La maldición de las hadas

Capítulo 23. Kerchief

—¿Qué se supone que acaba de pasar? ¿Nos hemos casado o algo así?

—¡Ja, ja, ja! No, Elíseo. ¡Claro que no! —dijo acariciando a Gallaeh, que los había seguido.

—¿Qué hemos hecho entonces? ¿Qué ha significado toda esa ceremonia?

—Lo que hemos vivido se llama Ralhur ni ğab. En vuestra lengua es algo así como «vínculo de almas». Llega un momento para todo Ángel de Eternidad que puede vincularse a otra persona para compartir parte de su magia. Eso ha sido el inicio de la ceremonia.

—¿Entonces? ¿Ahora puedo usar la magia yo también?

—No, aún no, Elíseo. Y no funciona exactamente así. Como te digo, no hemos terminado todavía. Primero tienes que conocer mi historia. Llévame a un lugar donde nadie pueda molestarnos.

Elíseo tomó a Nor de la mano y la condujo, calle abajo, hacia la posada. El silencio reinaba en el edificio. Todo el mundo estaba admirando a los Kerchief. Nadie los molestaría.

—Pasa, Nor —dijo Elíseo con la voz entrecortada— Siéntate aquí si quieres.

Nor dejó a Gallaeh fuera de la habitación tras rascarle detrás de las orejas, gesto que la loba agradeció ladeando su cabeza y lamiendo los dedos de su dueña. Entró en la habitación y se sentó en la cama, junto a Elíseo.

—Eres tan bonita.

—¿Y eso?

—Es la verdad, llevo toda la noche queriendo decírtelo y no me sentía con fuerzas. Eres preciosa, Nor. No he visto una criatura tan bonita como tú en toda mi vida.

—Eres encantador, Elíseo. Me gusta cómo se mueven tus ojos cuando me hablas. Tus pupilas crecen y tu mirada se vuelve intensa.

—No sé qué me pasa desde que te he visto por primera vez. Siento que mi corazón se desboca, que se me corta la respiración. Siento que quiero tenerte cerca, muy cerca.

—No te voy a mentir. Desde que empecé a cantar y te vi, ya solo podía cantar para ti. Esos ojos que, hasta entonces, eran inocentes, se tornaron maduros cuando te miré fijamente.

—Casi me desmayo en ese momento. Y casi me muero cuando toqué tu cicatriz.

—¿Sí? Nadie me había tocado jamás ahí. Me pareció encantador que me lo pidieras y, si te digo la verdad, fue una sensación mágica sentir tus dedos sobre mi piel.

—¿Puedo? ¿Puedo volver a tocarlas?

Nor se puso de espaldas a Elíseo. Apartó el pañuelo y su melena y se descubrió los hombros. Elíseo volvió a deslizar sus dedos y a deleitarse entre el contraste áspero de la cicatriz y la tersura de su piel y un leve suspiro involuntario de la niña, en el instante que se produjo el primer contacto, hizo que se derritiera por dentro. Un impulso de sus entrañas le hizo acercar sus labios a la espalda de la Kerchief, tratando de no ser muy rudo, preso de su inocencia y torpeza. Ella, con todos los vellos de su cuerpo como escarpias, se dejó llevar y sucumbió al tierno placer de aquella sensación nunca antes vivida.

—Me haces cosquillas. Escucha. Deja que te cuente mi historia. —añadió cambiando el tono de su voz a uno más ancestral—. No podemos cerrar el Ralhur ni ğab si no la conoces —dijo dándose la vuelta, una vez había cubierto sus hombros y acomodado su pañuelo.

—Está bien. Te escucho, Nor.

«Todo se remonta a varios siglos atrás. Nosotros, los Ángeles de Eternidad, éramos personas normales, como tú, Elíseo, pero tras años de estudiar las estrellas, de escuchar la naturaleza y de ser un solo ser con nuestra Diosa, descubrimos la magia y nos dejamos embaucar por su encanto. Así, supimos que este no es el único mundo que existe, sino que hay tantos que jamás podríamos llegar a conocerlos todos. También descubrimos que para entrar en estos mundos había que abrir unos portales que eran vínculo entre ellos. De este modo, llegamos a un mundo donde la luna es de hielo y el cielo está hecho de plata, el mundo donde habitan las hadas».

—Entonces, es cierto que existen.

—Sí, así es, Elíseo. Ya te lo dije. Deja que te siga contando, por favor.

—Disculpa, bonita. Sigue.

«Sin embargo, nuestra gente, una vez pisó aquellas tierras, decidió volver atrás. Excepto Kavi, mi padre, nuestro líder,tan ávido de nuevas experiencias que, una noche, decidió cruzar uno de los portales. Allí, se adentró en un bosque misterioso donde conoció a Drikae, una de las hadas sucesoras de la reina, que solía ir allí para relajarse».
Su voz se quebró al pronunciar el nombre de su madre, sin embargo, tras apretar las manos contra sus muslos, continuó.

«Aquí es momento de que, antes de continuar, te explique cómo funciona su monarquía. Su reina, Biblis, es soberana sobre todas ellas. Su reinado será eterno siempre que no muera, abdique o las sucesoras se rebelen al unísono. Las sucesoras, a las que, como te he dicho, pertenecía mi madre, son cinco. Ellas son las consejeras de Biblis y, de entre ellas, saldrá, si ocurre alguna de las circunstancias mencionadas, la próxima reina».

—¿Cómo es Biblis, Nor? ¿Cómo son las hadas?

—No lo sé, Elíseo. No recuerdo a mi madre, nunca he visto una.

—Me muero por conocerlas.

—Quizá cambie tu opinión después de escuchar la historia completa.



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En el texto hay: cuentos, hadas, fantasia juvenil

Editado: 11.09.2025

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