—¿Dónde estoy? ¿Cómo he llegado aquí?
—No tengas prisa, Elíseo. Aquí el tiempo no importa y las preguntas es mejor hacerlas de una en una.
Elíseo miró a su alrededor. Aquellos árboles nada tenían que ver con los que él conocía. Sus hojas estaban coloreadas de tonos púrpura y dorado y eran tres veces más altos y frondosos que el árbol más alto y frondoso que Elíseo pudiera haber visto en su vida. Volvió a posar los ojos en el rostro afable del Guardián de los Sueños, que le sonrió. Sus ojos brillaban como las últimas cenizas que quedan cuando se apaga un fuego.
—Respira. Ten calma. No malgastes las palabras ni la energía. Recuerda: de una en una.
Su voz sonaba como un vívido eco entre los árboles. Era reconfortante sentir como aquel sonido lo abrazaba con calidez.
—¿Dónde estoy?
—Lejos de casa. Muy lejos. Más lejos de lo que nunca hayas estado. Te encuentras en el Mundo de los Sueños.
—¿En el Mundo de los Sueños? ¿Significa eso que estoy dormido?
—De una en una, Elíseo.
—Perdón. ¿Estoy dormido?
—No, Elíseo. Este mundo es tan real como el vuestro. Aunque muchos de los tuyos no crean en él.
—¿Cómo he llegado hasta aquí?
—Nor. Ella te dijo que si tu fe era lo suficientemente fuerte, podrías entrar. Y tu fe ha debido ser inquebrantable para que el portal se abriera.
—¿Nor? ¿Quién es Nor? —preguntó Elíseo, no recordando haber escuchado ese nombre antes.
—No puedes recordarla, aunque ella no deja de pensar en ti; aunque no seas capaz de recordarla, llevas una parte de ella dentro de ti, adherida a tu alma.
—No entiendo nada…
—Es difícil de entender para un mortal. Ni tus ojos ni tu alma están aún preparados, pero no te preocupes. Sígueme.
El Guardián de los Sueños dio la espalda a Elíseo y empezó a caminar. El chico vaciló unos segundos, pero decidió seguirlo. A pesar del gran tamaño de aquel hombre, sus pasos no hacían ruido al caminar sobre la tierra húmeda.
—¿Dónde vamos?
—¿Aún no lo sabes? ¿Qué te ha traído aquí, Elíseo? Tu fe te mostró el camino, tu deseo abrió el portal y tu mayor anhelo te atrapa ahora en este mundo. Viniste para encontrar a las hadas, ¿no es así?
—¿Cómo…?
—Ya te lo dije, Elíseo. El Guardián de los Sueños lo sabe todo. Sigue caminando, te llevaré hasta su castillo.
Elíseo tuvo la sensación de llevar días caminando y, sin embargo, su cuerpo no mostraba cansancio alguno. Recorrieron desiertos, grandes praderas, bosques infinitos y un gran océano completamente blanco. La luna de hielo no dejó de brillar en el cielo que, a pesar del tiempo transcurrido, no había variado su color plateado.
El Guardián mantuvo el silencio al frente durante todo el camino. El chico no se atrevió a hacer más preguntas y, tan solo, se dejó llevar. Sentía que su destino estaba cerca de ser revelado.
—Hemos llegado, Elíseo.
—¿Cuánto tiempo ha pasado?
—El tiempo aquí no importa. Es muy diferente a como vosotros lo concebís.
—Siento que llevamos días caminando.
—Sin embargo, en tu mundo, apenas han transcurrido unos segundos.
—Increíble.
—Ha sido un placer conocerte, Elíseo. Ahora deberás continuar por tu cuenta. Aquí se separan nuestros caminos. Siento que volveremos a vernos.
El Guardián de los Sueños se desvaneció ante los ojos del chico. Delante de él había una escalera muy estrecha que parecía rodear una gran muralla que nacía desde una playa contigua.
—Supongo que me toca subir por estos escalones…
—Así es —dijo una voz cuya procedencia no pudo identificar—. Nos encontrarás en lo más alto de la escalera.
Una sensación de bienestar lo envolvió. Aquella voz era lo más dulce que había escuchado en su vida. Estaba seguro de que había sido un hada la que le había hablado. Corrió escaleras arriba, sin contar los escalones, sin pararse a pensar, dejándose llevar por su voluntad y por su destino. Según subía, una gran torre se iba presentando ante él, hecha de piedra brillante en la que se incrustaban conchas marinas y de donde nacía un musgo espeso, tibio al tacto cuando lo rozó con los dedos. Llegó a lo más alto de las escaleras, al pie de aquella torre. Una puerta de madera de roble oscuro nacía en la misma roca con la que estaba construida.
—Cruza la puerta, Elíseo. Está abierta —dijo aquella voz.
Elíseo se acercó y empujó la puerta sin dudarlo. Entró en una habitación redonda, adornada con cortinas y tapices llenos de encanto y fantasía.
—Bienvenido al reino de las hadas.
Pelirroja. Ojos verdes a juego con sus alas y su vestido. Tez de marfil adornada por miles de pecas y una expresión dulce y risueña. Elíseo se quedó sin palabras y sin aliento. No fue capaz ni siquiera de pestañear por si aquella hada desaparecía en el instante en el que sus ojos se cerraran. Quedó embaucado por su belleza y por la magia que sentía que irradiaba. Su corazón se aceleró y comenzó a sentir mucho calor a pesar del sudor frío que empezaba a empapar su ropa. Sin embargo, lo que más le sorprendió y no pudo evitar comentar, fue el tamaño de aquel ser.
Editado: 11.09.2025