La Maldición de las Sombras

Liberación

Al salir del túnel, la realidad los golpeó de inmediato.

El aire era pesado, denso. Como si la misma tierra exhalara un lamento. La energía oscura se aferraba al ambiente como una sombra viviente, un manto que devoraba la luz y sumía todo en una penumbra sofocante. Tal como se les había advertido, la oscuridad no era solo ausencia de sol: era algo vivo, una presencia que acechaba desde cada rincón.

Mavia, instintivamente, conjuró un hechizo de visión animal, dotando sus ojos del poder de ver en la penumbra. Pero cuando la negrura se disipó ante su vista, deseó no haberlo hecho.

El palacio estaba en ruinas. Las imponentes paredes de antaño ahora yacían derruidas, cubiertas de grietas y moho. El jardín, que alguna vez estuvo lleno de vida, no era más que un cementerio de ramas secas y pétalos marchitos. No se oía ni un solo sonido. Ni voces. Ni pisadas. Ni siquiera el murmullo del viento.

Era un reino muertó.

—Debemos ir directo a las minas —dijo Mavia, avanzando con decisión—. Los tercianos no pueden sobrevivir mucho tiempo en estas condiciones.

—Por supuesto, señorita. Voy detrás de usted.

Shion la siguió, pero cada paso le costaba más que el anterior.

Él era una criatura de luz, un alma noble y piadosa. Pero no era fuerte. Su corazón, lleno de dudas y cicatrices, era el blanco perfecto para la corrupción que flotaba en el aire. La oscuridad lo sintió. Lo reconoció.Lo reclamó.

El camino a las minas fue un viaje en silencio. La ciudad era un desierto de ruinas, sin un solo rastro de vida.

Mavia avanzaba sin problemas, como si su cuerpo rechazara instintivamente la energía maligna. Pero Shion… Shion se sentía atrapado en un torbellino invisible. Sus piernas temblaban. El aire pesaba en su pecho. El mundo giraba a su alrededor.

Su corazón luchó. Resistió. Pero la oscuridad fue más fuerte. Con un susurro certero en su mente, lo venció. Su cuerpo se desplomó.

—¡Shion! —La voz de Mavia rasgó el silencio mientras corría hacia él. Se arrodilló a su lado, sacudiéndolo con fuerza—. ¿Qué te pasó? ¿Estás herido?

No hubo respuesta. Intentó curarlo. Lo agitó. Lo golpeó suavemente. Nada funcionó.

Un peso cayó sobre su pecho. Era un dolor familiar, un reflejo de algo que había experimentado una vez… hacía mucho tiempo.

Se levantó con los puños cerrados. Retrocedió unos pasos, extendió las manos y empezó a conjurar. Las Supremas tenían reglas, pero le daban igual. Shion no iba a morir. No mientras ella respirara.

Sabía que traerlo de vuelta sería más difícil que con la humana. Él era luz, y la luz no pertenecía al mismo reino que los hombres. Cada criatura tenía su destino al morir, y cada destino estaba custodiado por un guardián. Para resucitar a alguien, había que enfrentarlo y arrancar el alma de su dominio.

Estaba a punto de empezar el hechizo cuando, de repente…Shion abrió los ojos.

Mavia se arrojó sobre él, rodeándolo con los brazos antes de siquiera pensar.

—Pensé que habías muerto —susurró, separándose un poco para mirarlo—. ¿Qué pasó? ¿Por qué te desmayaste?

Shion no respondió.

—Shion…

Tomó su rostro con ambas manos, obligándolo a mirarla. Sus ojos estaban negros, vacíos. No había luz en ellos. Un escalofrío la recorrió justo cuando él desenvainó su espada y la alzó contra ella.

—No puede ser… —susurró Mavia, retrocediendo un paso—. ¡Shion, reacciona! Eres más fuerte que esto.

Pero él ya no era dueño de sí mismo.

Atacó una y otra vez. Ella se negó a devolver el golpe. Se limitó a esquivar, esperando… esperando encontrar una forma de traerlo de vuelta. Pero ¿Como? ¿Cómo se expulsa la oscuridad de un cuerpo sin destruirlo?

No tuvo tiempo de hallar la respuesta. Las sombras se arremolinaron a su alrededor. Se alzaron como una tormenta viviente, más y más entidades uniéndose a la batalla.

—Maldición… —gruñó, sintiendo por primera vez la urgencia de pelear.

Desprendió su collar y dejó que su espada cobrara forma en su mano.

Pero justo cuando iba a atacar, las sombras envolvieron a Shion como un escudo.

Mavia apretó la mandíbula. Si atacaba, lo lastimaría.Debía pensar rápido.

Las sombras eran criaturas de la noche. La luz del sol las destruía y fuera del velo todavía era de día.

Sin saber si funcionaría, saltó hacia el cielo y, con un movimiento limpio, cortó el velo oscuro que cubría la ciudad. Con un solo rayo de luz tocando el suelo el resto se desmoronó en un parpadeo. Las sombras chillaron, algunas huyeron y otras se deshicieron en cenizas bajo la luz implacable.

Las que vivían dentro de Shion sobrevivieron al beso del sol. Antes de que Mavia pudiera hacer algo más, él desapareció en la distancia.

Ella no lo persiguió. No porque no quisiera, sino porque no tenía una forma de salvarlo aún.

—Tranquilo, Shion… —murmuró — En cuanto sepa cómo ayudarte, iré corriendo a buscarte. Lo prometo.

Con el sol iluminando por fin Tercia, Mavia continuó su camino hacia las minas.

Los refugiados vieron el velo desvanecerse y salieron a la luz. Habían pasado tanto tiempo en la oscuridad que la claridad les pareció un milagro.

Mavia se acercó a ellos, los tranquilizó, curó a los enfermos y ayudó a los ancianos a salir de su escondite. Buscó entre ellos rostros conocidos, esperando encontrar a sus viejos amigos. Pero no estaban ahí.

Liberó la ciudad… y perdió a Shion. No encontró a sus amigos. No tenía respuestas. Para ella, eso era una derrota.

El gigante había mencionado que algunos tercianos habían escapado al Valle de los Elfos Azules. Quizás allí encontraría a los que buscaba. O, al menos, la respuesta para salvar a su amigo.

Sumida en sus pensamientos, apenas notó a la anciana que se acercaba a ella.

—Disculpa, jovencita —dijo la mujer con voz pausada—. Debes estar agotada por todo lo que has hecho hoy.

Mavia la miró en silencio.

—Pero debo decirte que aún hay personas que necesitan tu ayuda.




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