Capitulo 1: Erase una vez

Hoy es el gran día en el cual yo seré por fin coronada princesa, en el reino de inverna todo es tan maravilloso, su mitología, fauna y flora. Cada día aquí era único, sorprendente, pero había secretos que aún no se eran revelados a el pueblo. Todo era casi perfecto o tal vez yo solo estaba pensando en lo bueno que fuese mi coronación. El día estaba más tranquilo de lo normal los pájaros cantaban, la gente hacia su trabajo era increíble ver como todo el reino esperaba este momento, pero algunos miraban el reino con odio, desprecio, como si supieran lo que pasa dentro de las puertas de este castillo. Mi cabeza se comenzó a preguntar ¿Enserio quería convertirme en princesa para ver como mi reino me odia por las decisiones anteriores de mis padres? daba vuelta en mi mente tratando de encontrar la respuesta, hasta que alguien interrumpió mis pensamientos, una sirvienta.

- ¿Señorita Ivette esta lista para la coronación?

-Ya casi, solo estoy cepillando mi cabello-dije insistente, era casi la décima vez que me preguntaban si ya podía bajar, aunque no estaba lista mis manos temblaban, el sudor frio se hacía presente y mis ojos estaban cristalizados de solo pensar que mi fin llegaría, cuando se había visto a una princesa de esta manera dudando de las decisiones de sus padres.

- no este nerviosa, todavía no puedo creer que en unos minutos usted será la princesa de inverna, yo solo recuerdo cuándo usted era una pequeña niña de seis años y corría por todas partes.

-Han pasado doce años, extraño mi niñes-dije nostálgica.

-La debo de dejar señorita Ivette, ya es momento y no creo que su padre me quiera ver aquí, con su permiso, me retiro.

Al salir la sirvienta me había dejado sola aunque siempre tuve la duda de por qué a mi padre no le gustaba que ella me hiciera compañía, yo debía terminar de arreglarme para esa ceremonia tan esperada, pero algo en la gran ventana había llamado mi atención, era una persona mirándome fijamente, pero no la podía distinguir estaba cubierta con una capa de un color que jamás había visto en este reino. Decidí salir rápidamente de mi habitación con ese gran vestido acompañado de zapatos incomodos, me dirigí hacia el jardín, pero no había nada, tal vez solo estaba imaginando cosas, deben ser los nervios de la coronación, estoy alucinando seguramente.

-Buenos días, majestad-dijo apareciendo de la nada como si de una sombra se tratara, me miró fijamente, sostuvo mi mano, dándole un cálido beso disfrazado de frialdad y elegancia.

Sentí como el rubor de mis mejillas se hizo presente, levemente giré la cabeza para que no se notara. Era una persona que no podía distinguir estaba tapada totalmente, lo único que podía ver eran sus ojos color verde y por su voz suponía que era un chico, talvez un año mayor que yo.

-Buenos días, disculpa ¿te he visto antes?

- Seguramente no, no soy de aquí vengo de un reino muy lejano, pero hasta allí se escucha que la nueva princesa es una chica muy guapa.

- Debes irte de aquí o mi pueblo se asustará, además deja de coquetearme.

-Como digas preciosa, tú brillo es único y eso llama la atención de ti, espero verte luego mi querida princesa, tal vez más pronto de lo que crees-Se despidió con una reverencia y una sonrisa que me daba miedo.

-Yo no soy tu princesa ahora vete.

Pérdida de tiempo, cuando yo dije las últimas palabras él ya se había ido, era una despedida, ¿cuánto duraría? no lo sé, pero esperaba que lo suficiente para que este reino deje de desconfiar, me negaba que ese desconocido tan atrevido volviera aparecer, la futura princesa ivette, discutiendo con un extraño, hay no, al cabo solo debe ser un ladrón más que busca dinero. Toqué mi vestido y me di cuenta de que tenía una flor de origami, la sostuve en mis manos unos segundos antes de romperla, no tenía tiempo para pensar en un extraño, de tantos pensamientos no me di cuenta de que la sirvienta nuevamente se acercó a decirme algo.

-Señorita Ivette el momento ha llegado.

Ya era la hora de que mi reinado comenzara, ya estaban todos de pie esperándome. Al llegar a el salón, estaba completamente lleno, como si fuera uno de los momentos más esperados de mi familia, un sueño hecho realidad y una pesadilla a el mismo tiempo. Al llegar tome asiento en mi trono, ahí estaban mis padres, por respeto, el rey fue el primero en hablar.

-El momento ha llegado mi pequeña flor, no estes nerviosa, eso es momentáneo, goza esta noche tanto como puedas, es tu momento mi futura princesa -dijo mi padre mirándome con orgullo.

-Tu padre tiene razón mi pequeña flor, es un día muy especial para ti, estamos ansiosos de que todo salga perfecto y tu seas feliz.

Y en ese momento sentí como todo lo que había construido se desmoronaba, todo se oscureció.

-Hola queridos, ¿me extrañaron?, yo obviamente no a ustedes-Dijo lo que parecía ser una señora pero sus palabras fueron acompañadas de una risa malvada.

Las luces se encendieron, pero de un tono rojizo mientras todo estaba destruido, pensando que no podía ser peor, veo a el mismo chico con la capa, yo solo podía tener mi cara de asombro.

-Soy la hechicera Odessa, que ha venido a buscar a la futura princesa Ivette, la necesito para que todos se olviden de ella, siendo más directa la matare para que este reino muera de tristeza y deje de existir.

Estaba paralizada por el miedo, quería agarrar algo con lo que podría defenderme, las luces parpadean al tictac del reloj, corrí tan rápido como pude, entre lágrimas me lamentaba de dejar a mis padres, pero con este vestido no podía ayudar, me dirigí a mi habitación, corrí tanto como pude, las piernas me dolían, las paredes se empezaban a hacer más pequeñas, hasta que por fin llegué a la puerta, antes de entrar pude escuchar un grito de la hechicera.

- ¡Puedes huir, pero no esconderte Ivette donde sea que estes, yo te encontrare y te matare ese será tu destino!

Llegue a mi habitación, era increíble como todos los muebles estaba desordenados, rotos, nada estaba en su lugar, me acerque a el armario, estire mi brazo hacia la puerta y la abrí desesperadamente, mi vista se desvió hacia una caja con un lazo blanco acompañado de unos destellos que sobresalían de ella.