Un golpe en las costillas lo hizo retroceder varios metros.
—¡Nusae, Chloe! ¿Por qué? —gritó Alvyna horrorizada.
Dos hadas vestidas con capa rosa y armadura habían atacado a Elíseo con la base de sus lanzas al verlo aparecer junto a Alvyna.
—¡Ningún humano puede entrar en el salón del trono! ¿Qué significa esto, Alvyna? —preguntó Biblis.
—¿Estás bien? —se interesó Edromae acercándose al chico.
—Sí, creo que sí… —balbuceó.
Elíseo, sin embargo, sentía el sabor de su propia sangre en la boca y apenas podía respirar.
—¿Por qué hay un humano en el reino? ¿Por qué no he sido debidamente informada?
—Biblis. Solo es un niño que necesita nuestra ayuda. Ha conseguido abrir un portal.
—¡No lo ha hecho él! ¡Ha sido esa sucia kerchief!
—¿Kerchief? —susurró Elíseo.
—No gastes energías, respira profundo. ¿Te duele mucho? —lo tranquilizó Edromae.
—¿Qué tienen que ver los Kerchief en esto?
—Es una larga historia, no es el momento, tranquilo.
—¡Alvyna! ¡Explícate!
—Biblis…
—¡Majestad! —interrumpieron Nusae y Chloe al unísono.
—¡Biblis! —insistió Alvyna.
Aquellas hadas lanzaron sendas bolas de energía a Alvyna, que se deshizo de ellas creando un campo de fuerzas.
—¡No voy a ceder, Biblis! ¡No puedes tratarlo así solo por ser humano!
—¡No te atrevas a decirme cómo debo reinar! ¡Recuerda que no eres nada frente a mí, Alvyna!
Mientras tanto, Sophie y Edromae alejaron a Elíseo de la discusión. El hada arcoíris puso las manos sobre él y el dolor de aquel golpe empezó a calmarse.
—¿Qué está pasando?
Sophie intentó contestar, pero estaba tan asustada como él y era incapaz de articular palabra alguna.
—Tranquilo. Todo está saliendo mal. Las que te han golpeado son las guardianas de Biblis. Alvyna y yo no creíamos que fuera a reaccionar así.
—Dejadme hablar con ella —dijo Elíseo poniéndose en pie.
—¡No, Elíseo! ¡Te matará! —gritó Soephi horrorizada.
Al mismo tiempo, Nusae y Chloe consiguieron tirar a Alvyna al suelo. Atravesaron sus antebrazos con las lanzas dejándola clavada, mientras su sangre brotaba.
—¡Biblis! ¡Esto no es justo! ¡Ni siquiera lo has dejado hablar! ¡Caelia! ¡Roamie! ¡Haced algo! A vosotras sí os escucha.
—Yo ya he hecho mi trabajo —afirmó Roamie con rotundidad y se posó junto a Biblis.
—Ya os dije que tendríais que haberle consultado —añadió Caelia con total frialdad y una sonrisa cínica en su infantil rostro.
—¡Mi aldea necesita ayuda! ¡Majestad! ¡Por favor!
Elíseo había corrido desde donde estaba hasta el frente de Biblis, justo bajo el primer escalón de la balaustrada. Apenas estaba a unos metros y su belleza, de cerca, era aún más cautivadora.
—¡Vaya, vaya! ¿Qué tenemos aquí? ¿Un muchachito valiente? ¡No, Chloe, Nusae! ¡Dejadlo hablar! Veamos qué tiene que decir el renacuajo. Ya me encargaré yo de él en caso necesario.
—Habla, insignificante niño. Haz caso a la reina —dijo Caelia, que también se había posado junto a Biblis, con estudiado encanto.
—Majestad. Mi aldea está en peligro. Han perdido la alegría. ¡Han destruido todo aquello que amábamos!
—¿Te refieres a esa aldea en la que un hombre se atrevió a romper unos dibujos que nos representaban?
—Ese fue mi padre…
—¡No he terminado!
—¡No interrumpas a la reina, cucaracha! —gritó Roamie.
—¿Esa aldea que incendió la cabaña del cuentacuentos y que quemó todo aquello que nos mantenía vivas en vuestra memoria? ¿De verdad pretendes que ayude a unos ingratos como vosotros? ¡Debes saber algo, niñato! No solo no voy a ayudaros, sino que, tras aquellos acontecimientos, os maldije. Vuestra aldea no volverá a ser feliz. No volverá a prosperar. Se consumirá a sí misma hasta desaparecer.
—¡No! ¡Por favor! ¿Por qué quiere dar más dolor a mi gente? ¿No ha sido suficiente con todo lo que nos ha pasado? —gritó Elíseo con convicción.
—Te equivocas, «querido». No soy yo la que trajo el mal a tu pueblo. ¡Eres tú! ¡Tú eres su oveja negra! ¡Tú eres el que rompió las reglas y los llevó a la locura! ¡Solo tú!
—¡Maldita bellaca!
—¿Cómo te atreves a insultarme, mequetrefe? ¡Ya he oído suficiente! ¡Que la maldición de las hadas explote contra ti y los tuyos! ¡Que tu aldea arda en la locura de su existencia! ¡Que nunca más vuelvan a ver la luz de la felicidad! ¡He dicho!
Entonces extendió los brazos hacia Elíseo y unos rayos azules lo atraparon. El hechizo lo elevó a varios metros de altura mientras que miles de chispas punzantes se clavaban en su piel.
—¡Biblis, no! ¡Es solo un niño! —gritó Alvyna que seguía sin poder moverse, anclada al suelo por las lanzas de Chloe y Nusae.
Editado: 11.09.2025