Despertó tras recibir un pequeño impacto en la cabeza; confundido, se levantó y vio su almohada llena de sangre. Las encías donde antes estaban los dos dientes que su padre le había arrancado no habían dejado de sangrar a pesar de las horas que llevaba durmiendo. Se llevó los dedos a la boca para percatarse de que aquel golpe también le había reventado el labio inferior, que tampoco dejaba de sangrar. Recordó entonces haber subido a su habitación, cerrar de un portazo, echar el pestillo y tirarse en la cama a llorar hasta caer exhausto.
Se desperezó sintiendo como si mil cuchillos se le clavaran en la cara, pero el grito de dolor se quedó atorado en las cuerdas vocales. Entonces recordó por qué se había despertado: algo le había dado en la cabeza. Miró a su alrededor y vio una pequeña piña de las que caen de los pinos de la laguna con un papel atado a su alrededor.
Se agachó, desató el cordel que sujetaba la nota, reconoció aquella caligrafía descuidada y la leyó en silencio.
«Me he enterado de lo que te ha pasado con tu padre. Lo siento muchísimo. Ven a la laguna en cuanto puedas. Te espero. Firmado: Evita».
«Evita». No pudo evitar que se le escapase una sonrisa Se levantó de la cama, miró por la ventana, pero ella ya no estaba allí, por la posición del sol estimó que sería casi media tarde y que habría dormido unas tres o cuatro horas. Se acercó a la puerta y la abrió con muchísimo cuidado. Escuchó a su madre concentrada en sus quehaceres en el piso de abajo; no podría salir por la puerta principal, sin embargo, eso no sería un problema. Más de una vez había saltado desde la ventana de su habitación al eucalipto que tenían en el jardín y ese fue el plan.
Apoyó un pie en el alféizar y se impulsó para colocarse, en cuclillas, bajo el marco. El árbol estaba a apenas un metro: un salto fácil. Se balanceó un par de veces, saltó y se agarró directamente al tronco. Miró a su alrededor asegurándose de que nadie lo había visto, descendió y, muy despacio, escondiéndose tras arbustos y paredes hasta que estuvo lo suficientemente cerca de la entrada a la laguna; entonces, aceleró el paso sin vacilar ni un segundo y llegó al lugar de encuentro. Allí estaba ella.
Eva gritó de horror al verlo con la cara y la ropa manchada de rojo. Se le heló la sangre y fue incapaz de respirar durante unos segundos. Cuando reaccionó, se tapó la boca con las manos y corrió, con los ojos llenos de lágrimas, a abrazarlo.
—¡Ay! ¡Cuidado, Eva! ¡Que me duele mucho!
—¡Eli, Eli! ¿Estás bien? —preguntó mientras lo miraba por todas partes acariciándole la mejilla y el pelo—. ¿Cómo ha podido hacerte tu padre esto? No creí que fuera para tanto. Escuché a mi padre hablar con mi madre. Había estado en la taberna y allí tu padre, qyue parecía haber bebido muchísimo, se jactaba de haber roto tu cuaderno de dibujo mientras lanzaba improperios contra Hermes y contra ti. ¡Ay!, pero ¿te faltan dientes? —continuó mientras le abría la boca sujetándole la barbilla—. ¿Tan fuerte te ha pegado? ¡Tu padre es un animal, Eli! ¡Es una bestia!
—Sí… —respondió Elíseo casi sin fuerzas para hablar—. Lo odio, Eva. Lo odio con todas mis fuerzas. ¡Ha roto todos los dibujos! ¡Llevaba años rellenando ese cuaderno!
—¡Ay, mi Eli! Pobre…
—Y no contento con lo del cuaderno, me ha soltado tal bofetada que, ya ves, ahora tengo dos dientes menos —respondió intentando sonreír para restarle importancia al asunto.
—¿Te duele mucho?
—¡Ay! ¡Sí! ¡No me toques la herida del labio, porfa!
—Perdona, perdona, mi a… Eli, Eli… —tartamudeó—. Ven, siéntate aquí cerca del agua. Déjame que vea esa herida mejor, a ver si podemos hacer algo. ¡No te muevas! ¡Ahora vengo! No tardo.
Eva se adentró en el bosque mientras Elíseo trató de acomodarse junto a la roca en la que solía escuchar a Hermes, pero el dolor que empezaba a sentir en todo el cuerpo no lo dejaba relajarse demasiado. Escuchó los pasos de Eva a unos metros. Volvió unos diez minutos más tarde con unas hojas en la mano.
—¿Qué es eso, Evita? ¿Qué vas a hacer?
—Es plantago major. ¿No recuerdas? También se le conoce como llantén o, simplemente, plántago. Hermes nos habló de esta planta en una de sus historias, la de aquel soldado, herido de guerra, que era rescatado por unas ninfas cerca de un río. Hermes nos contó que suele crecer a la sombra de robles o castaños porque no necesita mucha luz y que es una planta muy resistente que puede soportar muy bien el paso de personas y animales.
—¡Menuda memoria tienes, Evita! Yo no soy capaz de recordar tantos detalles.
—¡Gracias! ¿Qué sería de ti sin mí? Dame un momento, por favor. Solo tengo que triturarla un poco.
Eva lavó a conciencia dos piedras en la laguna: una, plana y ligera; la otra, más grande y pesada, con formas redondeadas. Después puso en la tierra la primera de ellas y encima de esta las hojas de llantén que fue aplastando con golpecitos suaves con la piedra redonda. Mientras, miraba a Elíseo con ternura y procurando sonreír a pesar de las lágrimas que no dejaban de recorrer sus mejillas. Elíseo respondía a las sonrisas con gesto tierno y sacándole la lengua de vez en cuando. No obstante, de un momento a otro, su expresión se oscureció.
—Me voy de la aldea, Eva. No puedo seguir viviendo aquí.
Aquellas palabras penetraron en el corazón de la chica como alfileres de hielo.
Editado: 22.08.2025