La Maldición de Cipseel

Capítulo Doce

Caminaba con el mayor sigilo por los pasillos de aquel palacio que llamaba hogar, mi idea era evitar a toda costa a quienes vivían ahí adentro.

A Horus no lo había visto en toda la mañana, pero esa energía sofocante e irritante perteneciente a Katrina me tenía caminando de puntillas.

Katrina era la vil mujer de las cuevas, ese era el apodo que había oído de la boca de los más pequeños de la zona. Ella fácilmente se volvía la molestia en persona y todo lo que los otros hacían le resultaba ridículo y minimizaba las hazañas del trío de novatos.

Decir que no la soportaba era poco, pero el sentimiento era mutuo.

Escondí la piedra de luz en mi bolsillo y caminé hacia el gran comedor, estaba hambrienta. Mi estómago se sentía como un pozo sin fondo.

— ¿Huyes de alguien?

La cantarina voz de Katrina tensó mis músculos, la malicia era palpable en su tono.

— ¿Debería?

Centré mi atención en ella, estaba tumbada sobre el sofá bebiendo de una copa. Su piel canela resaltaba debido a la túnica blanca que llevaba y el corset negro se ceñía en sus curvas.

—Contigo es de esperarse, siempre te metes en problemas—me señaló con su copa.

Puse los ojos en blanco dándole la espalda. Ella existía meramente para echarte en cara todo lo malo que hacías y para babear por Horus.

—Y a ti te encanta meterte en asuntos que no son tuyos—escupí con molestia.

—Es mi asunto—cuando estoy por poner la mano sobre un pan, ella lo mueve— ¿Te fascina tener la atención de todos sobre ti?

Cuando estoy por coger la manzana, esta se desliza lejos de mi alcance. Irritada me volteo hacia Katrina.

—Esa eres tú. Y deja en un puto lugar los alimentos.

—Horus me comentó tu estúpida travesura ¿En serio, Radella? ¿Un lobo?

Maldije a Horus por dejarse seducir por la arpía que tenia adelante.

—Deja de meter tu nariz donde no debes...

—Lo hace. Lo haré siempre que eso preocupe a Horus, el pobre no puede estar tranquilo porque eres un imán para los problemas.

Su voz acusadora me golpeaba los tímpanos, pero no dije nada más. Abrir la boca sería alargar aquella discusión sin sentido. Suficiente tenía con los otros repitiéndome mis errores.

Katrina no tenía la intención de que me marchara sin oír sus réplicas, porque añadió algo que me hizo cerrar el puño con fuerza:

—Deberían de haber puesto la guarda mágica desde la estupidez que hiciste años atrás.

Desaparecí como una cobarde. No sabía si iba a soportar más reclamos sin volverme la furia en persona.

Con el corazón en puño y un nudo en la garganta me dirigía hacia el bosque de los lobos. No tenía ni la más mínima idea de dónde encontrar a Arion o de cómo llamarlo. Algo dentro de mí me decía que usar mi magia para contactarlo no sería de su agrado.

Maquinaba cualquier idea para despejar mi mente y no pensar en lo que Katrina me había escupido.

La culpa me carcomería viva de pensar en ello.

La espesa nieve de días atrás se hallaba más fina y el sol parecía estar más caliente que de costumbre. El invierno ya se iba despidiendo y eso solamente me recordaba la feria de la aldea y la gran fiesta final. Después vendría el solsticio, otro día festivo.

Grandes fechas se acercaban.

Sentía la presencia de Regin a unos metros, como también la presencia de lobos. Mi lado curioso salió a la luz y me oculté de la mejor manera mientras me aproximaba a ellos.

Como a diez metros se daba una acalorada discusión lleno de aire tenso. No podía escuchar nada, ni por arte de magia, eso significaba que alguien llevaba un juguete mágico para la confidencialidad. Para que personas, como yo, curiosas no se inmiscuyera en sus conversaciones.

Arion estaba entre ellos, su rostro era serio e incluso podría asegurar que estaba molesto. Es que esa expresión yo la conocía tan bien, aunque ahora estaba mucho más acentuada.

Frustrada esperé varios minutos hasta que se empezaban a dispersar. Cuando me aseguré de que Regin no me pudiera ver ni sentir, hice un disimulado llamado a Arion.

Frunció su ceño a la vez que giraba pasando la mirada por todo el lugar. Sacudió la cabeza antes de ir detrás de los otros.

Mierda.

Arion.

Susurré mentalmente con la voz más dulce que me salía, pero el estúpido ni freno su caminar.

Arion. Arion, idiota.

Al segundo llamado hizo un ademan a sus acompañantes y desvió su camino. En silencio lo seguí, sus pasos eran rápidos entre el hielo derretido y el musgo húmedo.

Unos diez minutos después salió en el claro que colindaba entre el terreno de los oscuros y de los lobos.

— ¿Sabías que esto podría considerarse acoso?

Su voz sonaba seria y temía que se hubiese molestado porque interrumpí sus asuntos, tal vez, más importantes.

Me dejé ver mientras echaba mi capucha atrás.

—No te creas tan importante, lobito.

Enarcó una ceja mirándome fijamente. Estaba a punto de huir cuando al fin esbozo una pequeña sonrisa.

—Hola, cabeza de zanahoria.

—Me llamo Radella—señalé antes de cruzarme de brazos.

—Lo sé, pero me gusta más mi apodo.

Reprimí la sonrisa que con todas las fuerzas quería instalarse en mi rostro. Mi corazón se agitó y rogué a la luna que él no pudiera escuchar con su gran sentido de la audición.

—Te traje algo—hablé después de unos segundos de silencio en el cual solamente nos contemplábamos. —Es en agradecimiento por lo de la vez pasada—aclaré sacando la pequeña piedra que se encontraba en medio de hilos que se entretejían para sujetarla.

Su rostro lleno de confusión fijó sus ojos marrones claros en mí. Podía ver que no comprendía que era eso que le estaba obsequiando.

—Gracias...

—Es una piedra de luz—explique acercándome a él—. Te protegerá de las sombras.

Sus ojos se achinaron cuando sonrió. Sus dedos me rozaron la palma de la mano al coger la piedra, la tibieza de esa acción era una caricia al alma.




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