Kalay D. Soliere.
Mi respiración estaba cambiando, no es como que quisiera eso pero no podía dejar de divagar.
La visión de una hermosa morocha venia constantemente, solo que había olvidado su nombre. Ella siempre llevaba una canasta con flores y me daba sonrisas tensas, aún asi alguna parte mía sabía que había algo más. Por mi culpa habían cambiado tanto las cosas.
No recordaba quien era la morocha pero recordaba como a pesar de que éramos mejores amigos, una idea a la que me aferraba, ella no me trataba como algo más. La morocha se negaba a aceptarme, pero yo no sabía que quería que ella aceptase de mí.
Quizá la estaba obligando.
Odie esa idea.
– Despierta, pequeño príncipe – una voz ronroneo delante mío, aun así supe que era demasiado malo para entenderlo.
– Estoy confundido.
– Oh, lo sé – dijo la voz y me sostuvieron del mentón – aunque a estas alturas deberías de estar roto. ¿Por qué no lo estás?
Abrí los ojos y observe con desgana a la pelirroja con pecas en la nariz. Una mujer bonita con demasiados atributos, con ojos centellantes de algo que todavía no podía distinguir. Ojos miel.
Entonces recordé, breves chispazos como sucedía desde que me habían estado sometiendo a la tortura.
Ella había manipulado a muchos, entre ellos al jefe de la operación para robar el cetro. Una pelirroja, una persona que se ocultaba entre las sombras y que había enamorado a Valentine, a el maldito traidor.
Renegué internamente recordando cómo ella había sonreído al tocar el cetro de las estaciones.
Al inicio quede impactado pero ella quedo maravillada. Ella no era una princesa y aun así había sido capaz de tocar el cetro, pero no pudo usarlo.
Aun así el daño estaba hecho.
El cetro había cambiado de color y material. El hierro filtrándose por cada hendidura y detalle hasta tocar la gema principal, ensuciándola.
La colisión instantanea al combinar las cuatro estaciones en uno. Todos debían de comprender que el daño estaba hecho y ahora ninguno de nosotros, los seres mágicos, podía tocarlo.
Cuándo le pregunte donde estábamos fue franca y respondió antes de mandarme a torturar, sabiendo algo que ahora comprendía. No importaba que información averiguase, yo no lo diría. Era así de simple.
Valentine había dicho que los humanos solo veían lo que nosotros queríamos que vieran.
Ellos podían usar su magia e invocar a criaturas peligrosas mientras que yo estaba atado a un hechizo de tierra. Ellos sabían que los reyes no se quedarían sin hacer nada por lo que se estaban preparado.
“La guerra”, había dicho ella con alegría.
Los fenómenos climáticos habían azotado nuestra área en peculiar lo que llevaba a los humanos a alejarse, aunque obviamente no a todos.
Saint Paul´s Cathedral.
– ¿Qué quieres Anna? – pregunte cansado.
– Tú, a ti, querido. Aun en estas condiciones eres hermoso – sonrió levantándose de puntillas hasta besarme. Valentine normalmente andaba fuera pero cuando estaba dentro siempre me obligaban a observar la encarnación de la lujuria personificada en ambos. Eso acababa con la poca estabilidad mental que me quedaba.
– Creo saber que eres una monja, no deberías de hacer esto.
– Mi deber con Dios ya está cumplido – respondió a cambio y a tiempo en que probaba la sangre en la comisura de mis labios – ahora debo cumplir mi deber con mi deseo, ahora te deseo.
– Detente – ella sonrió con sorna.
– Ver suplicar a un príncipe es sorprendente, aunque no tanto como toda esta sangre. Quizá debería dejar que te sanes pero ya vez, eres un elfo en tierra maldita, puedes aguantar un poco de movimiento, ¿verdad?
– Mujer maldita – murmure.
– Aun aferrándote a tu poca cordura pero, ya falta poco, ya no los recuerdas, las cosas están bien así.
– Detente Anna.
– Demasiado tarde. Ustedes me dejaron aquí, ustedes decidieron separarme de su mundo, mi mundo. Es tarde, mi bello príncipe.
Fui despojado de mi ropa aun encadenado, con el hierro quemando mis muñecas y tobillos haciendo un desastre con mi carne. Ella me acaricio con ternura confundiéndome aún más, respondiendo a preguntas que creía tonto siquiera realizar.
Su cuerpo deseaba el mío y aunque a mí me diese asco la idea, yo también la deseaba.
Ella era Anna, una humana nacida en el mundo élfico, en la corte de verano. Una mujer poderosa en el mundo humano que vivía en mentiras y engaños. Ella era Anna, la mujer que podía terminar con cada una de las cosas tal y como las conocíamos.
Desperté horas más tarde con el cuerpo entumecido, con los pensamientos desmoronándose.
Yo podía ver las cosas de manera diferente y sabía que Aglae vendría, aunque estaba seguro de que no era exactamente por mí, ella no podía saber que yo estaba atrapado a manos del enemigo.
Había olvidado muchos nombres, entre ellos el de mis padres y el nombre de una de mis hermanas, pero no el de Aglae, no podía siquiera pensar en tratar de olvidarla. Yo siempre había protegido a Aglae y pensar en lo que podía haber pasado desde que yo ya no estuve con ella, me rompía el corazón, aun así, siempre tenía la esperanza de que ella se encontraba bien y en buen camino, aunque yo no quisiese.