La maldición de las hadas

Capítulo 16. Vínculos.

—¿Cómo es posible que sobrevivieras, Eva? Nadie puede caer más de mil metros en un acantilado y vivir para contarlo —dijo Hermes, sorprendido por el relato de la chica.

—No lo sé, señor. Solo recuerdo haber visto al lobo, tropezar y caer. Ni siquiera recuerdo haberme golpeado, pero todas estas heridas deben de estar aquí por algo.

—¿Te duelen mucho, Evita? ¿Necesitas algo?

—¿Qué está pasando aquí? ¿Es que no la vais a dejar descansar? —interrumpió Alma entrando en la habitación—. Toma, Eva, cariño. Este caldo te hará bien. En un par de días seguro que ya puedes volver a caminar. Y vosotros —continuó dirigiéndose a Elíseo y a Hermes—, ¿no tenéis un espectáculo que dar? ¡Venga! Que os están esperando. Yo me encargo de Eva, chicos. Vosotros id a hacer lo que os corresponde.

—Qué amable es usted, señora Alma. Muchas gracias. Este caldito está buenísimo. Seguro que me recupero muy rápido con sus cuidados.

—Tú ahora descansa, mi niña. Ya tendrán tiempo estos dos para seguir interrogándote.

—Eli, Eli. ¿Puedo ir con vosotros? —preguntó Loti tirando de la camisa de Elíseo.

—¿Usted qué opina, señor? ¿Nos la llevamos?

—No sé, a ver… ¿cómo tienes la mano, pequeña? ¿Te duele menos?

—Bueno, todavía me duele un poco, pero eso no me impedirá ayudaros.

—La próxima vez, antes de darle un puñetazo a algo, procura que no sea una pared, anda. Mira, aquí tienes a Elíseo, le puedes dar a él.

—¡Ay, no, señor! A mi Eli, no.

—¡Ja, ja, ja! —rio Hermes y susurró al chico—. «Mi Eli». ¡Ja, ja, ja! De verdad que no sé lo que te ven. ¡Claro que te puedes venir, bonita! —añadió volviendo a dirigirse a la niña.

—¡Bien! —gritó Loti agarrando con fuerza la mano de Elíseo y sin la intención de soltarla durante todo el camino.

Había pasado un día y medio desde que Eva apareció en la orilla de la playa y Alma se empeñó en acogerlos en su casa para poder cuidarla hasta que estuviera repuesta. Elíseo y Hermes aprovechaban cualquier rato en el que la chica estaba despierta para que les contara cómo los había encontrado y había llegado hasta allí.

—Loti, cielo, adelántate y avisa a la gente de que va a empezar el cuentacuentos.

Loti corrió calle abajo en dirección a la plaza.

—Señor, no podemos dar la espalda a la aldea.

—Efectivamente, Elíseo. Hay que ayudarles. Habrá que volver, pero no podemos volver así como así. Tal y como está todo, ahora podrían acusarnos de haber secuestrado y maltratado a Eva.

—Tiene razón, señor. Quizá las hadas…

—No sé qué tienen que ver las hadas en esto, Elíseo. Está muy bien creer, pero hay momentos, como este, en los que hay que dejar la fe de lado y actuar con lógica y responsabilidad.

—No, señor. Usted me lo dijo una vez. Crecer no está reñido con creer. Tampoco podemos volver a la aldea y hacer como si nada hubiera ocurrido. Las hadas podrían ayudarnos a hacer que todo volviera a la normalidad, como si nunca hubiera pasado nada.

—¡Ay, Elíseo! Bendita fe e inocencia. No cambiarás nunca. ¿Qué propones entonces?

—Por ahora, dejar que Eva se recupere y, en cuanto a nosotros, seguir ganando algo de dinero con los espectáculos de cuentacuentos. De ahí, partir a Elexendria como usted dijo y buscar Faedra Chronia.

—Recuerda, Elíseo, que no tenemos ningún indicio de que el libro realmente exista.

—Lo sé, señor, pero tampoco perdemos nada por buscarlo y, si no lo encontramos, pues nos ceñiremos a su plan.

—¿Qué plan, zascandil?

—Ya estaba tardando usted en decírmelo. Pues su plan, señor, que parece que se lo tengo que explicar todo.

—¿De qué estás hablando? No te sienta bien el sol, definitivamente.

—¡Ay, señor! Le queda tanto por aprender. Improvisar, Hermes, improvisar.

—¡Señor Hermes! ¡Señor Hermes! ¿Esto es suyo? —gritó Loti entusiasmada mientras volvía a acercarse a ellos—. Oí hablar a la niña esa fea que me ha robado la cama de una rata y esta estaba dando vueltas por la plaza. ¿Es esta Maya?

Hermes lloró como no había hecho en toda su vida. Su compañera, su pequeña rata albina que lo acompañaba desde hacía años, había sobrevivido a la caída, igual que Eva, y ahora volvía a tenerla a su lado. La abrazó contra las arrugas de su cara y Maya enredó sus patitas en la barba del anciano.

—¡Gracias, Loti! ¿Sabes que eres la niña más bonita del mundo?

—Bueno, señor. Ella solo se la ha encontrado por aquí. La que la ha traído, en realidad, ha sido Evita.

—¡Calla, idiota! ¡Mira! ¡La has hecho llorar! De verdad, Elíseo, qué poquitas miras tienes a veces. —lo regañó Hermes mientras Loti corría de vuelta a casa con un llanto compungido.

—Perdón, señor, discúlpeme.

—No, Elíseo, a mí no es a quién tienes que pedir perdón. ¡Tira! ¡Tira para la plaza! Cuando volvamos, pídele perdón a la pobre Loti, por favor. ¡Y también a su madre por haberla hecho llorar!

—Sí, señor. Así lo haré —respondió Elíseo con la culpabilidad recorriéndole las entrañas y bajando la mirada.



#1829 en Fantasía
#2432 en Otros
#206 en Aventura

En el texto hay: cuentos, hadas, fantasia juvenil

Editado: 11.09.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.