Shion y Mavia habían perdido un día entero en el camino. Tercia no estaba lejos, pero el bosque era un laberinto interminable de árboles nudosos y sombras engañosas. Entre la maleza espesa y los senderos invisibles, perderse era tan fácil como respirar.
Horas después de desviarse de su ruta, Shion se detuvo en seco.
—Mavia… mira eso.—Señaló una estructura que emergía entre los troncos retorcidos.
Desde su posición, parecía una torre maltratada por el tiempo, con una silueta extraña que no se asemejaba a ninguna construcción que hubieran visto antes. La curiosidad los empujó a acercarse, olvidando por completo la urgencia de su viaje.
Abriéndose paso entre raíces sobresalientes y ramas bajas, se acercaron lo suficiente para distinguir la verdadera forma de la edificación. No era una torre, ni un edificio en ruinas.
Era una columna retorcida, una espiral de piedra que se enroscaba sobre sí misma hasta arquearse en el aire. No tenía puertas ni ventanas, ni siquiera una grieta en su superficie. No parecía hecha de piedra, pero tampoco de metal.
Shion frunció el ceño, analizando la extraña estructura.
—¿Cómo habrá llegado algo como esto aquí?— Extendió la mano y la apoyó sobre la superficie lisa.
La columna vibró bajo sus dedos. El suelo tembló.
Mavia retrocedió de inmediato, llevándo una mano al arma. Shion apenas tuvo tiempo de saltar hacia atrás cuando la estructura comenzó a desenroscarse. La espiral giró lentamente, hundiéndose en la tierra como si una fuerza invisible la absorbiera.
Un último crujido resonó en el aire antes de que se detuviera, formando un arco perfecto en medio del claro. Mavia entrecerró los ojos, sin soltar la empuñadura de su espada.
—¿Terminó? —susurró.Shion tragó saliva.
—No lo sé.
El silencio se alargó. Nada se movió. Dieron un paso al frente.Y entonces, el suelo se abrió.
De las profundidades del arco, cientos de diminutas criaturas brotaron como una colonia de hormigas. Se arrastraban unas sobre otras, emergiendo sin cesar hasta rodearlos.
Shion y Mavia se pusieron espalda con espalda, desenvainando sus espadas en sincronía.
—Son pequeños —murmuró Mavia—. No deberían costarnos trabajo.
—Intentemos abrirnos paso, evitemos una masacre innecesaria —añadió Shion.
Pero las criaturas no atacaron.
Se amontonaron entre sí, fundiéndose unas con otras en una grotesca amalgama de cuerpos oscuros. Sus formas diminutas se retorcieron, entrelazándose hasta convertirse en algo mucho más grande. Algo que respiraba.
Shion sintió que la sangre se le helaba cuando, en cuestión de segundos, un ser colosal se alzó frente a ellos. Tan alto como un árbol, tan ancho como la cola de un dragón. Y no era solo uno. Decenas de esas criaturas emergieron del enjambre, con cuerpos gigantes y ojos ardientes como ascuas.
—Mavia… —susurró Shion, incapaz de apartar la mirada—. ¿Qué hacemos ahora?
Ella apretó la mandíbula.
—Tranquilo. He derribado cosas más grandes.
Lo dijo con seguridad, pero en su mente sabía que estaba en desventaja. No conocía la naturaleza de esas criaturas. No sabía si eran vulnerables al acero o a la magia. Y odiaba no saberlo.
El gigante más alto dio un paso adelante. Su voz resonó como un trueno en la espesura.
—¿A qué habéis venido, Tercianos? ¿No os hemos enseñado ya la lección?
Shion frunció el ceño.
—¿Tercianos? ¡No somos Tercianos!
Se lanzó al ataque, pero Mavia lo sujetó del brazo y lo obligó a retroceder.
—Quédate atrás. Acabaré con esto rápido.
—Señorita, yo la ayudaré…
Mavia le dirigió una mirada gélida y Shion cerró la boca.
El silencio cayó sobre el bosque. Mavia midió a sus enemigos con la mirada, analizando su destreza, su velocidad, su fuerza. Una rafaga de viento agitó su cabello plateado, haciendolo brillar con la poca luz que se filtraba entre las hojas.
El gigante atacó con un golpe directo, pero ella fue rápida. Esquivó el golpe y saltó, impulsándose lo suficiente para alcanzar el rostro del coloso. Su puño chocó contra la carne oscura con una fuerza monstruosa. El gigante se tambaleó y cayó de espaldas, haciendo retumbar la tierra.
Pero Mavia no se detuvo. Giró en el aire y descendió con la espada en alto, lista para decapitar a otro enemigo.
El acero impactó contra la piel de la criatura rompiendose en mil pedazos. Mavia aterrizó con el mango de la espada aún en la mano. Miró la hoja destrozada con el ceño fruncido.
—Interesante.
Arrojó los restos al suelo y llevó la mano a su cuello. Desprendió el dije de su collar, y en cuanto la cadena se deslizó entre sus dedos, un resplandor negro cubrió la joya. La luz se disipó. En su lugar, Mavia sostenía una nueva espada.
El ojo derecho de la joven se oscureció por completo. Una línea negra se extendió desde su pupila hasta perderse en su cabello. El gigante más alto entrecerró los ojos.
—Un momento… Esa espada… Esa marca en tu rostro…
Sus camaradas comenzaron a inclinarse, con reverencia y temor.
—No me digas que tú eres…
—Soy Mavia —respondió ella con tono indiferente—. La Suprema Mayor.
Los gigantes cayeron de rodillas.
—Mavia, la princesa de los Dioses y Demonios, hija de Hydna y Merfus, hermana de…
Ella suspiró con fastidio.
—Sí, sí, ya quedó claro. Gracias.
El líder de los gigantes inclinó la cabeza.
—Disculpe nuestra insolencia, alteza. No la habíamos reconocido. Vuestra madre nos ha ordenado quedarnos aquí y vigilar Tercia. Os confundimos con esbirros de las Sombras. Mavia arqueó una ceja.
—¿De las Sombras? Nos llamaron tercianos hace un momento —intervino Shion.
—Veréis —comenzó el gigante— desde que las Sombras han caído sobre Tercia, muchos de sus habitantes han sido convertidos en siervos sin mente ni alma. Algunos han intentado expulsarnos, pero los hemos repelido valientemente.
Shion sintió que el aire le faltaba.