La Maldición de Cipseel

Capítulo Dieciocho

Breena no era irritante, no hablaba con malicia ni trataba de hacernos sentir como invasores. Ella, a pesar de la desconfianza que parecía emanar, nos empezó a guiar hacia su hogar.

Con calma iba recitando las reglas. Estaba prohibido la utilización de magia para fines maliciosos y también mencionó que al ingresar en su territorio nuestros dones quedaron debilitados. Los lobos tampoco podían convertirse allí.

 

—Entonces… ¿La maldición es la razón de esta inusual visita?

 

Asentí. Hacía un esfuerzo descomunal para no soltar estupideces por mi boca. Me limitaba a hablar con monosílabos y gestos, eso tenía confundido a Arion y Regin.

 

—Sí, pero creemos… No. Estamos seguro de que hay otra cosa detrás de todo esto.

 

—No entiendo, como podemos ayudarles.

 

Sus ojos centellaban de un color claro mientras indagaba en mi rostro respuestas a sus dudas.

 

—Necesitamos de sus conocimientos.

 

Me miró pensativa antes de guiarnos hacia la enorme casa de madera que teníamos en frente. Debía de ser su hogar. Estaba rodeada de jardines y árboles, después seguía otra casa similar y varias más. El sendero era de piedra. A diferencia de la aldea de Cipseel, donde todo parecía abarrotado y oscuro, acá el espacio era basto para cultivar buenas flores y tener una aldea colorida.

Con cuidado traté de no poner un dedo sobre ninguna planta, temía marchitarlas. Realmente eran muy hermosas.

Breena rodeó la casa hasta llegar a un asombroso invernadero. En el centro había una enredadera que hacía de techo porque desde allí solamente podías ver el cielo. Debajo una mesa rodeada de sillas nos esperaba.

 

—Pueden tomar asiento, iré a buscar a mi hermana.

 

Bayard se quedó parado detrás de Arion, como si fuese una especie de guardia. Regin se sentó junto a mí.

No podía dejar de observar todo lo que nos rodeaba. Con una mano acaricié los detalles en la mesa. Un inmenso sol estaba tallado en la superficie.

 

—Esto es…

 

—Increíble—completé las palabras de Arion.

 

—No pensaba decir eso. 

 

Entrecerré mis ojos hacia él. Silenciosamente le advertía a que se comportara y eso parecía hacerle gracia. Idiota.

 

Los pasos nos hicieron centrar la atención en Breena y una copia suya, pero más adulta. Con rasgos más marcados en el rostro y una mirada mucho más desafiadora.

 

—Ella es Seren, mi hermana.

 

—Regin—se presentó el mismo antes de señalarnos con un ademan— Radella, Arion y Bayard.

 

Alcé una mano con un saludo tímido. Seren lograba intimidarme con esa mirada tan dura.

 

— ¿Qué quieren?

 

—No nos conocemos, pero…

 

—No necesito conocerlos, me basta con sentir sus energías.

 

Alzó el mentón con una actitud amenazadora. Y había criaturas que decían que los seres de luz eran pura ternura. Aquí nada era tierno.

 

—Seren—recriminó Breena.

 

—No me agrada que estén aquí, sin embargo, le prometí a Breena que ayudaría.

 

Sacudió la capa color crema que llevaba, mientras sacaba una pelusa invisible.

 

—Gracias—respondí. —Habrá un fenómeno solar en unos días y necesitamos saber todo sobre ello.

 

Asintió antes de hacer aparecer un libro sobre la mesa. Ella empezó a pasar páginas lanzándonos miradas recriminatorias de vez en cuando.

Cruzamos la línea preestablecida y eso no le gustaba. O simplemente no le cautivábamos. Estaba segura de que la opción correcta era la dos.

 

—El fenómeno solar del que hablas es el solsticio. No entiendo que quieres saber acerca de eso.

 

La condescendencia en su voz me hizo querer poner los ojos en blancos, pero me aguanté. En cambio, Los dos lobos no. Arion soltó aire antes de acomodar su mano bajo el mentón y apoyarse en ella, con aburrimiento.

Quería darle un puntapié para que no molestara a la dueña de casa. Podíamos terminar con un viaje en vano si eso sucedía.

 

—Hay una profecía—inició Regin. —Dice que el día en que el sol y la luna se hagan una, la maldición se desatará.

 

—La historia de la mestiza—apuntó Breena, confundida.

 

Seren me observó con los ojos entrecerrados. Ella esperaba escuchar más. Sabía que había más.

 

—La historia de la mestiza parece ser pura invenciones—digo sin apartar la mirada de Seren. —Antes, durante o después del solsticio va a suceder algo malo. Sin embargo, no sabemos qué exactamente.

 

— ¿Es posible que observemos una conjunción? —la voz de Bayard nos silenció.

 

El pelirrojo sabía cosas. Todo sabían algo, no obstante, éramos tan desconfiados que nos guardábamos para uno mismo.

Recordé de pronto el chismerío que había escuchado en la feria sobre que la luna y el sol entrarían en conjunción.

 

—Sí—respondió Seren pensativa antes de extender un viejo papiro en la mesa. — El día en que el sol y la luna se hagan una—repitió para sí misma.

 

Observé lo que reposaba sobre la mesa, pero no entendía ni un carajo. Al parecer Regin si lo hacía porque movía los labios mientras inclinaba la cabeza hacia las palabras escritas.

 

— ¡No es un acertijo! —exclamó sorprendida Breena.

 

Aparte de los jeroglíficos indescifrables había imágenes. Un sol. Una luna. Puntos con luminiscencia. Marañas de sombras.

 

—Es la palabra viva—sopesó Seren. —El sol y la luna se alinearán en el día del solsticio.

 

— ¿Eso puede pasar? —habló Arion por primera vez.

 

—Si la profecía lo dicta, sí. Aunque nunca vi un evento similar.

 

La curiosidad y el temor se vislumbraban detrás de cada palabra suya. También estaba sorprendida por lo que sea que estaba escrito allí.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.