La Maldición de Cipseel

Capítulo Diecisiete

Nerviosa daba vueltas por la pequeña sala de Vientos. Las aguas parecían aclararse, pero de repente volvían a ser turbias. Mientras más hurgábamos en la verdad más incógnitas surgían entorno a lo investigado.

Hacía uso de la frase de Vientos para ese momento, lo cual rezaba lo siguiente: mientras más sepas más dudas tendrás.

Me resultaba estúpido porque creía que mientras más sabías más seguro estabas acerca de ello, pero resultaba ser que mientras más sabias más dudas surgían.

Arion estaban sentado frente a Vientos, el viejo me miraba de reojo mientras el lobo parecía confundido con mi nerviosismo.

Arion era un lobo, una criatura más en la lista negra de las criaturas solares y estaba bastante tranquilo con esa idea. Realmente no sabía si era una buena idea dejar que nos acompañase, pero estaba muy obstinado con ello.

La puerta se abrió y Regin entró al hogar de Vientos.

 

—Llegas tarde—señalé mordisqueando un palillo dulce.

 

—No fijamos un tiempo exacto—restó importancia mientras dejaba junto a la entrada su lanza.

 

Que él también estuviera tranquilo no hacía nada bueno con mi nerviosismo. Temía a que todo saliera mal, porque realmente no tenía un buen presentimiento.

 

—Radella.

 

Ignoré al lobo abriendo mi pequeño cuaderno de anotaciones.

 

—Radella.

 

—Deberíamos irnos ya—silencié a Arion y él bufó con fuerza.

 

—Creo que deberías de calmarte—dijo Vientos ofreciéndome un recipiente con líquido negro—Deben de tener muy en claro lo que buscan. Las hijas del sol son muy pacientes, siempre y cuando no se trate de criaturas que encabezan su lista negra.

 

—No es que quiera cambiar eso—susurró el lobo.

 

—No creo que sea buena idea que nos acompañes.

 

Incrédulo, volteo su cuerpo hacia mi antes de bajarse del sillón.

 

—No dejaré que vayas sola.

 

—Iré yo—escupió Regin.

 

—Solución.

 

—No.

 

—Sí—gruñí a centímetros de Arion.

 

—Terca.

 

—Idiota.

 

— ¡Suficiente! —rugió el guardián y podía jurar a que todo se sumió en un horripilante silencio.

 

—Escucha…

 

Arion negó antes de cortar lo que pensaba decir.

 

—Escucha tú. Iré, quieras o no porque sé de alguien que quizás nos pueda ayudar. Además, debemos ingresar por el paso que tienen las hijas de la Tierra con la aldea de Los, si no queremos tener problemas.

 

—Aunque no me agrade, él tiene razón. Lo necesitamos, Radella.

 

Expulsé aire con fuerza inconforme antes de pasar la mano por mi pelo. No me apetecía poner en peligro al lobito, pero también era consciente de que él podía cuidarse solo y que decidía que hacer con su vida.

 

— ¿Esperamos a alguien más? —cambié de tema.

 

Discutir con ambos en estos momentos sería hablar con la pared, una total pérdida de tiempo.

 

—Un amigo mío nos alcanzará en el camino—informó Arion poniéndose de pie.

 

Regin camino hacia la puerta en silencio y fui detrás de él. No le agradaba tanto la idea de juntar agua y aceite, porque eso éramos las criaturas de Cipseel. Yo no era la persona más adecuada para el trabajo, pero también era consciente de que si yo no daba el primer paso nadie lo haría.

Era la única que, al parecer, podía dejar de lado por un momento las diferencias y estrechar la mano de nuestros distintos.

En parte entendía la gran sobreprotección que me brindaban aquellos que me conocían. Sabían que era capaz de cosas que a otros les parecía descabellado.

Con magia nos trasporte cerca del riachuelo que daba inicio al hogar de las hijas de la tierra. No me agradaba la idea de volver a pasar por allí. Me sentía muy incómoda.

Arion analizaba mi rostro con el ceño fruncido, apostaría que podía leer lo que pensaba en ese instante.

 

—Iremos por otro lado—aclaró la pregunta que no me atreví a pronunciar.

 

Asentí desviando la mirada. La vulnerabilidad que infundía lástima era una de las cosas que más aborrecía.

Sentía una energía que últimamente se me hacía fácil distinguir. Licántropos. Volví la vista hacia Arion, pero no era él. Mis ojos buscaban entre los pinos hasta que a cien metros un inmenso lobo caminaba perezosamente a nuestro encuentro.

 

— ¿Quién es?

 

Regin apretaba con fuerza su lanza sin apartar la vista del recién llegado.

 

—Bayard.

 

El pelirrojo de mirada altiva. Más lobos, genial.

 

— ¿Es necesario esa entrada? —pregunté aburrida.

 

—Es Bayard.

 

—No me importa si es el rey, estamos perdiendo tiempo.

 

—Exacto—apremió Regin, antes de seguir caminando.

 

Caminamos por varias horas debido a que no debíamos utilizar trucos porque los duendes consideraban área sagrada y libre de magia oscura.

Bayard se encargó de guiarnos hasta que nos adentramos a un túnel de rocas. Las piedras negras se fundían en la oscuridad y no se podía observar nada más que negrura.

Alcé la mano para obtener luz de estrellas, pero Arion cogió mi mano y bajó con cuidado. Mis ojos se encontraron con los de él en la poca claridad que teníamos en la entrada. Negó levemente.

Estaba bastante confundida.

Una luz brillante de pronto iluminó todo el lugar. Una pequeña criatura de piel dorada hizo a un lado la esfera brillante y pude ver su cara. La conocía.

 

— ¿Aziza?

 

—Radella, la curiosa—respondió divertida.

 

—La conoces—señalaron al unísono Regin y Arion.

 

Puse los ojos en blanco cruzándome los brazos.

 

—Tuve el placer—su voz sonaba calmada y melodiosa.




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