La Maldición de Cipseel

Capítulo Catorce

No le di tantas vueltas a la ausencia de Regin, en realidad, agradecía que no estuviera pisándome los talones. Con grandes zancadas avancé por el pasillo de la torre sur siguiendo la fastidiosa energía que Katrina dejaba por donde pasase.

Zephyr me había dicho al llegar que buscara a Horus, el viejo estaba angustiado hojeando grandes libros en la biblioteca. Todos andaban sumamente tensos con los sucesos de Cipseel.

Encontrar a Horus era fácil cuando Katrina andaba pegada como una garrapata a él. Era solo seguirla a ella, como ahora, y listo. Ambos estaban en la habitación que solían usar para enseñar magia.

La oscuro me regaló una mirada cansada antes de volver su atención al libro entre sus manos. Obviamente yo no era digna de su aclamada atención.

 

—Al fin te dignas en aparecer—masculló bajo, pero logré escucharla.

 

La ignoré con una profesionalidad impecable dirigiéndome hacia Horus, que también tenía la cabeza metida en otro libro.

 

—Zephyr me pidió que viniera junto a ti—hablé situándome frente a él. — ¿Puedo ayudar?

 

Asintió alzando sus ojos hasta los míos. La dura expresión en su rostro me hacía saber que las cosas no iban tan bien.

 

—Antes que nada, hay nuevas reglas—presionó ambas palmas contra la madera de la mesa inclinándose hacia mí. — Está prohibido invocar sombras hasta que solucionemos lo que está sucediendo. Está prohibido deambular sin compañía por los bosques.

 

Moví la cabeza afirmando cada oración. No iba a cuestionar porque eso sería un error en estos momentos. 

 

— ¿Qué hay con los feriantes? Están desprotegidos.

 

—Hemos puestos guardias, como también pedimos a todos ellos utilizar una piedra de luz—explicó Katrina cerrando su libro.

 

—También están los guardianes—agregó Horus, inseguro.

 

No podían hacer la gran cosa contra las tinieblas de la oscuridad.

 

—Debemos capturar a todos.

 

—No me digas, genio—espetó Katrina, sarcástica.

 

Inspiré profundo guardándome las ganas de silenciarla.

 

—Es complicado, porque cuanto más capturamos más aparecen—reveló Horus cambiando de libro. —Mientras no encontremos el origen será difícil acabar con ello.

 

—Yo creo saber cómo averiguar eso…

 

—Los hechizos de rastreo no funcionan, ya lo intenté—me cortó Katrina.

 

—Sería estúpido usar un hechizo de rastreo sobre algo tan inestable como una sombra.

 

Simplemente sería una pérdida de tiempo porque constantemente cambiaban de forma o energía.

La mirada nada amistosa de la oscuro me estaba condenando a una muerte lenta y dolorosa. No le agradaba en lo más minino. El carraspeo de Horus terminó con la guerra de miradas haciéndose dueño de nuestra atención.

 

— ¿Tienes una idea de cómo parar esto?

 

Asentí dubitativa. No era el mejor plan o el más fácil, pero al menos era una alternativa más.

Quería ayudar, me sentía culpable por todas las cosas que les sucedían a las criaturas en Cipseel. Las hijas de la tierra tenían razón, la culpa era nuestra. Solamente nosotros podíamos invocar esas tinieblas llenas de maldad que se alimentaban de criaturas inocentes.

La pregunta era ¿Quién estaba liberando tantas sombras?

Sin poder evitarlo mis ojos volaron al otro lado.

Miré a Katrina, pero ella nuevamente estaba inmersa en la lectura. Por más de que fuera una maldita, egocéntrica, no la veía capaz de hacer eso.

 

—Tengo un plan…—vacile sin apartar mis ojos de Horus. —Las sirenas pueden ayudar…

 

— ¿Te has vuelto loca?

 

Molesta giré hacia ella. Mi paciencia llegó a su límite.

 

— ¡¿Puedes cerrar la puta boca?! Agradecería que volvieras por donde viniste.

 

—Mis ideas de ayudar no son tan absurdas, enana.

 

— ¿Cuáles ideas? Te pasas pegada a Horus como una garrapata.

 

Sus ojos eran llamaradas de furia. Un momento después, el aire en la habitación cambió drásticamente.

 

— ¡Suficiente! —elevó la voz el mencionado.

 

— ¡Es la verdad! —protesté, cansada.

 

Mi instinto me hizo levantar la mano y atajar el libro que venía volando hacia mí. La furia me nubló la razón y sin dudar lancé la ofensiva hacia Katrina.

 

— ¡Maldita! —vociferé tirándole los libros de Horus.

 

— ¡Radella! —gruñó molesto él. —Detente en este mismo momento.

 

Todas las cosas que estaban volando se detuvieron en el aire.

 

—Ella empezó—señalé hacia una Katrina muy ofendida.

 

Llevó la mano sobre su pecho y sus facciones se arrugaron. Si no la conociera diría que realmente la habían ofendido y se sentía mal, pero era una arpía.

 

—Yo solo estoy tratando de ayudar—habló con la voz débil y puedo jurar que mis oídos chillaban debido a su horrible tono. —No ando involucrándome con los lobos.

 

Lo juro, vi rojo. Vi como su figura se hacía cenizas en mi mente y dejé libre toda mi energía. Sin embargo, Horus muy molesto se interpuso en mi campo de visión.

La mandíbula la tenía muy apretada, sus ojos eran dos pozos oscuros, perdidos en el enojo.

 

—Basta—espeta entre dientes. —Vete.

 

Los libros que estaban suspendidos en el aire cayeron con fuera contra el suelo.

Lo miré dolida ¿Era en serio? Después de escuchar y ver todo me echaba a mí. El Horus de expresión seria pero que en el fondo era divertido y que me acompañaba en las ferias había desaparecido.

El efecto Katrina.

 

—Estas muy cambiado desde que ella volvió—susurré decepcionada.  

 

—Vete, Radella.

 

Apreté los labios con fuerzas mientras que meneaba la cabeza en negación. No sé si seguía molesto porque un lobo me había acompañado o si era la situación del momento y la suma de la maldita arpía, pero había cambiado totalmente.




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