«Sheridan volvió a casa pensando en las ilustraciones del libro y con esas dos palabras, “Faedra Chronia”, dando vueltas alrededor de su cabeza. Allí fue incapaz de probar bocado y, una vez en la cama, no pudo conciliar el sueño, por lo que se levantó, cogió lápiz y papel y escribío varias veces, con diferente caligrafía, el título del libro, tratando, aunque fuera por arte de magia, descubrir qué podrían significar esas dos palabras. Se quedó dormido sobre el escritorio.
Los primeros rayos de sol le hicieron abrir los ojos, despertó un poco confundido y sin recordar por qué no estaba en la cama hasta ver el papel, ahora manchado de babas y sudor, donde había escrito hasta treinta veces aquellas dos palabras. Levantó de un salto, se desperezó y escuchó a su cuello crujir por haber dormido en aquella inusual postura. Estaba tan ansioso por llegar al colegio y contarle todo a Caedrela que hasta se le olvidó desayunar. Lo encontró junto a un árbol, repasando unos apuntes del día anterior.
—¡Caed! ¡No sabes lo que te perdiste ayer!
—¡Sheri! ¿Qué me perdí? Es que estuve… ocupado —dijo señalando con la cabeza a Murienn, que le dedicó una sonrisa tímida mientras se recogía la larga melena pelirroja.
—¿Estuviste con Murienn? —preguntó Sheridan susurrando —. ¿Con esa diosa nacida de las elfas de lo más profundo del bosque de las altas tierras? Pero, ¿qué estuvisteis haciendo?
—Bueno, digamos que un caballero nunca debe hablar de lo que hace o deja de hacer con una dama.
—¡Caed! ¡Canalla! ¡Seguro que la besaste!
—¡Ja, ja, ja! No diré nada. Mis labios están sellados —añadió mientras simulaba cerrar un candado en su boca y tirar la llave. Sin embargo, sus ojos ya lo habían delatado.
—¡Me maten delante de Dios! ¡Has besado a Murienn!»
—Besos, sí, por fin —interrumpió Eva sonrojándose—. ¡Qué romántico! ¡Me encantan las historias con besos!
—¡Ay, siempre igual! —injirió Elíseo mirándola con cierta malicia—. ¡A Evita solo le gustan las historias de besitos porque a ella no le dan ninguno! Bueno, sí… los sapos sí.
—¡Elíseo! ¡Primero: no me llames Evita! ¡Segundo…
—¿Queréis parar los dos? —se quejó la más pequeña con rabia—. ¡Siempre estáis igual! ¡Sois unos pesados! Señor Hermes, dígales algo, que no nos dejan escuchar la historia.
—¡Ay, Marie! Tienes toda la razón, pero ellos son así. Mis cuentos no serían lo mismo sin sus interrupciones.
—Adolescentes… —dijo Marie con la boca cerrada—. ¡No quiero crecer nunca! ¡Nunca!
«—¡Calla, Sheri! ¡Que te van a escuchar! —regañó Caedrela a su amigo por decir en voz alta lo que no debía decir—. Bueno, cuéntame, ¿qué es eso que me perdí ayer?
—Solo te diré dos palabras —respondió Sheridan mientras le hacía un gesto para entrar en clase—: Faedra Chronia.
—¿«Fa…» qué?
—Faedra Chronia. Luego te cuento más.
Aquel día no hubo espectáculo de los dos chicos a la hora del recreo, sino que ambos, sentados a la sombra, hablaron de aquel libro.
—¿Qué crees que significa?
—Debe ser algo relacionado con las hadas, ¿no? Por eso lo de los dibujos. ¿Preguntaste a señora Finnegan?
—Sí, pero solo dijo que se trataba de una lengua muy antigua y que no la conocía. Pero bueno, sea como sea, esta tarde podremos investigarlo juntos, ¿no?
—Bueno, no lo sé, Sheri. Voy a volver a ver a Murienn.
—¿Y no puedes verla a otra hora? ¡Caed! Nunca hemos encontrado un libro como este…
—Sí, lo sé, pero Murienn… Todavía tengo el olor de su pelo impregnado en mis dedos y el ritmo acelerado de su corazón contra mi pecho metido en la cabeza… No puedo irme a leer «cuentecitos» teniendo esta oportunidad.
—¿Cuentecitos? ¿Cuentecitos, Caedrela? —dijo resoplando— ¡Vete con Murienn o con quien te dé la gana! —añadió tras apartarlo de un empujón y salir corriendo con el rostro plagado de lágrimas».
—¿Es que no me va a interrumpir nadie ahora?
Eva y Elíseo se miraron el uno al otro y se echaron a reír tontamente.
—¡No! Le he prometido a Marie y a los demás que me voy a estar calladita.
—¡Eso! ¡Calladita! ¡Que estás más guapa!
—¡Gracias, Eli! ¡Yo también te quiero!
—¡No! ¡Otra vez no! —lamentó Marie— Señor Hermes, siga con la historia, por favor. No le haga caso a estos dos.
—¡Está bien, Marie! Tranquila, deja esa piedra, bonita, anda, que le vas a hacer daño a alguien. Ya continúo.
«Pasaron varios meses en los que Sheridan y Caedrela ni siquiera se dirigieron la mirada. Caedrela seguía pasando su tiempo con Murienn, pero también con Aine y Deidre; si bien, ninguna de ellas sabía de la existencia de las otras dos. Por su parte, Sheridan seguía obsesionado con Faedra Chronia y, poco a poco, estaba empezando a entender algunas palabras al relacionarlas con las ilustraciones en las que aparecían. Efectivamente el libro era un tratado sobre las hadas que explicaba cómo eran, cómo era su magia, de qué tipos las había y, lo más importante de todo, cómo encontrarlas».
Editado: 12.08.2025