La Maldición de la Luna de Sangre

Kevin Grant

La sucesión interminable de pinos me estaban volviendo loco, cierto es que estudié ecología por amor a la naturaleza, pero es muy diferente conocerla por medio de libros de texto que vivirla en persona, donde todas mis alergias se anteponían a mis sentidos, trayendo consigo una tos descontrolada, irritación ocular, y un moquillo que me recordó la enfermedad de mi perro fallecido cuando niño.

Aun así, todo era soportable en comparación con esta película eterna de follaje perfectamente irregular, cada tronco era tan torcido como el anterior y a su vez, opuesto en sus estrías centenarias, preferible jugar en mi Galaxy Tab, salvo que no tenía señal celular, lo que la convertía en algo poco mejor que una roca, libros varios me fueron negados por el ajetreo de la carretera que, en este punto, serpenteaba sobre la tierra semi aplanada de la Sierra Madre.

Trague en seco para luego recordar la motivación que me llevó a este escondido pueblo; una vez graduado le da la razón a mis padres, ambos abogados de vocación titulares en su propio despacho, temidos y respetados en el gremio al punto que se daban el lujo de escoger sus casos, todos ellos a favor de quien pagara mejor sus servicios profesionales, "mercenarios de la ley", les grité al anunciarles mi decisión ya tomada. Pagaron mi universidad por compromiso social para luego abandonarme en el amplio mar del desempleo.

¡Quién diría que los grandes contaminadores no requerían los servicios de un ecologista! Fui engañado por los mejores escritores motivacionales de la época, no debí seguir lo que dicta mi corazón, les añadiré una frase cuando publique mi biografía; "un estómago vacío no te brinda felicidad". Muy a mi pesar accedí a tomar la ayuda de mi progenitor, quien gracias a un complicado litigio ejidal, logró los permisos para la extracción de minerales preciosos en un poblado llamado Mazorca.

Me fue pagado por adelantado dado que formaba parte del contrato, mi encomienda consistía en generar los dictámenes necesarios para que comenzara a operar la mina, propiedad de empresarios canadienses acostumbrados a ganar a pesar de que el mundo se fuera al caño, según investigué. Debí trasladarme en persona para documentar las condiciones de suelo, agua, flora y fauna del lugar, todo lo que necesitaba tendría a la mano, así me hicieron saber.

El cielo mutaba de un relajante celeste a un pálido sepia semejando un retrato antiguo, a su vez que el camino descendía dando paso a una pintura de cuestas pronunciadas, el aire salado me recordó lo cerca que me encontraba de la costa, escasos cincuenta kilómetros delante, pasando las montañas más escarpadas, se abría el inmenso mar que proveía de bruma la mayor parte del año.

Debajo se entrevió un disperso grupo de tejados naranjas, partidos por mitad a propósito del rocío denso que alimentaba tan basta vegetación. Una serpiente bicéfala cercaba el poblado, lo cual me recordó el Delta del Nilo con todo y su misticismo antiguo, ¡no era para menos!, este rincón olvidado también pasó de largo al Dios Cronos, haciéndome retroceder tres siglos en el tiempo, no se advertía rastro de lo que conocía como civilización, en su lugar se dibujaba una villa pueblerina de la época colonial.

Una construcción amurallada sobresalía entre el resto de los inmuebles, tan ancha como la mitad de su largo me recordó el estadio de soccer del equipo capitalino, escalonada en sus remates y altas ventanas alargadas, la puerta ocupaba un tercio de su amplitud. Por sus paredes escurrían verdosas figuras puntiformes cual si fuera un enorme caimán midiendo a sus presas previo al ataque.

Tras de la enorme construcción se extendían las mejores tierras de la región, a simple vista lo pude notar, con un nutrido grupo de animales que presurosos buscaban guarecerse a la luz de los últimos haces solares. Más adelante se erguía imponente el Monte Mazorca, ícono del poblado según deduje a simple vista, sobre todo ahora que recién se autorizó su explotación mineral, a pesar de estar rodeado de jorobas milenarias ninguna se acercaba en tamaño a esa enorme mole que lenta eclipsaba todo a su paso.

Al subir la mirada me sobrecogió un cielo estrellado como nunca lo había conocido, el aire limpio de smog y luminosidad desnudaba el cielo mostrando lo ínfimo de la condición humana. Cuatro dedos más arriba apareció la luna, creciente a mi llegada cual si se asombrara al verme, serán mis nervios por no abandonar la mancha urbana hasta esta fecha, lo cierto que me sentí observado, ya sea por el astro o bien, por el gigante inerte que se agrandaba con cada vuelta de rueda; ese Monte tiene vida, pensé

El sonido acuoso relajó mi ansiedad a la par que se intensificaba, pronto una barrera de vegetación espesa nos cerró el paso, si no fuera por el puente de madera crujiente nos sería imposible superar la barrera natural. Dispuestos en tierra nuevamente un rustico anuncio de tablones cazcarrientos me saludó: Bienvenido a Mazorca...




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.