La Maldición de Cipseel

Capítulo Ocho

Volví sobre mis pasos unos tres metros, frené, giré y retomé el camino. Regin estaba recostado por un tronco viejo, cruzado de brazos. Los nervios se revolvían dentro de mí, pero trataba de que no se notase.

—¿Puedes calmarte?

Negué con vehemencia. Él y Vientos enloquecieron.

—Esas cosas malditas me odian, ellas odian a todos.

—Sí eres tan cobarde puedes quedarte aquí.

Se impulsó por el tronco y empezó a descender por el camino de piedras. Ofendida lo vi bajar hacia el lago prohibido, hogar de las horribles sirenas.

El que me llamase cobarde pincho una vena sensible y con molestia seguí sus pasos. Vientos nos pidió una planta acuática que solamente crecía en este lugar. Creo firmemente que solo nos quiso echar de su casa cuando empezamos a discutir como dos niños. Para conseguir esa dichosa planta debías hacerlo por tus propios medios o pedir a una de las criaturas que habitaban allí, si decidieras tomar la segunda opción lo ideal sería que prepares algo para hacer trueque. A las sirenas les encantan los objetos brillantes, por esa razón Vientos me entregó diamantes y monedas de oro.

— ¡No soy cobarde! —levante la voz con irritación. —Eso de usar oraciones como esas para que yo acepte es caer bajo.

Pisé mal y torcí un pie. Maldije mordiéndome un labio. La nieve no ayudaba al descender por el montículo de piedras. El lugar era traicionero como si esperase a que cayeras precipicio abajo, directo al nido de esas criaturas, para ser el gran banquete de las sirenas. La naturaleza quiere alimentar a sus hospederas.

—Por aquí—señalo el viejo sendero que llevaba al muelle abandonado. — ¿Puedes dejar de farfullar?

—Yo no estaba haciendo tal cosa—confesé siguiendo sus pasos de cerca.

El volteó a verme sobre los hombros y yo levanté mi mano con inocencia. Delante de él, en el agua, algo se sumergió. Un escalofrío me corrió hasta las puntas de los dedos.

—No las molestes.

Ignoré sus palabras colocándome su lado. Una sonrisa malvada se instaló en mi boca. Por el rabillo del ojo podía ver que, en el centro del lago, donde no se había congelado, el agua se movía.

—Creo que quieren conocerte—lo molesté divertida.

Sacudió la cabeza y juraría por saxum de luna, que él seguía escuchando los balbuceos. Las sirenas emitían sonidos para seducir o para atormentar a quienes querían. Regin paso la mano por la montura de su daga y con eso la quietud se instaló en el agua.

Una señal. Una advertencia sobre lo que podía pasar.

La vieja madera del muelle crujió bajo nuestros pasos cuando nos dirigíamos a la otra punta. Debajo de la fina capa de hielo se podía ver una figura oscura moviéndose por el agua.

Apreté los puños y contuve la respiración al ver como un par de garras se posaban al borde de la madera. Los dedos unidos por pliegues eran muy largos que terminaban curvándose en garras filosas. La piel grisácea, brillosa, llenas de escamas emergían del agua helada dejando ver a medio cuerpo a una criatura acuática.

Sus ojos negros me detallaron y luego a Regin, a quien le regaló una sonrisa maquiavélica.

—Radella el peligro te persigue—canturreo con una voz raposa, como si hacía décadas que no hablaba. —Mi gran guerrero Regin, el bosque se prepara para lo peor.

Mis pelos se pusieron de puntas. Algo que todos sabían era que, las sirenas eran muy buenas prediciendo el futuro. Además, tenían el don de la verdad. Sin embargo, adoraban molestar e infundir miedo en los demás.

— ¿Cómo te llamas?

Yo estaba quieta como una estatua mientras el guardián empezaba con las preguntas. No me atrevía a moverme, el fino rostro con ángulos puntiagudos de la sirena me tenía inquieta.

—Nereida—respondió acariciando la madera con sus garras.

—Necesitamos una planta que crece aquí—señalé el lago. —Por favor—añadí.

Soltó una risa baja mientras fijaba los ojos negros en mí. Yo solo quería que terminase todo para alejarme de esos fríos pozos sin fin que tenía como ojos. Sentía que podía ver a través de mí y eso resultaba perturbador.

—Radella, Radella. Unos ojos marrones te atormentan.

Me tensé. Regin giró para observarme.

—Estas equivocada.

—Lo que sentiste en el bosque vendrá detrás de ti.

— ¿De qué hablas? —preguntó el guardián sacándome la pregunta de los labios.

—Acércate y te susurrare al oído.

—Buen intento—corté sarcástica. —Tengo cosas que podrían gustarte.

Alce la mano mostrándole el diamante. Sus ojos oscuros brillaron avariciosos. Cuando intento saltar para sacarlo de mi mano di un paso atrás y Regin llevó la mano a su espada.

Se alejó mirándonos con enojo. Otro dato importante, se enojaban con facilidad y con más razón cuando no hacías o le dabas lo que ellas querían.

—Primero la hierba y después podrás regodearte en estas piedras.

Gruñó enseñando sus dientes afilados antes de sumergirse al fondo. Con cautela me acerqué al borde, pero el guardián me cogió del brazo atajándome.

—No te acerques, son traicioneras.

— ¿Crees que nos traerá la hierba?

—No podrá negarse—señaló lo que llevaba en mi mano.

Me crucé de brazos cuando un viento helado nos envolvió. El cielo estaba cubierto de nubes, una tormenta de nieve podría caer en cualquier momento.

—Parece que la primavera se hará esperar un poco más.

—Será la última nevada—murmuró. —El festival se realiza para cerrar el invierno.

Achine los ojos mientras trataba de ver el otro lado del lago. Ese lugar estaba lleno de montañas y árboles, nadie vivía ahí. Un lugar habitado por salvajes.

—Ahí viene—seguí su mirada y definitivamente venía en nuestra dirección. La enorme cola de pez salía del agua antes de golpear con fuerza la misma.

Tiró sobre el muelle un puñado de la planta antes de extender su mano hacia mí. Sus ojos me observaban desafiantes, oscuros y profundos. La oscuridad sin fin.




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