La maldición de las hadas

Capítulo 29. La maldición de las hadas.

Durante varios meses, las hadas colaboraron con los habitantes de la aldea para reconstruirla y los ayudaron a superar la maldición de Biblis. Todo parecía volver a la normalidad.

Elíseo durmió durante todos esos meses, recuperándose, muy despacio, de las heridas causadas por Biblis. La magia de Hermes y de Alvyna le otorgaban fuerza para seguir respirando cada día. Su madre también lo cuidaba continuamente. Lázaro, su padre, seguía encarcelado. Eva, por su parte, apenas lo visitaba, pues era incapaz de ver al hada pelirroja sujetándole las manos y abriéndole la camisa para curar la herida de su espalda.

La cabaña de Hermes había vuelto a todo su esplendor y la pequeña Maya corría feliz, de nuevo, entrando y saliendo del hueco de la pared. El Séquito de la Laguna, solo con la ausencia de Elíseo por estar recuperándose, volvía a reunirse cada mañana alrededor del cuentacuentos para escuchar, además de las viejas historias de siempre, todas aquellas aventuras que había vivido con Eva y Elíseo.

Nadie recordaba a las hadas. Era lo mejor para ellos. El privilegio de guardarlas en su memoria solo fue para Hermes, Eva y Elíseo. Para todos los demás era como si todo lo que ocurrió en la aldea antes de su llegaba, hubiera sido una pesadilla.

Elíseo por fin despertó y corrió a la Laguna. Eva lloró desconsoladamente al verlo andar de nuevo. Hermes lo abrazó como se abraza a los seres más queridos. Marie corrió a su alrededor, feliz de verlo, por fin, recuperado. Todos los demás aplaudieron y le escucharon contar aquellas historias, completamente inventadas, como ellos creían, sobre el Guardián de los Sueños y la Reina Biblis. Elíseo, Eva y Hermes se miraban con complicidad sabiendo que lo que el chico contaba, era la pura verdad.

Siguieron pasando los meses. Elíseo ya había cumplido los catorce años. Sin embargo, un ápice de tristeza y oscuridad estaba cada día más presente en su rostro.

—¿Por qué estás tan triste, Eli? Te veo cada día más apagado.

El aire de la Laguna los envolvía en aquel mágico atardecer.

—¿Es por tu padre? ¿Aún no has ido a verlo?

—No he ido ni pienso ir. Yo ya no tengo padre, pero no. No es por eso.

—¿Qué ocurre entonces? Sabes que a mí me lo puedes contar todo.

—Las hadas… Alvyna… las echo de menos.

—Tú y las hadas… siempre será igual.

Las lágrimas empezaron a recorrer su rostro.

—Quiero irme con ellas, Eva. ¡No puedo seguir aquí! ¡Nunca volveré a ser feliz! No consigo apartar la cara de Alvyna de mi recuerdo cada vez que cierro los ojos. Y ella, sin embargo, se fue antes de que yo despertara, sin despedirse.

—Eli… no puedes irte… ¡claro que puedes ser feliz! ¡Yo puedo hacerte feliz!

—¿Tú? Tú ya me haces feliz, Evita, pero no es suficiente.

El llanto la invadió por completo y estalló en furia.

—¡Nunca es suficiente! ¡Yo nunca seré suficiente para ti! ¿Por qué, Elíseo? ¿Por qué?

—¿Qué pasa? ¿Por qué te pones así?

—Porque te amo, pedazo de imbécil. Porque te he amado desde siempre y no soporto no tenerte a mi lado.

—¿Qué dices, Eva? ¿Por qué me dices eso ahora?

—¡Porque es la verdad! ¡Pero estás ciego! ¡Nunca has querido verme! ¡Nunca has sabido verme como yo te veo a ti!

Eva se levantó y lo empujó. Corrió hacia el umbral que conectaba la aldea con la Laguna.

—¡Vete! ¡Vete si quieres con tus hadas! ¡Vete con esa Alvyna! ¡Pero no vuelvas nunca más!

—Bienvenido, de nuevo, Elíseo —dijo el Guardián de los Sueños—. Sabía que volveríamos a encontrarnos algún día. Sin embargo, siento que esta vez es diferente. Esta vez vienes para quedarte, ¿no es así?

—Así es.

—Ya sabes el camino, pero esta vez no te haré recorrerlo a pie. Cierra los ojos y te transportaré con Alvyna.

—¡Elíseo!

Alvyna estaba sola en sus aposentos, tranquila, relajada. Se sobresaltó cuando lo vio aparecer.

—¿Qué haces aquí?

—Os… te echaba de menos.

—¿Has venido para quedarte?

—Solo si me dejáis hacerlo. Espero que la nueva reina no sea tan dura con los humanos como lo era Biblis.

—No sé, pregúntale a ella, ¿no?

—¡Claro! ¿Quién es?

—¿En serio? ¿No te lo imaginas?

—No será Soephi, ¿no? Sería una locura.

—¡Ja, ja, ja! ¡No! ¡Claro que no! Ella sigue siendo una de las sucesoras, por supuesto.

—¿Edromae?

—Sin duda, sería una gran reina, pero tampoco.

—Me da miedo pensar que Caelia y Roamie puedan ser la nueva reina.

—Frío, frío.

Entonces, lo entendió.

—Así es, Elíseo. Las demás me eligieron como reina tras la batalla por haber encendido la mecha de la rebelión contra Biblis.

—¿Eres la nueva reina de las hadas? ¿En serio?



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En el texto hay: cuentos, hadas, fantasia juvenil

Editado: 11.09.2025

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