—¿Eva? ¿Qué estoy haciendo aquí?
Volvía a estar en la habitación de la posada, al lado de la chica del pelo rosa, que lo abrazaba con cariño.
—¿Solo ha sido un sueño? ¿No he conocido a las hadas?
—¿Qué dices, Eli? Es muy temprano, vamos a dormir un poco más, porfa.
—Perdona, he tenido un sueño muy extraño. He soñado que viajaba a un lugar muy diferente al nuestro, donde una luna hecha de hielo reinaba sobre un gran cielo plateado. He soñado con un hombre muy extraño que me dio la bienvenida…
No obstante, aunque Elíseo quiso seguir contándole todo, Eva se había vuelto a dormir y no había escuchado nada. Miró por las rendijas del balcón desde la cama. No hacía mucho que acababa de amanecer.
—Quizá pueda contarle el sueño al señor Hermes.
Puso los pies en el suelo y, entonces, se dio cuenta de que la ropa que llevaba era la que le habían preparado Alvyna y Edromae. Sin embargo, no era capaz de recordar cómo había llegado hasta allí. La última imagen que acudía a su memoria era la de Biblis alzando las manos hacia él. A partir de ahí, solo había oscuridad.
—Entonces… ¿no ha sido un sueño?
Se levantó y se percató de que le dolía muchísimo todo el cuerpo, recordó el golpe en las costillas que le habían propinado las Hadas Guardianas y cómo Soephi le puso las manos sobre el pecho para aliviarlo.
Salió de la habitación y entró en la de Hermes sin llamar ni esperar respuesta.
—¡Señor! ¡Señor! ¡Despierte! ¡Señor Hermes! ¡He conocido a las hadas! ¡He hablado con las hadas! ¡Señor, despierte!
—¡Elíseo! —contestó Hermes levantándose de un salto—. ¿Qué dices? ¿De dónde has sacado esa ropa?
—Se lo estoy intentando decir, señor. Pensaba que había sido un sueño, pero no es así. Esta ropa me la dieron las hadas, pero no todas fueron amables conmigo. Recuerdo haber pedido ayuda a la Reina Biblis, recuerdo que discutió conmigo —se le cogió un nudo en la garganta—, y también recuerdo que me dijo que yo era el causante de todos los males de la aldea.
—Elíseo, ¿qué estás diciendo? Nada de eso tiene sentido. Entraste con Eva en la habitación y no has salido de ahí en toda la noche.
—Sí salí, señor. Salí en mitad de la noche y me adentré en un bosque cercano. Allí encontré a Gallaeh.
—¿Quién es Gala?
—No he dicho «Gala», señor. He dicho «Gallaeh». Es la loba que se nos presentó en el bosque… aunque no sé muy bien por qué sé cómo se llama.
—¡Elíseo! ¿Bajaste a la taberna cuando estábamos durmiendo? ¿Estás borracho?
—¡Señor! ¡No se burle de mí! ¡No estoy mintiendo! ¡Le digo que vi a las hadas! ¡Es la verdad! La reina dijo también algo de los Kerchief y un hombre muy extraño que dijo ser el Guardián de los Sueños me dijo que una tal «Nor» me había ayudado, pero no entiendo nada de eso.
—¡Eli! ¿Qué está pasando? ¿Por qué esos gritos? ¡Hermes! ¡No se atreva a hacerle daño!
—¡Eva! ¡Nunca os haría daño a Elíseo y a ti! ¡Entiéndelo ya, por favor! ¡Quieres saber la verdad y la vas a saber, pero no es el momento! ¡Aún no! ¡Escucha lo que dice Elíseo! No sé lo que pasa, no deja de decir sandeces sobre las hadas, los Kerchief y un Guardián de los Sueños…
—¿De verdad que no me cree, señor? ¿Por qué no me cree? ¡Usted me ha inculcado esta fe en las hadas! Usted me dijo que crecer y creer no estaban reñidos y cuando por fin descubro que todo lo que usted siempre ha contado es cierto… ¡No me cree!
—¡Eli! ¡Tranquilo! ¿Qué estás diciendo? ¿Qué tienes en el pelo? Parecen cristales de colores.
—¿Cristales…?
—Quizá yo pueda tener una explicación a eso.
—¡Alvyna! —gritó Elíseo cuando el hada se apareció en la habitación de la posada frente a ellos.
—¡Es un hada! —gritó Eva incrédula.
—Eso parece… sí… —balbuceó Hermes.
—¡Os dije que no mentía!
Eva estaba tan sorprendida que, por unos instantes, no pudo seguir interrogando a Hermes sobre lo que había pasado la tarde anterior. El cuentacuentos, por su parte, se mostraba arrepentido por haber sido tan duro con Elíseo. El chico miraba con admiración al hada e invitaba a sus amigos a escuchar la historia que estaba a punto de contarles.
Alvyna entonces contó con mucha calma todo lo acontecido en el Reino de las Hadas desde que Elíseo cruzó el portal y fue guiado por el Guardián de los Sueños hasta el castillo de las hadas. Les habló de la jerarquía de las Hadas Sucesoras y de la protección de pura lealtad y obediencia de las Hadas Guardianas. También les contó cómo lo prepararon para ver a la reina y cómo la situación se descontroló hasta el punto de que Biblis defenestró a Elíseo tras torturarlo con su magia.
—¡Claro! Por eso me duele todo el cuerpo y tengo cristales en el pelo…
—¡Eli! ¡Mi Eli! ¿Estás bien de verdad? ¿Tú lo salvaste? ¡Gracias, gracias…!
—Alvyna, puedes llamarme Alvyna. Hermes —dijo ahora dirigiéndose al anciano —, tú no puedes recordarme, eras solo un bebé, pero yo te conozco desde entonces.
Editado: 11.09.2025