La maldición de las flores

El bucle en el jardín

Las mañanas eran iguales en la florería y el jardín, el florista arreglaba sus bellas flores antes de abrir el negocio, las flores más hermosas y listas las cortaba para después ponerlas en el mostrador.

La historia comienza siempre cuando cierra algo, en esta ocasión, se cerró el negocio.

Además del florista, está como su mano derecha en el jardín, las rosas, numerosas y las favoritas de los enamorados y las que sin duda generaban más ganancias, en especial el 14 de febrero.

Hermosas, con clase y superiores entre las demás flores. Tenían de sucesora a las violetas, las del mejor aroma, después las corrientes margaritas.

Y entre ellas, está una de las flores más jóvenes, la pequeña margarita, y la favorita de la gran rosa. Era pura e inocente, igual que el color de sus pétalos, ni siquiera el florista sabía de su minúscula existencia.

Vecinas de las margaritas, eran los geranios, flores que sin duda pocos adquirían y que solo eran flores de campo, como los girasoles, aunque estos eran respetados por su envidiable altura. Mientras que los geranios cuando crecían, se volvían unas hermosas enredaderas, era preferida para las paredes del jardín.

No obstante, los geranios no eran los más queridos entre las flores del jardín, eran excluidos, y eso los puso de mal humor, según ellos, las culpables eran las presumidas rosas.

Cansados de ser mandados por las rosas, crearon otro partido, para las flores menos queridas pero numerosas y que seguían creciendo, para su suerte, habían flores que pensaban como ellas, siendo las menos queridas del jardín.

Entre los mejores geranios, destacó uno por ser la flor más fuerte, incluso las rosas lo reconocen, pero era aún joven, y era la segunda al mando de ese grupo de "incomprendidas" del jardín.

Todo era normal, cada quién en lo que le correspondía, ni siquiera al florista le intereso, solo era regar y cortar flores, para finalmente venderlas en ramos o bouquets.

Hasta que llegó el día que cambió todo, cuando el florista corto un gran grupo de margaritas, y por error, los geranios se movieron, pues la gran rosa estaba a punto de dictar un nuevo mandato y este incluía un nuevo acuerdo entre las flores, basto solo un espacio en blanco para que el geranio joven viera por primera vez a la pequeña margarita.

Y la semilla que derramo la flor, fue que ella volteo a verlo, de manera curiosa.

Sin que se dieran cuenta, al cruzar las miradas, algo toco en lo más profundo de sus tallos, el centro sintió algo que nunca se había sentido.

Según los pensamientos, las flores no pueden sentir algo tan afectuoso como el amor o un cosquilleo como la ilusión o una fantasía, ellas tienen la labor de provocar eso a lo que llaman sentimientos.

Sin embargo, así fue. Una reacción que ninguno quería.

Pasaron solo unos días, el geranio intento negar aquella sensación, pues el amor a primera vista nunca sale bien. Pero todo su interior quería estar con ella. Durante esos días, el geranio solo tenía conflictos consigo mismo.

Solo quería que eso terminara y volviera a ser todo como antes, un buen puesto, el siguiente jefe de los geranios y el otro partido de flores, solo quiere las voces de sus superiores diciéndole que estaba destinado a la grandeza, y no las voces que le decían que debía estar con ella, para una paz infinita, decidió hacerle caso a esa voz del interior de su pistilo.

A diferencia del joven geranio, la ingenua margarita sentía curiosidad por saber quién era aquella flor con la que sin duda quedo impresionado con su corola. 

Una noche, el joven geranio, tan solo para estar en el silencio, tuvo que sacar las raíces de la tierra, algo que jamás debe hacer una flor, y ninguna flor debe hacerlo. Fue despacio y con cuidado, no quería llamar la atención ni despertar a ningún geranio o a alguna flor cualquiera, podía estar seguro de que todas las flores estaban dormidas porque tenían cerradas las corolas, formando capullos. El geranio tenía miedo, pues estar fuera de la fértil tierra le hacía sentir completamente inseguro, desprotegido, y pequeño, como aquella margarita.

Logro escabullirse detrás de las margaritas, calculando el lugar donde la vio, detrás de tallos cortados, allí estaba, la pequeña seguía despierta, tarareando una canción que se le vino a la mente estos últimos días, en el preciso momento que vio a aquella flor.

Apenas voltea, encuentra al geranio, tan solo su inesperada presencia, la asusto. Ella iba a gritar, pero en lo profundo de su ser, algo la hizo cortar su grito, lo reconoció.

Ambos hablaron, se presentaron; la margarita deslumbraba con la luz lunar y con su dulce voz, el geranio era muy cortes, y le llegaba a sacar, involuntariamente, una sonrisa, o varias a la margarita.

El geranio se sentía impotente, cada vez que estaba con ella, sentía una paz absoluta, y una rara sensación única y placentera que jamás había experimentado. Pero intento ocultarlo.

La margarita se sentía completa al escucharlo, su curiosidad parecía disminuir, pero también subir, como si fuera un elevador.

Los dos se pusieron de acuerdo, y prometieron volver a encontrarse cada noche en secreto, al pensar seriamente en las consecuencias. Las margaritas si vieran a la ajena flor de su sector, se sentirían desdichadas y maldecidas, incluso se sentirían despreciadas por las otras flores; mientras que los geranios acabarían con el geranio por ocasionar un desorden en la jerarquía, y si los geranios ven a la margarita, la molerían en pedazos.



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En el texto hay: flores, otros, microrelato

Editado: 13.08.2020

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