La Maldición de la Luna de Sangre

Don Manuel Villa

Esa misma noche me sentí escapar del poblado, cabalgando sobre el lomo de un lento burro que se tambaleaba a cada paso, con una paciencia que desesperaría al más dócil de emociones. Quizá mi inconsciente tiene la misma urgencia por salir de este agujero olvidado por Dios, donde la creencia colectiva de una maldición los tiene condenados a no dejar el poblado por miedo a un destino igual de inevitable, los compadezco.

A pesar de lo tosco del traslado sucedido en mi viaje onírico, me invadió la emoción por volver a mi vida de millenial, rodeada de comodidades superfluas; juegos en línea, videos estúpidos, redes sociales, series de varias temporadas y comida agradable al paladar. Además de ello, ansiaba mirar a Elena, la dulce niña de ojos azules que hace la limpieza en el despacho de mi padre, su tierna voz me hipnotizaba a permanecer a su lado largas horas a pesar que no le es permitido.

Bien recuerdo la ocasión en que estuve a nada de invitarla a salir, portaba una blusa celeste a juego con sus ojos,  jeans negros que resaltaban sus caderas, el cabello sobre sus hombros enmarcando su dulce rostro; justo en ese momento irrumpió mi padre en el lugar reclamándole por la basura en el cesto de su oficina, además  le gritó que no se le pagaba por platicar y menos conmigo, bastó una mirada para hacerme agachar la cabeza; mi inseguridad impidió hacerle frente a mi padre.

La noche se acortó por el sonido mecánico llegado desde la entrada del poblado, un convoy de tráileres rotulados con "Canadian Gold" cruzó por una parte poco profunda del rio, trayendo consigo, según comprobé más tarde, el equipo para iniciar las exploraciones de extracción del áureo mineral.

La primera acción que realizaron fue ocupar toda la ribera del rio con sus enormes plataformas de equipo y algunas casas rodantes, un nutrido grupo de motosierristas no tardaron en ponerse en acción, derribando enormes pinos centenarios. No pasaron desapercibidos para el resto de la población ya que, de manera indiscriminada, ahuyentaron a todo animal que no fuera propiedad de la familia Villa, tal parece que no eran meras especulaciones sobre el desprecio que tenía la compañía extranjera hacia el medio ambiente.

Una vez me di cuenta de las intenciones para con la madre naturaleza, mi indignación me llevó a enfrentar al Señor Villa, quien me recibió pasadas las trece horas en su oficina que a la vez servía de biblioteca familiar, con altas paredes repletas de conocimiento, confirmé entonces que no era un pueblerino del montón en cuanto a cultura.

-Esto es demasiado para una exploración, aún ni siquiera comienzan a extraer mineral y ya se adueñaron del pueblo con todo y sus recursos- abrí la conversación sin miramientos.

-Está autorizado, y el impacto ambiental tiene su aval joven Grant- respondió sin inmutarse frente a mí-  los inversionistas están conformes y creo que podrían contratarlo de planta.

-No quiero vender mi dignidad por unas monedas, yo me convertí en ecologista para hacer bien las cosas- espeté orgulloso.

-Pero si ya cobró para permitir que todo esto ocurra- aguardó un momento para permitirme asimilarlo-,  no deje escapar esta oportunidad, su padre es muy sabio y ha sabido llevar una vida llena de comodidades.

Dio un par de pasos hacia la enorme ventana con vista hacia el Monte Mazorca, para luego perder la mirada en su gigantesca masa-  yo quisiera tener la opción  que usted goza, esa maldita montaña no me permite salir de este lugar polvoriento.

-No me dirá que usted cree en esa leyenda, ¿o sí?- por un momento centré la atención en lo que pudiera decirme de aquel relato fantástico.

-No puedo negar los hechos, quien sale de este poblado regresa de algún modo, pero eso ya se lo contó Maciel, los escuché hablar.

-Y si no puede salir ¿para qué vender el derecho de extraer el oro?-  cuestioné extrañado.

-¡No quiero las ganancias!- se giró bruscamente hacia mí- lo que quiero es acabar con este maldito monte, lo aborrezco, no hay un solo día en que me sienta encarcelado en este lugar.

-Y si está tan seguro de la supuesta maldición ¿por qué no encuentra una solución?- para este punto mi curiosidad dominaba a mi razón.

-La única familia que conoce las artes ocultas no quiere ayudarnos-, dicho esto, sus ojos tomaron el doble de su tamaño-,  aunque quizá usted le haga cambiar de parecer, también habla con los árboles y las piedras ¿cierto?

-No sé qué concepto tiene usted sobre los ecologistas, pero hablar con las piedras no es algo que nos enseñan en la universidad.

-¡Da igual!, usted estudió la naturaleza; si no va a hacer nada puede retirarse mañana mismo, se adelantó el viaje a la capital con todo esto.

Abandoné el sitio con más dudas que respuestas, ¿cómo combatir un mal sobrenatural que radica, según los habitantes de Mazorca, en el monte mismo? mi única opción había sido no dar el aval a la extracción del mineral, argumentando un impacto ambiental desproporcionado, y ahora el cacique me pide que hable con los brujos de la localidad.

Agobiado por semejante disyuntiva, salí a tomar el aire bajo un árbol espinoso y lleno de vainas, el sol pegaba a plomo haciendo difuminar el horizonte por los vapores emanados de la tierra, eran tan solicitadas las sombras de la flora local que debí compartir el lugar con un infante de escasos cuatro años, quien jugaba despreocupado con un muñeco formado por calcetines viejos y algunos luchadores de plástico magullados.




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