La Maldición de las Cortes (the Courts #1)

CAPITULO 9. Celos.

Una espada pasó zumbando por mi mejilla al ser arrojada por un elfo aun dentro de palacio pero sería imposible para mí si es que por algún motivo, alguno de ellos no fuese excepcionalmente rápido como Valentine. Rece porque no tuviesen ese tipo de habilidades.

Me metí al bosque y saque histéricamente mi mochila escondida con anterioridad.

Maldije por no poder usar la daga aún para lograr salir de este embrollo pero no tuve tiempo para pensar en ello cuando alguien me embisto por detrás golpeándome contra el árbol más cercano haciéndome volar unos considerables metros.

No pude reincorporarme y no entendí del todo su lengua de la Corte de Invierno que parecía exigir devolver el cetro pero, maldición que ellos no estaban pensando en pedírmelo por las buenas.

Volvió a golpearme con fuerza en el costado y grite de dolor cuando caí contra el mismo árbol una segunda vez.

– El cetro – hablo esta vez con una voz filosa y cortante que entendí.

– No… – gemí y abrí los ojos a duras penas – tú deberías, llevarme a tus reyes. No, reclamar, el cetro – volvió a golpearme.

– ¡Rápido!

– No… – cerré los ojos porque una luz más me cegó y el agarre en mi vestido se aflojo cuando el elfo fue derribado y sus ojos se tornaron de color negro.

Un elfo oscuro muerto frente a mí, tarde solo un segundo en reconocerlo y entender que no entendía su lengua porque no era de las cuatro cortes.

– Si Lae, muy inteligente eso de huir – me doble en dos cuando me percate del dolor en mi vientre que pareció explotar en mi por aquel momento y un Rae que cogía mi mochila humana con curiosidad solo me lleno de desesperación.

Él me había descubierto.

– Princi-pe.

– Pero tú, no puedes tener el cetro y un así conoces al que se lo llevo, ¿verdad? – me levante gimiendo y yendo por mi maleta molesta de que sea él, de que fuese exactamente el más fuerte de todos ellos. Rae no retrocedió y dejo que cogiera lo que me pertenecía sin embargo no lo soltó y no se movió. Eso me molesto aún más – seguiré preguntando y te retendré hasta que lleguen los guardias si es que no vas a contestarme – mire al guardia que ahora ya hacia sin vida en el suelo y se me revolvió el estómago al ver las venas azules y manchas moradas debajo de los ojos.

– Lo conozco – acepte y comenzó un pequeño zumbido al fondo de mi cráneo, casi no se sentía si no me concentraba pero concentrarse solo hacía que el golpe en mi cuerpo doliera más de manera punzante.

– Bien, entonces imagino que tendrás un plan, ¿o me equivoco? Porque, de algún modo no parece que simplemente quieras huir…

– Basta, por favor, príncipe – estaba leyendo mi mente, buscando respuestas, eso no era bueno.

– ¿Detenerme con qué?

– Hurgar en mi mente. Yo, le responderé.

– Bien – se cruzó de brazos y espero después de soltar mi mochila. Entonces el zumbido ceso y él me observo.

– Sé que engañaron al príncipe Kalay para robar el cetro de las estaciones, pero el cetro no puede llegar simplemente a la Corte de Verano o a alguna otra corte así que la llevarán al mundo humano. Yo – lo mire fijamente, como muy pocas veces lo había hecho, de tal manera en que supiera que yo no mentía y se atreviese a ponerme a prueba entrando nuevamente a mi cabeza, lo enfrente esperando que recordase los momentos que habíamos compartido a lo largo del tiempo que me había quedado – sé a dónde se llevaron el cetro.

– ¿Lo sabes? – arqueo una ceja intrigado.

– Si, por eso pienso en ir a recuperarlo – mis planes se habían hecho consomé en un solo instante.

– ¿Sola?

– Es mi única opción, no quiero que él… – apreté los labios con fuerza.

– ¿Qué ganarías si lo recuperas? – levante la cabeza midiéndolo, formando mi respuesta y entonces le entregue media verdad y media mentira.

– Salvar a un amigo y a su nación – la respuesta salió sola y me sorprendió aun conservar mi mentira. Me estaba volviendo realmente buena en eso pero no tenía tiempo.

– Amigo – repitió sin creérselo pero lo acepto y soltó un largo suspiro – ¿Dónde está el cetro? ¿Sabes exactamente el lugar en donde está escondido?

– Sé el lugar pero no exactamente su escondite.

– Entonces necesitaremos un rastreador – el príncipe comenzó a caminar en dirección hacia el noroeste, hacia los caballos que por algún extraño motivo estaban amarrados en un árbol. Ambos como el día y la noche con sus veteados colores entre dorados y negros.

– No vendrá conmigo, ¿verdad? – palidecí ante la idea.

– Eso planeo hacer.

– Pero – volví a reprochar sin embargo escogió al caballo veteado de negro y me dejo el otro a mí. Sentí sospecha de inmediato.




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