La Maldición de la Luna de Sangre

El brujo

Opté por quedarme en mi habitación, cavilando sobre mis recientes decisiones en contraste con mis valores personales; recién presté mi firma para que iniciaran los trabajos de explotación de esta región, con los daños ambientales que conlleva, siendo que mi profesión procura todo lo contrario, salvaguardar el medio ambiente.

A mi mente llegaron recuerdos del día en que anuncié mi decisión, "quiero ser ambientalista", le grité a mi padre, "mercenarios", continué cuando me argumentó el bajo ingreso de esta profesión. Finalmente le estoy dando la razón con mi actuar, he ratificado dictámenes sin revisarlos con detenimiento, solo por el compromiso del pago previo, y ahora la oferta es dedicarme de lleno a solapar actos de rapiña por los recursos de la tierra.

-¿Se va tan pronto? -Habló tras de mí la mujer obscura, dando cuenta de una maleta a medio hacer.

-Ya cumplí con mi trabajo- respondí con la cabeza baja-, vienen buenas cosas, habrá trabajo para los pobladores con la apertura de la mina.

-Usted no ha terminado señor Grant, no puede dejar ser este pueblo, depende de usted- en ese momento al fin demostró tener emociones esta mujer tan reservada, era desesperación lo que la invadía.

-Ya no puedo hacer nada- sentencié sacudiendo los hombros-, mañana me voy, ya no hay tiempo.

-El tiempo es eterno, señor Grant.

Terminé de guardar un par de libros y un cúmulo de ropa sin doblar para economizar algunos minutos, al recobrar mi postura erguida ella ya no estaba.

Aún restaba escasa una hora al día, la luz solar caía horizontal proyectando al enorme gigante que en silencio vigilaba la vida de los pobladores, realmente se sentía vibrar su enorme cuerpo, latiendo cual si estuviera vivo. A sus falda, un sin fin de pinos e inmuebles alargaba su silueta queriendo escapar de sus garras, no lo lograrían, quien osara trascender más allá de su esfera de poder lo alcanzaba la muerte, para retornarlo a este pueblo maldito, al menos eso decía la leyenda.

Me consternó el hecho de que, incluso ese niño ignorante de los problemas adultos, conocía la popular leyenda, al grado de decir que él era uno de los infortunados, quizá también sea cierto que los muertos renacen para continuar su sentencia eterna, tal como dijo Ana Higuera. Si fuere cierto, ese niño me proporcionó otro dato; la luna revivió al monte, de poco o nada sirve, parto mañana.

Encaminé mis botas al exterior para recordar este aire fresco que tanto bien le hace a mis pulmones, aunque tortura mi garganta, ojos y nariz por mis alergias, estando ensimismado cayó pronto la noche.

Mientras continuaba mis cavilaciones, fijé la vista en una humilde casa ubicada sobre una colina, visible a pesar de lo alto de los muros de la hacienda, una tenue luz la iluminó pero no provenía de dentro, la luna creciente lucía más grande que la noche que llegué, concentrando sus haces sobre la pequeña cabaña.

Una fuerza sobre natural me hizo caminar con rumbo bien definido, aunque lo desconociera conscientemente, salí de la hacienda y avance por una calle empedrada semi vacía, al final de esta, un sendero flanqueado por densa vegetación zigzagueaba cuesta arriba, ¿pero qué estoy haciendo?, pregunté para mí.

Al acercarme, me recibió un curioso perro lampiño y de piel tan obscura, que lo noté hasta tenerlo demasiado cerca, sin embargo no me ladró, más bien parecía recibirme de manera amistosa y caminó a mi lado hasta la puerta de aquella construcción de madera enmohecida por el tiempo, que se alzaba confundiéndose con la naturaleza, una escena extrañamente familiar.

Antes de llamar a la puerta, esta se abrió a mi llegada exhalando una bocanada de hierbas aromáticas, para luego exhibir ante mí una imagen conocida de mis albores como artista plástico, es decir, mis primeros dibujos infantiles. Una mesa circular justo en el centro dominaba la estancia, con una silla a cada extremo de su diámetro, sobre ella una humilde olla de barro con dos tazas del mismo material y algunas piezas de pan.

De uno de los rincones se materializó un anciano encorvado, de barba densa grisácea, rostro surcado por los años y ropas gastadas. Con un ademán me hizo sentar para acercarse y tomar la otra silla, con paso lento apoyado en un bastón labrado con extraños símbolos.

-Lo estaba esperando- hablo con voz áspera-, sirva su tasa, yo podría derramarla.

Obedecí dudoso del contenido de la olla- ¿Sabía que vendría? - pregunté al tiempo de tomar una pieza de pan, luego me avergoncé de mi mismo por confianzudo.

-Sí, pero no sabía cuando.

-¿Pero ya tenía preparado el té?- cuestioné con ironía.

-Siempre lo tengo preparado- me lanzó una sonrisa cálida.

Dudé en abrir una conversación con el anciano, no sabía que decir, ¿por qué me encontraba ahí, qué fuerza me movió hasta esa cabaña, y cómo es que ya me esperaba?, así que me limité a beber la infusión caliente a espera que él abriera el debate. Esto llevó demasiado tiempo y el silencio resultó más siniestro que la escena misma.

-¿Usted quién es?- le dirigí sin mucho tacto

-Ya nos presentó el señor Villa- respondió dejando salir algunas migajas de pan sobre la mesa-, mi familia ha dado salud a todo aquel que quiere ser sanado; soy un médium de la madre tierra.




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