La noche avanzó con lentitud. Los Tercianos, temblorosos, se acurrucaban unos contra otros, incapaces de dormir. Lara se mantuvo en vela, avivando el fuego, mientras Mavia patrullaba el campamento con la determinación de una cazadora. Se movía con sigilo, acechando en la penumbra más allá del resplandor de las llamas. No logró erradicar a todas las Sombras, algunas eran demasiado escurridizas, pero redujo su número lo suficiente como para frustrar sus planes.
Al amanecer, los susurros de las Sombras se apagaron con el primer rayo de sol. Susurros llenos de promesas y advertencias.
El viaje se reanudó. Los viajeros, exhaustos pero aliviados, sabían que su destino estaba cerca.
—¿Qué es esto? —preguntó Mavia cuando se detuvieron frente a una inmensa extensión de arena.
No había mar ni horizonte. Solo arena infinita y, en medio de ella, una gran roca cubierta de musgo.
—La entrada al reino —respondió Lara.
Se acercó y deslizó la mano sobre la superficie rugosa. Al instante, el paisaje cambió. Un velo invisible se disipó, revelando el mar en toda su inmensidad. La brisa salina les acarició el rostro y el sonido de las olas llenó el aire.
Ante ellos se alzaba la fortaleza de los Elfos Azules. Construida con piedra marina, sus muros resplandecían en tonos de azul y verde. Un puente de piedra se extendía sobre el agua, conectando la costa con una torre imponente en medio del mar.
Lara cruzó primero, seguida de Mavia y Brion. Al final del puente, un grupo de elfos los esperaba. Vestían túnicas plateadas y cascos de acero gris, alineados en perfecta formación tras su capitán, quien los observó con expresión altiva antes de hablar:
—¿A qué han venido, forasteros?
—Buscamos refugio para nuestros viajeros —respondió Lara con voz serena, haciendo una ligera reverencia.
El capitán la observó con desconfianza.
—Nuestra fortaleza no tiene espacio para ustedes. Busquen en otro lugar.
—Lo lamento si nos malinterpretó, —dijo Mavia, dando un paso al frente— pero no estábamos pidiendo permiso.
El capitán se detuvo en seco y giró lentamente.
—¿Acaso insinuáis que entraréis por la fuerza?
—No insinuo nada, lo afirmo. —respondió Mavia con una sonrisa tensa.
Los soldados elfos desenfundaron sus espadas. Mavia hizo lo propio, sin apartar la mirada del capitán.
—No hay necesidad de pelear. —intervino Lara, colocando una mano en el hombro de su hermana— Informa a tu rey que la Suprema Mayor solicitan una audiencia. Venimos en busca de refugio y traemos asuntos urgentes que competen a todas las Criaturas.
Se detuvo un instante antes de añadir:
—Y recuérdale que esta es solo una formalidad. Entraremos con o sin su consentimiento.
El capitán apretó los dientes y se alejó con paso rígido. Una hora después, otro soldado apareció con el veredicto:
—El Gran Rey de los Elfos Azules ha accedido a recibirlas. Los Tercianos serán acogidos bajo su protección y la Suprema Mayor, deberá reunirse con él en la sala del trono de inmediato.
Dentro de la fortaleza, los Tercianos fueron guiados hasta un inmenso comedor. El aroma de la comida recién servida llenaba el aire, y una chimenea al fondo entibiaba el ambiente. Hambrientos, se abalanzaron sobre la mesa, saciando por fin la necesidad que los atormentaba.
Pero Lara y Mavia no tuvieron el mismo recibimiento. Fueron llevadas al salón del trono, donde la penumbra dominaba. Solo unas pocas antorchas resistían la oscuridad. En el centro, un trono de piedra y caracolas albergaba al rey de los elfos, quien las observaba con recelo. Detrás de él, un grupo de elfos armados permanecía en alerta.
—¿A qué habéis venido? —preguntó el rey con voz ronca.
Lara inclinó la cabeza en señal de respeto y obligó a Mavia a hacer lo mismo.
—Majestad, ya sabéis quién soy. No vengo a presentarme, sino a pediros ayuda. La guerra se acerca, y os necesitamos.
El rey soltó una carcajada antes de endurecer el gesto.
—¿De qué guerra habláis?
—De la guerra contra las sombras. —respondió Lara con molestia— ¿Negaréis que habéis ayudado a los Tercianos? ¿Que intentasteis salvar a quienes sucumbieron a la oscuridad?
El rey suspiró.
—Es cierto, lo hicimos… pero no para ayudaros, sino para evitar la guerra. Las sombras solo querían Tercia. Dejádlas en paz y dedicad vuestra atención a algo más importante.
Lara estaba por protestar cuando una voz familiar la interrumpió.
—Lamento contradeciros, gran rey elfo, pero os equivocáis.
Hydna, reina de los dioses, había entrado sin ser anunciada. Ignoró las miradas confundidas y altivas de los presentes.
—Vine sin invitación y entré sin permiso. ¿Algún problema?—Nadie dijo una palabra— Bien, porque tengo mucho que decir y vosotros, mucho que escuchar.
El rey fingió concederle la palabra, aunque todos sabían que nadie, ni siquiera él, tenía autoridad sobre Hydna.
—La guerra contra las sombras es real, y está a nuestras puertas. —continuó la diosa— La caída y recuperación de Tercia fueron solo el principio. Hace milenios, cuatro Supremas lucharon contra cuatro Titanes. Uno murió, los otros tres fueron sellados en un lugar desconocido… hasta ahora.
Lara sintió un escalofrío.
—¿Qué tiene que ver Tercia en eso? —preguntó.
—Todo el reino fue construido sobre los cuerpos de los Titanes. Es su prisión. Si las sombras los encuentran, solo necesitarán incrustar los diamantes en sus cuerpos para liberarlos.
—Los diamantes están a salvo. —intervino Mavia— Lara y yo custodiamos dos de ellos. Mientras respiremos, no los tendrán.
Hydna cruzó los brazos.
—¿Y qué hay del tercero? Con uno solo basta para condenarnos a todos.
Mavia guardó silencio. El tercer diamante llevaba siglos desaparecido. Si las sombras lo obtenían, estaban perdidos.
El rey meditó las palabras de Hydna. Si todo era cierto, ningún reino, ninguna raza, ningún ser vivo estaba a salvo. Finalmente, tomó la única decisión sensata.