La Maldición de Cipseel

Capítulo Trece

Rodeamos el pequeño lago de aguas cristalinas en silencio. Arion me amenazó, si no cerraba la boca no iba a permitir que lo acompañara.

Estoy haciendo mi más grande esfuerzo, me muerdo el labio cuando siento que las palabras van a escapar. Arion frunce el ceño mirando entre los arbustos. Estamos en territorio de las hijas de la tierra, las pequeñas duendecillas.

Yo no suelo deambular por aquí porque no soy bienvenida, ningún oscuro lo es. Por ende, no percibo si hay algo errado en este lugar, pero al parecer Arion si percibe.

Con cautela camina por el sendero verde. En este lado de Cipseel nunca cae mucha nieve, es el lugar más calidad después de la Aldea de Los. La aldea de las hijas del Sol queda a varios días de este lugar y solamente mantienen contacto con las hijas de la tierra. Son muy especiales.

Arion acelera los pasos cuando cruzamos un jardín de hierbas con olor dulzón. Pequeñas casitas cubiertas de musgo se extienden entre los grandes robles y cerezos.

Las criaturas salen corriendo hacia mi acompañante mirándolo con alivio. Caigo en cuenta que la manada de Borak también está allí, a uno metros ayudando a acomodar troncos y árboles caídos.

— ¡Unos monstruos nos atacaron anoche! —chilla una de las niñas que tiene la piel dorada.

Una duendecilla fija sus ojos en mí y lleva la mano a la boca sorprendida. Otras dan un paso atrás con miedo y yo no tengo idea de cómo debo reaccionar a eso.

Me tenso en mi lugar pensando en la mala idea que fue venir hasta este lugar.

— ¡Fueron ustedes! —acusa la de piel achocolatada.

Sus atuendos parecen hechos de hojas, musgos y cascara de árboles.

— ¡Seres malditos!

Esa y unas cuantas palabras nada bonitas son lanzadas hacia mi persona. Retrocedo porque no se me ocurre que otra cosa hacer. Miro a Arion en busca de ayuda, él me observa pasmado sin saber cómo reaccionar.

—Hay dos heridos—habla Borak caminando hacia nosotros.

Suspiro con alivio cuando la atención se centra en él. Layla se acerca hasta mí y apoya una mano en mi hombro regalándome una leve sonrisa. Una disculpa silenciosa se percibe en su expresión.

—Esas sombras debilitaron a mi madre —solloza una de las criaturas.

Arion se apresura en seguirla cuando lo guía. Observo todo el escombro alrededor de sus viviendas y empiezo a ayudar a la manada de Borak.

Podría simplemente hacer uso de mi magia y con unas palabras todo estaría como nuevo, pero no lo hago. No creo que sea bienvenido.

Murmullos resuenan por donde paso, trato de ignorar, sin embargo, resulta difícil cuando siento sus miradas sobre mí.

—Ningún tónico o hierba funciona —escucho a Cosmo decir a su melliza.

—Radella...

Volteo hacia Layla y veo la desesperación en sus ojos. Ella quiere que yo ayude, absolutamente no conoce la inexistente relación entre las duendecillas y yo.

— ¿Podrías ayudar?

—Puedo, pero no creo que sea una buena idea.

— ¿Porque los oscuros son tan egoístas? —cuestiona una chica mirándome con desdén.

—La cuestión no es esa —espeto, molesta —. Ellas deben permitir ser ayudadas.

La molestia se instala en mí cuando percibo la mirada del resto de la manada sobre mí. Están asumiendo miles de cosas que no son ciertas.

Arion viene deprisa ignorando la guerra de miradas que mantenemos los demás. Centra sus ojos marrones en mi rostro.

—Necesito que ayudes —abro la boca para replicar, pero me detengo cuando susurra: —Por favor.

Antes de que pueda echarme hacia atrás lo sigo. El nerviosismo se instala en la boca de mi estómago y mi instinto me grita que salga de allí. Percibo cuando no soy bienvenida y aquí no me quieren ver ni forma de humo.

La criatura de tierra, pequeña y de cabello blanco, reposa sobre unas hierbas moribunda. Su respiración es muy tenue y por unos segundos dudo que este viva.

Cuando estoy a dos metros de ella, otra duendecilla de piel dorada se interpone en mi camino. A pesar del miedo en su mirada levanta el mentón con valentía.

—No te acerques —gruñe cual animal feroz. —Ya pedí ayuda a las hijas del Sol.

Me sorprende oír acerca de las criaturas que son opuestas a los oscuros. Esos seres de luz viven alejados de todo nosotros.

—Puedo ayudarla —explico con delicadeza.

Niega con fuerza.

—Esto —señala a su alrededor —es obra de ustedes, los oscuros. Son seres malditos que solamente traen oscuridad a nuestras tierras.

—Eso es absurdo —replico trayendo a colación mi molestia nuevamente —. Nunca les hemos hecho daño a ninguna de ustedes.

—Ahora sí. Quizás antes no, pero ahora sí. Como alguna vez lo hicieron con ellos —hace un ademan hacia Arion y Borak.

Retrocedo estupefacta, dolida. Quiero refutar sus palabras sin embargo no puedo ante sus ojos acusadores. Arion me toma del brazo para alejarme de allí. Trago el nudo en mi garganta y con fuerza me suelto del agarre del lobo.

—Radella...

—Tienen razón, Arion —la voz me suena ronca.

Arion me observa preocupado.

—No...

—Debo irme.

No permito que diga nada que pueda retenerme, me escabullo entre los árboles fundiéndome con la naturaleza. Por un instante solo pienso en desaparecer, quiero huir, pero no sé dónde.

El rechazo que generamos en todos lo que habitan Cipseel es difícil de digerir. Desde pequeña ignoraba y trataba de relacionarme lo mínimo con ellos. Las advertencias de los mayores no pasaban desapercibidas.

Hasta que un día crucé las líneas y terminó mal.

Me prometí no volver a enlazar cualquier tipo de relación con las otras criaturas, pero mi alma aventurera me traicionaba.

No sé cómo, inconscientemente, termino frente al hogar de Vientos. Estoy buscando un alma reconfortante, alguien que me diga que realmente no somos como los otros nos tildan.

Aunque sea mentira.




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