La Maldición de las Cortes (the Courts #1)

CAPITULO 28. La ironía de la vida.

Sentí el corazón martillear en algún lugar al fondo de mi cabeza y entonces, aturdida contemple como un muchacho me tomaba en brazos siendo lo más cuidadoso posible, murmurando mi nombre y rogando que me mantuviera despierta.

Sus ojos azules me recordaron a alguien y sentí como el corazón me dolía por solo pensar en que era un sueño porque Rae no podía moverse, porque Rae estaba muriendo al igual que yo.

El príncipe Raedel no podía cumplir la orden que le había dado y entonces el calor ceso y los sonidos se amortiguaron. Supe cual sería su destino de todos modos.

El muchacho me deposito en el suelo llamando a ayuda y entonces voltee a ver el cetro que aún seguía en mi mano sin cambiar de color. Me sentí frustrada pero me voltee desesperada, necesitaba ver a Rae, a mi hermano, a Calíope y Nadzieja. Los necesitaba.

– Sácalos – le dije al muchacho.

Entonces la infraestructura callo así como la lluvia y grite.

Estaba llorando.

No lo habían logrado.

No lo había logrado y los truenos hicieron su aparición.

La lluvia cayo, era la primera vez que la sentía en mi cuerpo, lavando la sangre, doliendo a medida que llegaba a mi, pero yo estaba llorando incapaz de moverme, de gritar más.

Entonces ocurrio un milagro.

– Rae – gimió el muchacho que me observaba y corrió a sostener a la persona que salía de entre los escombros.

Era Rae y mi mundo pareció tener sentido de nuevo. Él sostenía a mi hermano mientras que Levitán sostenía a Calíope y Nadzieja dejándolos en el suelo inconscientes y ensangrentados. Con sus colores bailando a través de ellos, dejándolos.

Entonces los soldados rodearon a Levitán y lo apuntaron con sus espadas.

Quise decirles que no, que lo dejaran en paz, que nos había ayudado pero mi voz no salió y aquello me aterro asi como los pensamientos que se iban nublando.

– Dejadlo – ordeno Rae a cambio y el muchacho repitió la orden llendo a sostener a Rae quien se tambaleo ante sus debilidad.

– ¡Traed ayuda! – ordeno el otro chico.

– Estas heridas fueron hechas por espadas negras, su majestad – hablo un pequeño hombre quien se había acercado corriendo y yo me acerque arrastrandome sobre mi misma a ellos.

– No, esto no. No hermano – murmuro el muchacho y otra mujer, una dríada, me sujeto de los brazos impidiendo que me lastimara más.

– Quédese quieta, cerraremos las heridas.

– No – murmure.

– No podemos hacer nada – hablo el pequeño hombre y desee golpearlo para sacar la mentira de su boca. No podía, no Rae.

– No Rae – murmuro el chico y entonces me observo implorante.

– Mi sangre – murmure.

– La sangre de un sobreviviente – hablo el pequeño hombre y se giró hacia mí – humana, entrégame tu sangre.

– No puede hacerlo Jofiel, ella podría morir – hablo el chico molesto.

– Es una humana, su majestad. Ella debe hacerlo si así salva al principe Rae – y un minuto entero de silencio y duda en el que Rae caia a un lugar profundo del que no había salida.

– Lo hare – coincidí.

– Pero necesito la sangre de otro príncipe en ti también – y yo reí con ironía.

– Ya la poseo – y entonces Jofiel se acercó a mí y me sentó y cortó, un corte más a parte de todos los que tenía justo en mi muñeca de donde saco tres frascos de sangre y observo asombrado como el líquido rojo bailaba en los frascos.

– Esto bastara. Indiga, detén el sangrado o ella… - dejo suspendida la frase y me contemplo un segundo antes de negar con la cabeza – ni siquiera sé cómo sigue viva.

– Jofiel – le molesto el muchacho.

– Bien su majestad.

Entonces los segundos pasaron y todos los que nos rodeaban seguían tensos. La sangre fue vertida en la boca de Rae y a continuación nada sucedió. Por un momento temí haberme equivocado y me alivie de que no fuera el caso porque oí el jadeo de Rae y entonces supe que el suspiro de alivio de muchos confirmaba que el príncipe había reaccionado bien.

Yo había caido rendida al suelo en aquellos momentos y me sentía incapaz de moverme por mi cueta propia.

A continuación se movieron hacia Calíope a tratar sus heridas y a verter la sangre en las bocas de Nad y mi hermano.

Yo permanecí echada dejando que Indiga cepillara mis cabellos hacia tras al mismo tiempo en que la nieve que caía de sus ramas cubría mis heridas, aunque estaba segura de que el frio que sentía no era por eso. Ya no sentía el cuerpo como para moverlo pero si para quejarme de lo helada que estaba y supe a ciencia cierta que estaba muriendo porque estaba en paz.

– ¿Cómo está? – pregunto la voz del muchacho y no pude entornar mis ojos a verlo porque las gotas de lluvia seguían cayendo a mi cara.

– Ella no…

– Tiene que sobrevivir – hablo el chico con la voz rota e Indiga negó con la cabeza – Aglae, por favor – murmuro el chico y me sorprendió que conociera mi nombre, mi identidad.




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