La Maldición de las Cortes (the Courts #1)

CAPITULO 4. Ojos azules.

En teoría, una caída de unos catorce metros de altura como mínimo había tenido que dejarme falleciente si no era matarme, pero no, imagino que las grandes hojas de los árboles y esas largas ramas o la cantidad de la cosa blanda debajo de mí tenían que ver con mi repentina supervivencia.

Yo era egoísta, pues, en algún momento después de despertarme había deseado locamente morir, pero después de pensarlo, estaba agradecida por no morir con la fragilidad que se manejaban los humanos, yo me sentía terrible por no saber que quería en realidad.

No sentía mucho y lo poco que percibía era oscuridad y las estrellas además de la fría tierra, eso fue me hizo darme cuenta de otra cosa, allá arriba todo era verde y color en su esplendor mientras que aquí abajo, al inicio de otro bosque, todo era blanco, tanto blanco que creí que estaba en el cielo, del que tanto hablaban los humanos. Eso me dio que pensar y yo no quería hacerlo. No era tierra sino nieve.

Entonces deje de pensar en el cielo y los recuerdos se asentaron como una profunda carga penitenciaría que tenía que llevar conmigo. Entonces el corazón se me partió y un sollozo desgarrador profano los secretos de mi garganta.

Mi padre, el gran rey de la Corte de Verano, había muerto y junto él a su reina.

Mi hermana menor, Summer, tendría que elegir un marido de categoría alta que no amaba para gobernar nuestro pueblo en lo que trataría de llevar el nuevo orden de la Corte de Verano y mi hermano Kalay sería enviado o bien al frente de las tropas a su entrenamiento como todo buen príncipe mucho antes de la fecha, o seria comprometido con alguna otra buena princesa para gobernar un reino dentro de las fronteras de otra corte, pero por sobre todo, nuevamente, la muerte de mis padres.

El dolor llego de una parte que realmente no sangraba y me desespere, dolía y quería morir, nuevamente, mis padres, quienes me habían protegido todo ese tiempo, habían muerto, y yo… estaba viva, en su lugar, no era justo, no debía de terminar así, no para ellos, y quizá, ese fuese mi castigo; el destierro y una fría muerte que nadie podría llorar en una helada manta de nieve.

El mundo parecía perder su color.

Me dormí después de haber agotado mis lágrimas y mis fuerzas, ya quería que terminara y fue lo único que desee amargamente durante el tiempo que pude pensarlo porque realmente, yo me encontré divagando, recordando medio dormida y con ganas de no estar despierta.

Mi onceavo cumpleaños, justo cuando era evidente la presentación de las princesas, o príncipes, igual, todos los herederos de las familias que gobernaban las cortes reales, eran presentados y yo, yo no fui presentada.

Mi habitación era grande, amplia, me hacía sentir sola por más que jugara con mi hermano o con mi hermana, era molesto su tamaño como la boca de una ballena pues ellos no estaban siempre conmigo, sino, ellos no al menos tan a menudo como Pippa, mi dríada y el ser más despreciable que conocía.

Ella me observaba mientras que yo lloraba, tratando de herirme mucho más encontrando placer en ello para soportarme, pensando que de aquella manera seria más fácil tanto para sí misma como para mí. Recuerdo casi todo lo doloroso en mi vida por ella, o ahora lo hacía al borde de la muerte, de los tormentos del dolor similar al que ella me provocaba.

Monstro, calamidad, traerás destrucción a nuestras tierras, bastarda, humana.

Yo seguía gimiendo, haciendo mi primera oración hacia el gran creador, esperando que me aliviase las penas que ninguna niña ni niño mereciesen.

“Por favor, sálvenme de esas miradas” ya se había vuelto un mantra que me protegía o fingía protegerme, “por favor, basta”, yo al menos esperaba que se detuvieran porque se quedaban con cada pedazo fragmentado de mi alma, “por favor, no me dejen sola” y sin darme cuenta, yo moría.

– Hey, hey, despierta.

Algo golpeo mi cara y se sintió más frio que la nieve pero olía bien.

Los ojos de esa persona eran azules, mi color favorito, el color que siempre llamó mi atención al salir a pasear o observar a lo lejos, en la frontera, en la unión de nuestras tierras, lo que era muy extraño. Azul, el color que veía a través de las ventanas ya que casi siempre debía de quedarme encerrada cuando llegaban visitas importantes al castillo o porque, años después, entendí que era preferible no salir. Quedarme sola a que salir a soportar las miradas que hacían que mi corazón se destrozase era una mejor elección. Azul, libertad y alegría, azul. Paz.

– No puede ser – murmuro contra el vaho de mi respiración y parpadeo repetidas veces antes de regresarme por completo la mirada.

Azul, un color que había visto hace muy poco, en nuestra primera asistencia a la entrega del cetro, donde por insistencia de mi hermana y padres había acudido, claro pues, nadie debía de saber que yo era una humana y permanecí sentada, como una princesa menos importante y hermana menor que cumpliría los dieciocho a finales de año, según la mentira.

Azul era esperanza y un final para mí, uno que me recordaba a lo que había sucedido e hizo que mi corazón volviera a doler.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.