La Maldición de las Sombras

Hermanas

Al ver con claridad a su adversario, Mavia supo que no debía subestimarlo.

Respiró hondo y cerró los ojos. Sujetó firmemente la espada con su mano derecha y luego con la izquierda, sintió el poder recorrer su cuerpo. Cuando la segunda mano terminó de cerrarse sobre la empuñadura, una línea blanca surgió desde su ojo izquierdo y se perdió en su cabello.

Cuando abrió los párpados, sus ojos habían cambiado. Tomaron un calor violaceo iguales a los de su enemigo.

El Demonio Negro atacó en el acto. Sus tentáculos se alargaron como lanzas negras, buscando atravesarle el pecho. Pero Mavia fue más rápida. Con un movimiento certero, cortó las extremidades de la criatura antes de que pudiera pestañear. Un alarido inhumano retumbó en la prisión.

La bestia retrocedió, con su sangre oscura tiñendo el suelo. Era el momento de contraatacar. Se lanzó contra él, con su espada buscando el cuello. Pero su enemigo no era un simple espectro.

Cada estocada que dirigía era bloqueada por sus largas y afiladas garras. El choque de acero contra hueso resonaba en el aire, en medio de un duelo de fuerza e instinto. Con un giro inesperado y golpe certero, Mavia logró romper cuatro de sus diez garras.

Era suficiente.Una buena brecha en su defensa. Aprovechó la oportunidad y le atravesó el abdomen de lado a lado. El Demonio Negro cayó pesadamente al suelo. Se acercó, con la espada aún goteando.

Sabía que no debía darle tiempo para recuperarse. Lo decapitaría.

Alzó su espada sobre su hombro y tomó aire. Pero justo cuando la hoja descendía, otra espada bloqueó su ataque. Mavia giró la cabeza con furia ¿Que atrevimiento era ese?

Frente a ella, con la misma mirada desafiante de siempre, estaba Lara.

—¡Hey! —exclamó su hermana, en tono de reclamo— Eso estuvo demasiado cerca, Mavia.

—¿Qué crees que estás haciendo, Lara?—La rabia empezaba circular pos sus venas, como un veneno amargo.

—No puedes matarlo.

—¿Perdón?

—No sabes quién es.

Mavia apretó la mandíbula.

—No me importa quién sea. Nos matará a nosotros o a cualquiera que se cruce en su camino si no lo termino ahora.

Lara no cedió.

—Escúchame un segundo…

—¡Muévete!

Pero en medio de su discusión, Brion gritó una advertencia.

—¡Mavia, detrás de ti!

Demasiado tarde.

El Demonio Negro, aprovechando la distracción, lanzó sus garras contra ella. Mavia logró moverse a tiempo para evitar un golpe letal, pero una de sus garras se hundió en su brazo, dejando un profundo corte.

La bestia desplegó sus alas escapando por el pozo.

Mavia chasqueó la lengua. Se llevó un dedo a la herida y deslizó la yema sobre la piel rasgada. Con un leve resplandor, la herida se cerró completamente.

—¿Estás bien? —preguntó Lara.

—Por supuesto —respondió Mavia con frialdad. Luego la miró de reojo—. ¿Qué haces aquí?

—Madre fue a buscarme. Dijo que Tercia estaba en peligro y que necesitabas mi ayuda.

Mavia soltó una risa seca.

—Por supuesto. Tenía que ser idea suya.

Ignoró a su hermana y se dirigió a las celdas, rompiendo los candados uno por uno. Lara la siguió, sin molestarse por su indiferencia. Mientras ayudaban a los prisioneros a salir, Lara se cruzó con un rostro familiar.

—Hola, Brion. Tiempo sin verte —saludó con una sonrisa ladina.

Brion le devolvió una mirada fría.

—Un placer verte de nuevo, Lara —respondió con tono sarcástico.

Lara y Mavia eran hermanas. Habían crecido juntas en Tercia, pero hacía siglos que no se hablaban.Tres siglos, para ser exactos. Todos los que las conocían sabían lo que había pasado entre ellas. Y Brion, que había estado allí, no tenía ninguna intención de olvidarlo.

Con la guía del viejo guardia del palacio, uno de los primeros en ser capturados, lograron encontrar una salida sin necesidad de escalar paredes o levitar. Solo tuvieron que derribar un par de muros para llegar a los túneles por los que Mavia y Shion habían entrado a la ciudad.

Los prisioneros caminaron en silencio, con el eco de sus pasos resonando en la oscuridad del túnel. Al salir, el sol los recibió con su cálido resplandor.

Algunas personas corrieron a Mavia, agradeciéndole con lágrimas en los ojos. Otras se lanzaron a los brazos de sus familiares, aliviados de haber sobrevivido un día más.

Por primera vez en mucho tiempo, Tercia respiraba paz. Por primera vez en mucho tiempo, había esperanza.

Cuando todos hubieron descansado y llenado el estómago con lo que pudieron encontrar, Mavia reunió a los sobrevivientes.

—Escuchen —dijo con voz firme—. No podemos quedarnos en Tercia.

Nadie necesitó explicaciones. Sabían que cuando la noche cayera, las Sombras regresarían. La única opción era huir.

—Los Elfos Azules han dado refugio a algunos tercianos. Nos uniremos a ellos.

Sin perder tiempo, la gente comenzó a prepararse.

Recolectaron provisiones, lo poco que pudieron. Repararon carretas y cargaron en ellas a los ancianos, niños y heridos. Llenaron jarras con agua y se aseguraron de llevar todo lo que pudieran cargar en sus espaldas. Cuando todo estuvo listo, abandonaron la ciudad.

Mavia ajustó la correa de su espada y miró a Lara de reojo.

—No hace falta que vengas —dijo sin rodeos—. Puedo cuidarlos sola. Regresa a Orien, o a donde sea que estuvieras.

Lara cruzó los brazos.

—No pienso irme.

Mavia la miró con fastidio.

—¿Cómo piensas proteger a ciento cincuenta personas tú sola? ¿Cómo piensas llegar a un lugar al que nunca fuiste y cuyo camino no conoces?

Esperó una respuesta. No la hubo.

—Lo ves —dijo Lara con una sonrisa triunfal—. Me necesitas.

Y sin esperar más, tomó la delantera, liderando la caravana hacia el sur de Tercia, hacia el mar. Hacia el hogar de los Elfos Azules.

Brion se acercó a Mavia.

—¿Crees que esto sea una buena idea? —murmuró, con cautela—. Lara… bueno, no es de fiar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.