La Maldición de la Luna de Sangre

Monte Mazorca

Con gran pesar me hicieron saber que no había señal celular en todo el poblado, y la energía eléctrica dependía de una serie de generadores a diesel que solo servían a la familia Villa, los grandes caciques de la comarca, por lo cual de poco o nada me hubiese servido cargar mi tableta electrónica. Preferí iniciar la toma de muestras de inmediato para no demorar más de esas dos semanas prometidas.

Una vez fuera de esas altas paredes recubiertas de limo húmedo, me dirigí hacia la parte alta del río, a fin de constatar las observaciones plasmadas en aquella carpeta tan robusta; todo en orden. Tal parece que aquel gigante dormido sudaba pureza líquida, suficiente para los procesos mineros sin dejar de lado las necesidades de los habitantes, nada más restaba que hacer tiempo, para no admitir que me equivoque.

Sentado en una roca bajo un árbol desconocido para mi, aspiré hondo a pesar de mis alergias, el aire puro limpió mis pulmones llevándose parte de mi pesar con la exhalación, una algarabía de aves y grillos en derredor calló de pronto, mutando ahora por el murmullo de las ramas agitadas por el viento, ese siseo se intensificó cada vez más pasando de apenas audible a semejar voces humanas, un cotilleo perturbado de respiraciones agitadas proveniente de lo profundo del bosque, cuesta arriba donde resultaba evidente la nula huella humana.

Agudicé el oído aun contra mi sentido común, que ahora me exigía volver a suelo seguro, entre las voces sobresalió un grito femenino, grueso, firme, ordenando al resto de los entes ausentes, el follaje se agitó cual si fuera atravesado por una estampida de bestias. Más arriba en la cuesta, un resplandor sobresalió a la luz del sol, era un fuego humeante que desprendía un aroma a petróleo quemado, igual a la lámpara de mi habitación.

-Señor Grant- me interrumpió la voz seca de la señora obscura (así la llamé en mi mente por un tiempo)- tiene un trabajo que hacer

Supe entonces que ella era más que la intendente, también estaba tras de mí procurando que no perdiera tiempo

-Ya terminé aquí, puede decirle al Don Villa- cargué mi maletín y pasé de largo sin voltear atrás, perdió mi simpatía antes de ganarla.

La tarde pasó sin novedad alguna, salvo por el caldo de gallina con patas y cabeza incluida flotando en la olla, apenas probé bocado. Entré a mi habitación al caer el sol antes inquietarme con las formas errantes de la luna que tanto me perturbaba, aun antes de llegar al poblado, es mi secreto, solo mi madre lo sabía e incluso, admitió en algún momento padecer de lo mismo.

A lado de la lámpara de petróleo yacía esta vez un pedernal, idéntico al que llegué a mirar en un museo cuando joven, tardé un poco el aprender a usarlo pero finalmente encendí la errante flama. Un nutrido grupo de mariposas nocturnas se regocijó ante tal hecho, danzando alrededor de la oscura luz, ya que la película de hollín en el cristal la tornaba pálida.

En las paredes de vieja cantera se proyectó una película, dada la danzarina flama y la fauna local, el revoloteo de las palomillas rondaba en torno a una mancha en la pared, una fisura entre las rocas añejas, esta pequeña marca de alguna manera me generó afinidad, sentí que lloraba, indefensa ante la enorme superioridad de las sombras errantes alrededor suyo. De pronto esta fisura estática se acrecentó, engullendo al resto de las sombras, de golpe se apagó la flama de la lámpara dejando la habitación en total obscuridad, brinqué a la cama para ya no jugar a adivinar formas en las paredes.

Apenado me encontraba de mi propia sugestión, tentado a firmar aquellos documentos que me liberarían de la obligación contraída por mi padre, alejarme al siguiente día de ese antiguo poblado que por tanto tiempo se mantiene al margen de la llamada civilización, pero tengo un trabajo por hacer, demostrar que no soy la sombra de los renombrados abogados del despacho Grant.




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