La Maldición de Cipseel

Capítulo Dieciséis

Raisa salió disparaba hacia los brazos de Regin. Él ni se inmuto en devolverle el abrazo. El guardián no era el ser más cariñoso.

 

— ¿Dónde estaban?

 

Asper tragó saliva ruidosamente y Raisa volvió a mi lado. Sentía los ojos de Arion sobre mí

 

—Dando un paseo ¿Por qué?

 

—Es peligroso.

 

Me encogí de hombro restándole importancia, pero rápidamente cambié de actitud. Necesitaba de criaturas que confiaban en mí para poder descifrar lo que las sirenas me habían dicho.

 

—En realidad… estuve averiguando como ayudar.

 

No incluí a mis acompañantes por si venían los regaños, dejaría que la culpa fuera mía. Porque realmente yo les pedí que me acompañen.

Arion me analizaba con el ceño muy fruncido. Creo que su cabeza imaginaba lo peor, aunque conociéndome no estaría tan equivocado.

 

— ¿Averiguaste algo? —inquirió Regin.

 

Él sabía que a pesar de mi constante intromisión también era buena investigando. Sí podía ayudar siempre sería bienvenida, eso solía decirme.

 

—Conversamos con las bellas criaturas acuáticas—empecé.

 

— ¿Estás bien? ¿Te hicieron daño? —preguntó Arion, nervioso.

 

—Estamos bien. Todo bajo control, lobito. —Caminé hacia ellos para entrar en un ambiente más confidencial. Lain no era mi gran amigo, pero sabía que él no diría nada por respeto a Regin. —Es sobre la maldición.

 

— ¿Qué haces? —cuestionó Arion cuando vio que la pequeña Raisa movía las manos y una fina capa ondeante nos empezaba a cubrir.

 

—Es una guarda para evitar que otros escuchen nuestra conversación—le explicó Asper, aburrido.

 

— ¿Qué con la maldición?

 

La tensa voz de Regin me decía que él sabía algo. Obviamente sabía, es que andaba más misterio que de costumbre.

 

—La maldición existe, pero no es el tonto cuento que todos saben—empecé a explicar— Es algo más grande que eso, sin embargo, necesito del libro del oráculo para comprender mejor.

 

—Eso no creo que sea un problema, cabeza de zanahoria.

 

—No me agrada el oráculo—susurré temerosa hacia Arion.

 

Regin soltó un bufido y Lain una risa ronca. Mi rechazo por esos libros poseía una anécdota que los guardianes habían presenciado hace décadas atrás.

Los tres ignorantes del porqué se miraban confundidos.

 

—Creo que el inconveniente es otro punto—señaló Asper.

 

Asentí pensando en las criaturas de luz.

 

—Primero, algo va a suceder durante el solsticio y debemos averiguar qué. Segundo, necesitaremos la ayuda de las Hijas de Los.

 

Esta vez Arion soltó una risa burlesca y esperó a que yo dijese que todo era una broma, pero no sucedió y se puso serio.

 

— ¡Antes de que podamos poner un pie en su aldea nos van a acribillar! —exclamó incrédulo.

 

—No todas son así—cortó Lain.

 

Regin le dio la razón. Comprensiblemente para ellos era fácil, se llevaban bien con todos en Cipseel.

Sacudí la cabeza tratando de organizar mis ideas. Primero debía descifrar lo que el maldito oráculo trataba de decir y después lo demás.

Estaba siendo una cobarde al alargar la visita a nuestros polos opuestos. No era algo de mi total agrado, nada de esto lo era.

 

—Sobre el oráculo—interrumpe mis pensamientos, Regin. —Deberías hablar con Zephyr, él podrá ayudarte.

 

Él sabía cosas al igual que Zephyr, esas horas inacabadas de lecturas eran por una razón. Maldito viejo, no me comentó nada.

 

—Lo haré—miré a mis acompañantes. Debo llevarles a un lugar seguro—Debemos regresar a casa.

 

Regin asintió de acuerdo. Arion, sin embargo, dudoso dio un pasó cerca de mí.

 

—Podemos reunirnos mañana en el hogar de Vientos—indicó el guardián y con el mentón apuntó al lobo—El pobre andaba buscándote por horas.

 

Deshice la guarda mágica de Raisa y les hice una señal para que esperasen con los dos centinelas. Me alejé un poco, con Arion pisándome los talones.

 

—Está oscureciendo—fue lo primero que solté, nerviosa. —Estoy bien, no hacía falta que vinieras.

 

—Tenía que asegurarme después de lo que sucedió—explicó—No fue tu culpa, cabeza de zanahoria. Nada lo es. Las hijas de la tierra son exquisitas, pero no por eso tienen razón.

 

Asentí mascullando el apodo que salió de sus labios. Sus ojos se achinaron ante mi protesta. Metí los mechones caoba de mi cabello detrás de la oreja sin dejar de mirarlo y me sentí como una calenturienta, porque mi mirada no fue inocente. ¿Qué carajos?

 

—No quiero hablar acerca de eso, hoy no—pedí mirándole a los ojos.

 

No quería conversar sobre ello porque no estábamos solos y consideraba el tema privado. Hablar de todo lo que había sucedido era hablar también del pasado oscuro que se asentaba sobre nuestras casas.

 

—Hablaremos después. Nos vemos mañana en la casa de Vientos.

 

—Cuídate, Arion.

 

Me enseñó la piedra que le había obsequiado. Sonreí conforme.

 

—Tú también, Radella, cuídate.

 

Se transformó frente a mis ojos antes de perderse en la vegetación. Él sabía que no iba a poder acompañarnos a casa, esa era la razón por la cual no insistió en escoltarnos.

Caminé hacia mis aprendices y con una breve despedida nos alejamos de aquel lugar. Sin problemas logré trasladarnos dentro de la mansión.

Miré a los exhaustos novatos y decidí dejarlos fuera.

 

—Lo de hoy queda entre nos ¿Entendido?

 

—Sí ¿Necesitas ayuda?

 

Negué hacia Raisa.

 

—Descansen. Buenas noches, chicos.

 




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