho con la mirada fija en la ancha espalda de mi guía. Era alto y grande, todos eran altos y grandes para mí.

 

Empujó la puerta y nos introdujimos al gran salón, alias biblioteca y jardín botánico. Aparte de libros, plantas y los hombres que ahora me miraban con seriedad, estaban los lobos en su estado natural. Feroces e intimidantes.

 

Un señor con ayuda de un bastón se posicionó en el medio. Él debía de ser el alfa mayor, Moses. En ese estado no generaba miedo como con las historias que contaban de él.

 

—Tú debes de ser Radella—habló con la voz raposa.

 

—En carne y hueso, señor Moses.

 

Esbozó una sonrisa maliciosa que me hizo estar atenta. Sus dientes amarillentos me inquietaban. 

 

—Espero que puedas leerla—señaló mientras caminaba hacia el centro de los libros. 

 

Vi y lo sentí. Sobre el atril descansaba con la cubierta de piel negra uno de los libros más antiguos de Cipseel. Moses se hizo a un lado dejándome el camino libre. Di unos pasos y frené cuando el libro se agitó con fuerza en su lugar. Cuando Zephyr dijo que el libro era exquisito se refería a que no se abre ante ti sin un chantaje, sin algo a cambio.

 

Sintió mi energía y le gustaba lo que podía conseguir de mí. Reanudé mi camino hasta estar frente al atril. Con cuidado la rodee hasta estar en la posición correcta para una lectura. Puse la mano derecha sobre el libro y este se agitó, peor no se abrió.

 

—El libro ese está maldito—escuché susurrar a uno de los hombres en la habitación.

 

Le dedique una mirada molesta. Maldito será él. Me pase las manos por la cara buscando que ofrecerle al libro.

 

— ¿Algún problema?

 

Moses sentado esperaba mi respuesta.

 

—Para leer un libro así debes entregar algo a cambio—explique. 

 

Caminé por el lugar repasando los lomos de la gran variedad de libros mientras buscaba que entregar. Fijé los ojos en el hombre que me guio hasta aquí, pero a él parecía importarle muy poco en darme una ayudita. Malditos orgullosos, no me iban a ayudar en nada más.

 

— ¿Qué podría ser eso?

 

—Algún objeto energético, son sus favoritos.

 

— ¿Un cristal de luna? ¿Un cuarzo de estrellas?

 

—Podría funcionar—asentí hacia él.

 

Con rapidez volví hasta el libro. Acaricié el collar que llevaba y luego con fuerza tiré de él hasta soltarlo. Era una roca de luna, almacenaba una cantidad inmensa de energía. Cuando acerqué a la piel negra del libro este pareció formar un nido en el centro, listo para recoger mi ofrenda. El viento helado ondeo el lugar y se volvió más intenso abriendo los ventanales cuando deposite la piedra donde debía. El libro se agitó con vehemencia hasta que de un segundo a otro se calmó dando vuelta la tapa y enseñando lo que llevaba escrito ahí adentro.

 




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