La Maldición de Cipseel

Capítulo Veinte

El asunto estaba complicado, por así decirlo. Regin nos abandonó cuando pusimos un pie próximo al hogar de lobos. Bayard se adelantó hacia donde vivía mientras que yo mantenía los ojos en dirección al bosque muerto.

Debía rodear si quería llegar junto a Vientos. Siendo sincera me preocupaba más el viejo ermitaño que el hogar donde estaban los míos. Ellos sabrían cómo defenderse, el viejo de Vientos no.

 

—No es una gran idea ir hacia allí—señaló Arion.

 

—Es el camino más rápido, lo sabes.

 

—También sé que puedes desvanecerte en las sombras y trasladarte donde desees. 

 

Tenía razón, pero no quería gastar energía en eso. Aunque en ese momento no me importaba tanto.

Observé fijamente al lobo. Él estaba indeciso sobre qué camino tomar. Su instinto natural le decía que debía proteger a los suyos. Sin embargo, en su rostro se reflejaba la batalla interna sobre cómo debía actuar.

 

—Ve, ayuda a los tuyos o a quien sea.

 

—No quiero que te quedes sola, cabeza de zanahoria.

 

Le regalé una sonrisa tratando de transmitirle tranquilidad cuando eso no era nada d elo que estaba sintiendo.

 

—Sabes bien que puedo defenderme y creo que ayudaremos a más criaturas si es que lo hacemos por separado—señalé.

 

Suspiró cansado y se ubicó a centímetros de mí.

 

—Sé que eres capaz, solamente mi lado protector no quiere aceptarlo.

 

Alcé una mano y acaricié lentamente su mejilla. Él cerró los ojos dejando llevar por el roce. Buscando una tranquilidad antes del caos.

 

—Cuídate mucho—susurré.

 

—Tú también, cabeza de zanahoria—se inclinó i plantó un beso sobre mi cabeza.

 

Sin querer alejarme di dos pasos lejos de él, le sonreí una vez más antes de esfumarme entre la niebla.

Pronto ya estaba a metros de la casa de Vientos, aquel lugar estaba más sombrío que de costumbre.  No esperé una invitación, caminé apresurada y sin pensar dos veces empujé la puerta con fuerza.

Por un pelo y me estampaba contra el piso. La puerta no estaba con seguro y eso me alertó, temía haber legado muy tarde. Sin embargo, no fue así. Vientos apareció con libros en una mano y alguna rara hierba quemándose en la otra.

El incienso tenía un olor peculiar que generaba picazón en la nariz.

 

— ¿A quién intentas matar?  

 

Moví la mano alejando el humo de mi rostro.

 

— ¡Oh! No te oí llegar Radella—echó los libros sobre la mesa sin preocupación. —Es para espantar la mala energía.

 

—Vientos, debes acompañarme. Necesito llevarte a la mansión, allí estarás a salvo y deja de quemar esa cosa, por favor—señalé tosiendo.

 

—No pienso abandonar mi hogar.

 

—Es peligroso.

 

Miró a su alrededor con cariño y preocupación. No quería dejar sus cosas.

 

—Entiendo, pero es necesario—murmuré cuando no volvió a dirigirme la palabra.

 

—¿Por qué te preocupa tanto un viejo gruñón? Deberías estar ayudando a los tuyos.

 

Impaciente golpee los pies contra el suelo.

 

—No me pongas sentimental, Vientos—algo molesta camine hasta él. —Este viejo gruñón nunca me dio la espalda y es uno de los míos. Eres mi amigo, Vientos. Acompáñame, por favor.

 

Sus ojos de distintos colores me observaban con una dulzura que nunca antes vi en él. Aparté la mirada porque si me demoraba un segundo más terminaría derramando lágrimas.

 

—Está bien. Trae mi cuaderno de pociones.

 

Le pasé su pedido antes de extenderle ambas manos y esfumarnos. Llegamos por atrás de la mansión y fuimos recibidos por Horus. Él saludó rápido a mi acompañante antes de decirle que se adelante. Vientos se encogió de hombros y fue hasta donde Raisa le esperaba.

Mis ojos volvieron a fijarse en Horus. Su rostro emanaba malhumor y cansancio.

 

—Dime que sabes algo.

 

Asentí y empecé a caminar hacia la biblioteca, podía sentir a Zephyr allí.

No tenía todo el asunto claro, pero si lo suficiente para comprender que iba a suceder o mejor dicho qué estaba sucediendo.

Zephyr alzó la mirada de su libro cuando me vio entrar. La preocupación había acentuado aún más sus rasgos. Se veía más anciano.

 

—Habrá una luna llena mañana o en dos días. Justo en el solsticio, creo.

 

— ¿Qué tiene eso que ver con que los monstruos han aumentado allí afuera?

 

—En cada luna llena se libera una gran cantidad de energía.

 

Horus presiono su cadera contra la mesa antes de cruzarse de brazos y mirarme expectante.

 

—Exacto, eso sucede siempre. No tendría que afectar nada.

 

Suspiré cansada de su tono condescendiente. Tenía una teoría que cada día tomaba más fuerza, Katrina le echaba un velo sobre la cabeza cada vez que nos visitaba.

 

—Está vez—señalé con un dedo—cuando el día se vuelva un poco más largo se prevé una conjunción.

 

—Un eclipse—murmuró Zephyr, alarmado.

 

—Ese maldito eclipse romperá el equilibrio entre la sombra y la luz.

 

—La maldición—habló Horus.

 

—Exacto, todos los seres desterrados estarán libres y me temo que eso ya haya iniciado.

 

Zephyr empezó a mover todo en la biblioteca, muchos papiros se extendían por todo el lugar.

Unas cartas se escribían sola y sabía que irían a cada casa de Cipseel, anunciando el mal.

Una vez más el mal veía bajo el sello de los oscuros.

 

—Debemos idear algún plan…

 

Una molesta energía comenzó a darme comezón y no pude aguantar cerrar los ojos con pesar.

 

—Eso ya está en proceso, pequeña—la fingida dulzura de Katrina me molestaba más de lo que debería. —Déjanos a nosotros ese trabajo.




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