La Maldición de Cipseel

Capítulo Diecinueve

Realmente no sabía dónde debíamos iniciar el plan de contingencia. Regin miraba pensativo el mapa que estaba sobre la mesa en compañía de Serem.

Arion discutía entre murmuro con Bayard, mientras que Breena repartía té de hierbas.

Hacía girar entre mis dedos el anillo tallado, era una preciosidad con todas las fases lunares en el. Un pequeño obsequio que conseguí con unos artesanos de la aldea.

La aldea. Otra cosa complicada, debíamos mantenerlos a salvo porque ellos por si solos no sé si resultarían eficaces contra las sombras.

 

—Los aldeanos son débiles—apunté sin dejar de mirar mi anillo.

 

—Hay guardianes suficientes para salvaguardarlos.

 

Quise rodar los ojos ante esa expresión. Me tenían harta con que todos aquí eran suficientemente fuerte o poderoso para enfrentar cada situación, sin la ayuda de nadie.

Aguanté el impulso y solté aire.

 

—No es por desmerecer vuestro trabajo—volteé hacia Regin—, pero si todos los monstruos encerrados bajo encantamientos son liberados la cosa no será tan fácil.

 

Bayard carraspeó con tal fuerza que terminó tosiendo. Enarque una ceja hacia él. Sentía la mirada penetrante de Arion sobre mí. Percibía esa misma energía que cuando lo conocí. Una energía fuerte y reacia en hacer amistades.

 

—Creo que estamos perdiendo tiempo aquí.

 

Serem soltó una risa burlesca.

 

—Sí, estamos perdiendo el tiempo buscando una solución para lo que se aproxima—respondió sarcástica.

 

—Pelear, eso es lo que haremos—contraactacó el pelirrojo.

 

—Realmente los lobos son unos cavernícolas que solo piensan en pelear—señaló furiosa. —No son capaces de usar ese cerebro que llevan de adorno, si es que lo llevan.

 

—Debemos irnos—corté nerviosa.

 

Breena lanzó una mirada de advertencia hacia Bayard. Este ignoró olímpicamente a la bella criatura saliendo del lugar.

La reunión ya estaba demasiado tranquila para mi gusto.

 

Arion se levantó serio, sin mediar palabras. El guardián agradeció cortes y yo le regalé una sonrisa de disculpas a Breena, ella se notaba tensa, como también decepcionada.

 

—Gracias por aceptarnos en su hogar—susurré hacia Breena.

 

A Serem le hice un ademan y asentimiento con la cabeza. Extendió un pequeño libro hacia mí.

 

—Podría ayudarte en algo—su voz neutra me generó escalofríos.

 

Me despedí rápidamente y salí detrás de mis acompañantes. Un poco molesta pase por el costado de Arion hasta agarrar el brazo de Bayard.

 

— ¿Qué mosca te pico?

 

Se zafó de mi agarre.

 

—Ellas no nos iban a ayudar.

 

— ¿Por qué estás tan seguro? —gruñí enfadada por su actuar.

 

—Porque nosotros siempre resolvemos los problemas por nuestros propios medios.

 

Nos adentramos por el mismo pasadizo hacia el hogar de las Hijas de la Tierra.

La declaración de Bayard me indignó bastante.

 

— ¿Yo soy una maldita estatua?

 

—Tienes intereses de por medio—espetó mirando detrás de mí.

 

No tenías ser inteligente para saber a qué se refería. Pero estaba muy equivocado. Por más que no era del agrado de todas las criaturas en Cipseel estaba dispuesta a ayudarles.

 

—Te estas comportando como un idiota.

 

—Silencio—murmuró Arion cogiéndome del brazo.

 

Cuando abrí la boca para replicar posó su mano sobre mis labios y choqué contra el duro cuerpo de Bayard. Estaba tan sumergida en mi discusión con el pelirrojo que no noté la presencia de la sombra.

De repente el aire gélido me heló las venas y la débil energía de una duendecilla me puso alerta.

Cerré los ojos y busqué el origen del poder. Regin silencioso, como es costumbre de los guardines, se adelantó.

Sigilosamente saqué la mano de Arion de sobre mi boca y miré por sobre el hombro de Bayard.

La negrura de la oscuridad era el escondite perfecto de no ser por la luz que emanaba Aziza arrinconada contra unas rocas.

Abrí mi mano y empecé a murmurar palabras sueltas mientras veía a Regin alzar la lanza hacia esa criatura del mal. En una fracción de segundos desapareció y la pequeña duendecilla cayó contra el suelo.

 

— ¡Suéltame! —vociferé hacia Arion al notar que su mano seguía sujetándome el codo.

No tenía la intención de liberarme. Entonces, sin pensar demasiado usé un poco de magia y me liberé empujándolo hacia atrás.

Él me observó sorprendido por haber usado mi magia con él.

No me disculpé y apresuré mis pasos para llegar hasta Aziza. Me aseguré de que estuviera bien y después examiné cada rincón de aquel lugar sin éxitos.

 

— ¿Cómo llegó esa cosa hasta aquí? —inquirió el pelirrojo mientras ayudaba a la duendecilla a caminar hacia la salida.

 

—Están por todos los lados—respondió la pequeña criatura. —Es una locura, nunca vi tantos.

 

Temí lo peor. Mi mente me decía que era tarde. Pensé en Vientos, en los aldeanos quienes estaban más indefensos.

Necesitaba más tiempo para averiguar cómo detenerlos.

Miré desesperada hacia Arion, él tenía el rostro como una piedra, sin emociones. Su expresión vaciló un poco al ver mi rostro y caminó hacia mí.

 

—La batalla está iniciando—informó Regin cuando salimos de la oscuridad.

 

Sentía el temblor debajo de mis rodillas y una mano sobre mi espalda baja tratando de calmarme.

 

—Debemos hacer algo—murmuré.

 

—Lo haremos—susurró Arion cerca de mi oído.




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