La Maldición de la Luna de Sangre

Maciel Villa

De vuelta por la mañana, el cantar de los gallos no fue suficiente para cortar mi sueño, que giró en torno a la enorme luna roja, su tamaño anormal me empequeñeció en mi ánimo, esta vez de pie en centro de un claro libre de pinos, alrededor una bruma espesa me devoró por completo impidiendo mirar más allá del alcance de mis brazos extendidos.

Esa luna ensangrentada parecía bajar al punto de rozar las nubes, gigantesca tal cual es, sentí mancharme con ella con su hemático color. De un momento a otro me encontraba girando sin sentido, la neblina se contagio con un color carmesí empapando mi espíritu, tragué de ese aire impuro y en mi paladar un sabor ferroso me hizo toser sin control.

En la última vuelta que di me frené en seco, dándome cuenta que no me encontraba sólo en el lugar, una mujer extrañamente familiar yacía en posición fetal a escasos diez metros de mí. Absorbido por la fuerza de mi inconsciente caminé sobre esa nube rojiza hasta estar a dos pasos de ella, en ese momento alzó la cabeza para descubrir el rostro casi idéntico al de mi madre, salvo sus ojos que eran igual a los míos, pero ¿cómo pudo ser?

Desperté con un nudo en la garganta, contagiado por el sentir de esa extraña mujer, sus ojos, mis propios ojos, llorando sangre por el reflejo de aquella luna mística, si algo he aprendido en mis cortos años vividos es a no renunciar a lo que realmente quiero hacer, y esta vez ningún deseo es mayor al de estar muy lejos de este extraño poblado, donde la distancia ha puesto pausa al avance del tiempo.

Firmé los documentos a lado de la cama, sobre el buró, y me dispuse a pasar al desayunador. Al ponerme la playera advertí el fuerte olor a axila que desprendí una vez alcé los brazos, "más tarde voy al río", pensé. Giré sobre mi eje y me tomó por sorpresa la presencia de la mujer obscura, con el mismo vestido negro y su semblante serio.

-¿Tan pronto se va?- habló sin mostrar expresión alguna-, quizá no tenga otra oportunidad de hacer lo correcto.

Extrañado por no escuchar la puerta cuando ingresó respondí con desdén- Que se encarguen otros, esta no es mi tierra.

-La tierra es de todos señor Grant.

Me quedé sin habla, esta era una de las razones por la que me decidí a estudiar ecología, el sentir que todos somos hijos de la tierra, aunque esta palabra tenía ahora otro significado, la tenebrosa aura de este poblado en verdad que me estremecía, al grado de no soportarlo.

-Estoy para auxiliarlo- volteó a mirar los documentos antes de continuar-, permítase enmendar los errores del pasado.

Sin prestar mayor importancia abandoné el lugar para pasar directo a la cocina donde ya me esperaba el Sr Villa junto a su hijo, un jovenzuelo no mayor de diecisiete años, robusto de hombros, bien peinado y con la camisa dentro del cinturón, esa formalidad de los chicos de antes, encaminado a ser como su padre si se lo permitiese.

Sin embargo, la convivencia de padre a hijo me resultó incómoda, ya que era el papá quien decidía por él en el comedor, además de que le llamó airadamente la atención cuando intercambió una broma con una de las cocineras, esto me trajo a la memoria mi relación con mi propio progenitor, controlador y opresivo, hasta la fecha lo culpo de mi rebeldía de adolescente.

-Ya le di el visto bueno a los dictámenes señor Villa- le respondí a su cuestionamiento- ¿cuándo cree que pueda retirarme de Mazorca?

Sus labios se deformaron en una sonrisa triunfante- hoy de madrugada salió el transporte, el próximo tardará una semana.

Limpio sus comisuras y se despidió toscamente, dejándome anonadado en la mesa junto a él menor de los Villa

- Yo tengo que soportarlo todos los días- comentó quizá para aminorar mi disgusto.

-Así es mi padre también- tomé un sorbo de té despacio para no tragar el sedimento herbal-, por eso soy ecologistas. ¿Sabes? Si no tomas las riendas de tu vida otros decidirán por ti.

El chico suspiro dejando caer sus hombros- aquí hay pocas opciones; la hacienda lleva siglos de darle sustento a nuestra familia. Ahora que lleguen a explotar el mineral espero dedicarme a eso.

Negé de manera inconsciente antes de responder- ¿y porqué encerrarte en las opciones de este poblado? Sal a la capital si es lo que te llama.

La Maldición no nos lo permite- sentenció sin pensar la respuesta.

La sola palabra “maldición” me estremeció como nunca en mi vida, en otras circunstancias no causaría pánico, pero el pueblo desprendía una sensación inmunda, como de otro planeta, o mejor dicho, de otra era. Olvidado por el avance de la ciencia y la tecnología, y ahora hablaba de una maldición.

¿Cuál maldición?- hablé en voz baja, sin quitarle los ojos de encima

Se me olvida que usted no es de aquí- aclaró su garganta y trago hondo-, hace mucho hubo una injusticia contra una joven de los Higuera, la persiguieron con su bebé recién nacido en brazos, dicen que voló en una peña y se convirtió en espíritu, luego el monte cobró vida y nos vigila que no salgamos de aquí.

Un silencio invadió la mesa, infranqueable a pesar del ajetreo venido desde fuera- ¿y qué pasa si salen del pueblo?- pregunté intrigado.

- El último fue mi primo Pedro Villa, a dos días de estar en la capital lo asaltaron y balearon

Me di por satisfecho, más algo restaba por agregar a la leyenda por parte del joven Villa- la población de Mazorca no crece desde ese tiempo, hay quienes creen que los Villa renacen después de morir, pero esta parte yo no la creo- luego de decir esto se puso de pie y salió tras su padre

-¡Oye!, ¿y tu nombre?- le grité antes de cruzar la puerta

-Maciel Villa, el suyo ya me lo sé, Kevin.




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