La Maldición de las Cortes (the Courts #1)

CAPITULO 25. Odio mutuo.

Gemí y grite y casi llore de la desesperación al mismo tiempo en que los pensamientos de Anna y Rae inundaban mi cabeza, golpeando duro.

Ella se sentía poderosa en mí, después de haber nombrado al príncipe de invierno, después de haberlo reclamado ligándolo a una atadura mucho más fuerte que el poder de la creación, había tenido mas poder.

Rae no podía creer lo que había sucedido, de cómo su poder había quedado atado así como su cuerpo y cuando había comprendido lo que había sucedido su ira se había levantado observándome por primera vez con ojos de odio por haberlo ligado a una promesa de nombre.

Yo no quería ese odio, yo solo quería terminar con esto, reclamar mi propio cuerpo y entonces huir, esconderme por lo que no había sido capaz de evitar.

Detente – rogué pero Anna solo rio.

– Ahora Rae, eres todo mío – murmuro la yo que no era yo.

Me estrelle contra el muro de cristal en la oscuridad buscando salir, buscando detenerme, pero ella era rápida.

Mis manos viajaron a su pecho liberándolo de su ropa con órdenes. Raedel, quítate la camisa, Raedel, levanta las manos. Raedel, bésame.

Entonces su pecho estaba desnudo y mis manos acariciaban su abdomen con total libertad rozando mi cuerpo con el suyo, provocando olas de placer a ambos aunque Rae seguía mirándome con odio.

No volví a entrar a su cabeza y alguien más comenzó a gritar, una sinfonía de aullidos de dolor que reconocí como Calíope, podía oirla tan bien...

– Parece que también se están divirtiendo allá – murmure.

– Detente Lae – pidió él.

– ¿Detenerme? Oh no príncipe, esto es divertido – y para confirmarlo puse mi boca en su pecho mordiendo suavemente, sonriendo ante su respuesta – sabes a nieve – y sus manos se apretaron a los costados de mis piernas sintiendose frias sin ni siquiera tocarme.

– Lae… - volvió a insistir.

– Silencio Raedel – y él cerro la boca.

Fui más abajo aun gritándome a mí misma que me detuviera, que las cosas no volverían a ser como antes, que me odiaba por lo que estaba haciendo.

Yo estaba obligándolo.

Entonces mis manos atraparon su cinturón y lo deslizaron, tomándome mi tiempo para rozar de manera nada accidental aquella parte suya que pedía atención.

La sangre palpitaba en mis orejas y juraría que mi corazón no era lo único que retumbaba.

– Es grande – reí y volví a buscar su mirada aunque solo lo encontré a él evitando verme – eso es egoísta Rae, disfruta conmigo. Te quiero aquí.

Detente – rogué de nuevo – hare lo que quieras, solo detente.

– Lae – y entonces me detuve confundida.

Mis manos no se movieron, mis manos se quedaron congeladas en su mismo lugar y mi respiración se volvió superficial, como si estuviese siendo atada por una cuerda invisible.

Estaba paralizada.

Por un momento mi cabeza viajo hacia Rae pero supe que no podía haberlo hecho él porque el contratante no podía salir lastimado, así que pase un duro momento removiéndome en mis ataduras invisibles dándome un descanso de gritar en la pequeña burbuja de mi cabeza.

Entonces pensé en alguien más, en alguien quien pudiese hacer lo que quería y fue en vano porque simplemente Nad no podía llegar a donde estábamos ahora.

Mi hermano respondió a mi pregunta.

– Lae – me llamo y la furia rozo los canales de mi concentración.

– Kalay, ¿qué has hecho? – pregunte molesta.

– Detenerte.

– ¡¿Por qué?! – grite.

– Porque tu no quieres esto, yo sé que tu no…

– Kalay – lo llame y él nos rodeó hasta aparecer delante mío confundido por cómo reaccionar ante la vista que tenia de mí, de mi desnudez.

– Lo siento, lo siento Lae – se disculpó.

– Hicimos un trato – volví a gritar.

– Yo sé que no es lo que quieres, lo sé Lae. Lo recordé, pude recordarlo, te recordé.

– Kalay.

– Lo siento. Te prometo que lo arreglare.

Y entonces se creó una burbuja que nos rodeó y viaje dentro de mi cabeza con dos "yo" paradas contemplándose una a la otra, sin ser capaces de tocarse.

Ella decía algo pero no podía oírla. Afuera de mi pared de cristal se hallaba toda mi atención.

Ahí estaba Kalay, dentro de mi cabeza, con la mano brillante en un puño un segundo antes de que el cristal se fragmentase y callera en una lluvia de estrellas.

Fue entonces cuando los recuerdos me inundaron.

Kalay era pequeño y su cabello descuidado, en rulos largos que caían sobre su frente y cuello.

Nuestra abuela había muerto y Kalay lloraba. Summer lucia triste pero no podía permitirse lágrimas, porque si ella lloraba aquello la haría lucir como una heredera débil. Ella solo podía mantenerse en pie frente a las condolencias de su pueblo, como si fuese un acto desinteresado en lugar de buscar un modo para acercarse a ella y a mis padres.




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