La Maldición de Cipseel

Capítulo Veintiuno

Frustrada daba vueltas todos mis libros buscando algo que sirviera. Capturar una sombra, luchar contra una sola era agotador, no quería imaginar cómo sería con miles más.

Dentro de un buen rato la conjunción se dará completamente y en las últimas horas no he hecho más que revolver libros.

La situación me sobrepasaba. No sabía exactamente cómo iba a mantener a salvo a los novatos y Vientos, que por cierto estaban en la sala de prácticas de pociones.

Cuando regresé junto a ellos estaban encapsulando líquidos curativos y sujetando hierbas para ahuyentar el mal. Lo último no estaba tan segura de que iba a funcionar, pero decidí callarme.

Trataban de mantenerse ocupados para evitar pensar en todo lo que estaba ocurriendo. Dentro de la fortaleza que llamamos hogar estamos protegidos debido a las guardias que cubrían el lugar. Muchos oscuros estaban renovando constantemente la cúpula que nos rodeaba.

Ya había decidido que hacer, solo debía esperar a que el eclipse terminara.

 

—Declan—se volvió con tanta rapidez que su cabello negro le cubrió la cara.

 

—Dime—respondió mientras hacía un nudo son su cabello sobre su nuca.

 

—Sabes invocar guardas—apunté, pero el negó—Horus una vez lo comentó, eres bueno.

 

—Solo seguí los pasos y funcionó—se encogió de hombros—No pensé que iba a funcionar.

 

—Eres un bruto—señaló Raisa. —Todo lo que tenga que ver con protección se le da bastante bien—informó mirándome.

 

Me quedé en silencio sopesando el plan improvisado que mi cabeza empezaba a trazar.

Sentía la mirada de los cuatros sobre mí. De repente Vientos carraspeó y con esas cejas fruncidas me miró expectante.

 

— ¿Qué tienes en mente, Radella?

 

Me acerqué a ellos para crear un circulo confidencial.

 

—Aquí estamos protegidos debido a la magia, pero allí afuera los aldeanos, las hijas de la tierra y todos los demás no tienen la protección que poseemos nosotros. 

 

—Podemos traerlos aquí—murmuró Asper.

 

—Mientras que intentas convencerlos será muy tarde.

 

Asentí dándole la razón a Vientos. Tal vez traer a los aldeanos sea más fácil que intentar mover a las duendecillas. Esas pequeñas criaturas no podrían un pie en este lugar sin luchar con uñas y dientes.

En cuanto a los lupis. Eran demasiado orgullosos y protectores con su guarida que no dejarían su hogar fácilmente.

 

—Sería más fácil crear guardas en sus hogares—apunté. Solo había un problema. Declan solo no podría.

 

—A mí se me da fatal—aclaró Asper. —Raisa y Declan aprobaron las bellísimas clases de Horus.

 

—Es muy arriesgado y llevaría mucho tiempo hacerlo en cada hogar…

 

Y una vez más Vientos tenía razón.

 

—Lo que podríamos hacer es encontrar un punto de convergencia—explicó Raisa entusiasmada. —Un lugar donde no tengan problemas para reunirse.

 

—La aldea es el lugar más neutral para todos los habitantes de Cipseel.

 

Todos asintieron de acuerdo. Para llevar a cabo el plan debía informar a Regin, él ayudaría a juntar a todas las criaturas en un lugar.

Debíamos hacerlo cuanto antes porque una vez la conjunción se acabase sería muy tarde.

 

—Debemos movernos. Asper, te quedas con Vientos y ambos se cuidarán con la vida.

 

—Así será, Radella—sentenció serio.

 

—Nosotros iremos a la aldea—informé a los otros dos.

 

Las fiestas quedaron varadas con tantas criaturas malvadas sueltas. Era una pena que el festival del solsticio se haya acabado sin antes iniciar correctamente.

Vientos nos llenó de mercancías y rogó mil y una veces que nos cuidáramos. Mis novatos, que ya no parecían novatos, estaban ansiosos y nerviosos.

 

—Si las cosas se complican llámame—le pedí a Asper—sabes cómo comunicarte conmigo, después de todo ya eres un oscuro más.

 

Movió la cabeza en afirmación. Estaba muy segura de que le iría muy bien, de que cuidaría muy bien de Vientos.

Envié susurros a Regin, pidiéndole una reunión en la aldea. No había contestado.

Se suponía que el invierno ya llegaba a su fin, pero el frio cortante decía todo lo contrario. Las piedras negras de las casas, más el ambiente helado hacia que aquel lugar fuese aterrador. No había siquiera un mísero movimiento a las afueras de las casas.

Muchas tiendas, que días atrás estaban abarrotadas de obsequios especiales, se encontraban destrozadas. Parecía que un huracán había pasado llevando todo a su paso.

 

—Esto es horrible—susurró Raisa con la voz temblorosa.

 

—Shh—trató de calmarla Declan.

 

Giré con rapidez cuando sentí una presencia detrás de nosotros. Puse a mis acompañantes a mis espaldas y abrí los puños lista para invocar a todos mis demonios de ser necesarios.

Una armadura dorada venía bajando por el camino de¿onde minutos antes habíamos pasados.

Zakiel.

 

—Regin me ha mandado.

 

Suspiré aliviada.

 

— ¿Dónde está él?

 

—Con las duendecillas, ayudándoles a resguardarse.

 

—Tengo un plan—frenó en seco al oír lo que salía de mi boca. —Es en serio.

 

Si Regin estuviese aquí sería más fácil. Él comprendía rápidamente lo que intentaba hacer.

 

—Te escucho, Radella.

 

Le comenté sobre la guarda que queríamos poner en la aldea. De lo seguro que podría ser para otras criaturas, siempre y cuando aceptasen venir a este lugar.

 

—Si eso realmente protegerá a los inocentes no veo porque no intentarlo—repuso. —Deberían empezar ya, por ahora esta zona esta despejada, pero no será por mucho tiempo.




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