La Maldición de la Luna de Sangre

La Partera

Una mala noche había pasado con el ruido de la lluvia sobre las tejas, los relámpagos sonoros no dejaron de caer flasheando al interior de mi habitación. Aunado a ello, dentro se escuchaba el chapoteo de las no pocas goteras. Finalmente me puse en pie y, con ayuda de una vela, di cuenta que faltaba media hora para las cinco de la mañana, hora en que debería partir del poblado, esta terrible noche fue el último clavo a la tumba de mi paciencia.

Salí al patio central de la hacienda, donde una coreografía de vaivenes se llevaba a cabo, me lamenté no tener un impermeable conmigo, pero hasta no abordar el vehículo que me sacaría de ahí una sudadera con gorro serviría, al fin que la tormenta menguada hasta volverse agujas de agua que golpeaban en horizontal debido al viento. Hundí mis botas en el fango luchando por no perder el equilibrio, para luego caminar hasta donde se formaban los vehículos de la empresa Canadian Gold, donde me encontré al joven Maciel a bordo de una cuatrimoto, en compañía de uno de los empleados de la hacienda.

-Señor Grant- habló fuerte, para que el viento no se llevase sus palabras-, malas noticias.

- ¿Qué pasa?-, respondí más fuerte todavía.

-El río creció hasta arrastrar el puente, se lo llevó y no hay manera de salir.

Una profunda decepción debió aparecer en mi rostro, ya que chasqueé los dientes al momento de girar el cuello con enfado- ¿entonces hay que esperar que baje el río de nuevo?- pregunté con desgano, él se limitó a asentir, un sonoro rugido del cielo selló esta condicionante.

Descendió de la cuatrimoto para acercarse, luego habló con tono de súplica- se está murmurando en el pueblo que me han visto con Ana, le ruego no alimente las habladurías, mi padre no tolera que me mezcle con las plebeyas, y el papá de ella es capaz de matarla.

Asentí con los ojos desorbitados, sin creerlo del todo, luego atendí a mi curiosidad.

-Sobre la...maldición, ¿cómo fue que atendió su parto Elba Higuera?

-Las parteras atienden todos los nacimientos- respondió con obviedad-, los humildes asisten con ella, para los Villa viene hasta acá.

No quise preguntarle cómo llegar a ella, dados los recientes hechos deduje que llegaría sin necesidad de mapa, o bien, preguntando a los lugareños de un sitio tan pequeño donde todos se conocen.

La cocina ya desprendía aroma a canela, lo que me sedujo a esperar lo que debería ser el amanecer bajo las nubes en Mazorca, rendido por la imposibilidad de alejarme de este rincón rodeado por ríos crecidos, supe que en realidad el tiempo no era un inconveniente para seguir saciando mi curiosidad, la vida a pesar de la tormenta continuaba sin demora entre los habitantes del poblado, quienes si no trabajaban no comían, todos los empleados de la Hacienda los Villas asistían a labores a pesar de la lluvia.

El último sorbo de canela inyectó calor a mis venas, luego salí de la hacienda jalado por la seguridad de mis pasos, a pesar de la ventisca helada que me empujaba en sentido contrario, sin un camino definido pero con la certeza de mi último destino, encontrar a la partera que, con algo de suerte, aportaría luz a esta loca idea de una maldición que revive a los habitantes para sumirlos en un ciclo eterno dentro de Mazorca.

A mi paso escrutantes miradas giraban siguiendo mi avance, todas me reconocían seguramente de la noche anterior en que salí de entre la maleza en compañía del menor de los Villa y la joven Higuera, simulé no notarlos mientras el camino se volvía cuesta arriba, donde el empedrado se diluía con el lodo escurrido desde el Monte, a las faldas de este, una pequeña casa se distinguía entre las demás por su pulcritud en sus acabados, a pesar de ser de madera. Una extraña familiaridad me consternó, semejaba el lugar de donde partí en aquel sueño, el punto de partida para abandonar el poblado.

Tras llamar a la puerta, una adolescente abrió reticente al saberme extraño, noté al momento su enorme vientre de quizá ocho meses; tras ella apareció una señora de edad avanzada- ruego nos disculpe, pase a resguardarse- habló la señora mayor.

Dentro no difería demasiado de una casa común, salvo que en una habitación contigua, a simple vista advertí el lugar donde venían a la vida los habitantes de Mazorca.

-En que puedo ayudarlo- habló la señora.

-Son extranjero en esta tierra y...- no encontré palabras suaves para explicar el motivo de mi visita- estoy interesado en la maldición que los oprime.

Sus ojos se ampliaron al doble de su tamaño, arrugado la frente por la sorpresa, me tomó de los hombros para mirarme de cerca, sin decir palabra por varios eternos segundos, luego continuó.

-Tu sangre ha vuelto justo a tiempo

Extrañado eche mano del argumento local- el tiempo no existe.

-El tiempo es la cárcel, tu sangre es la llave para liberarnos de esta maldición.

Incómodo, quise alejarme en ese instante, tal como sucedió con el brujo, sus pinzas de carne no me permitieron, murmuró cosas inaudibles para luego informarme lo que ya sabía.

-Estamos en octubre y esta noche hay luna llena- hablo con desesperación desmedida.

-Perdón, no le entiendo- respondí desconcertado por estos datos irrelevantes.




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