La Maldición de las Sombras

Maestros

Hydna explicó el motivo de su visita y los maestros deliberaron entre ellos quién tendría el honor de ayudar a sus invitadas. Una vez tomada la decisión, aquellos que no fueron escogidos regresaron a sus tareas habituales, mientras que el maestro elfo seleccionado las invitó a seguirlo.

El elfo movió un enorme librero, revelando una puerta de hierro que, a diferencia de la anterior, no tenía cerradura visible. En lugar de eso, se abrió cuando apoyó la palma de su mano sobre ella.

La habitación tras la puerta no era oscura ni húmeda. Por el contrario, rebosaba de luz y despedía un calor abrasador. Al cruzar el umbral, las tres comprendieron el motivo: allí, los elfos mantenían cautivas a las Sombras extraídas de los cuerpos de los refugiados.

—Tenemos poca información sobre ellas, —explicó el maestro elfo— pero nos hemos visto en la obligación de estudiarlas en profundidad para poder ayudar a sus víctimas.

Señaló entonces a una Sombra atrapada en un círculo de fuego. La criatura permanecía encogida en un rincón, lo más lejos posible de la luz.

—Extraímos esta de un humano hace unos días —añadió.

Lara frunció el ceño, confundida.

—¿Las Sombras pueden poseer humanos? Pensé que solo criaturas y bestias podían resistirlas dentro de sus cuerpos.

El maestro elfo la miró fijamente antes de responder:

—Las Sombras pueden dominar todo aquello que tenga un corazón. No sabemos qué criterio utilizan para elegir a sus víctimas, pero no lo hacen al azar.

—Negatividad —intervino Mavia, quien hasta ese momento había permanecido un poco más atrás, observando detenidamente a las Sombras cautivas— Se alimentan de emociones negativas. He visto cómo atacan aldeas humanas sin matar a nadie. No buscan cuerpos, buscan miedo, odio, desesperación, rencor... Cualquier corazón que sienta estas emociones frente a ellas será dominado.

Los ojos del maestro elfo se abrieron con sorpresa.

—Interesante... —murmuró, observando a las Sombras con renovada fascinación.

—Si son vulnerables al fuego ¿Por qué esa sigue con vida? —preguntó Hydna.

—Este fuego es distinto. —explicó el elfo— Es menos brillante que el fuego común. La debilita, pero no la destruye.

Lara se acercó un poco más.

—Maestro ¿Cómo extraen a las Sombras de un cuerpo?

El elfo pareció sobresaltarse, como si hubiera olvidado por completo el propósito de su demostración.

—Ah, sí... Mirad, mirad.

Se movió con rapidez hacia una mesa, tomó un papel y luego corrió hasta el otro extremo de la habitación. Allí, encadenado a la pared, había un humano de mediana edad.

El maestro se acercó con cautela, asegurándose de que las cadenas que lo sujetaban estuvieran bien ajustadas. El hombre parecía desmayado, con los ojos entrecerrados y el cuerpo completamente inmóvil, pero el elfo no bajó la guardia. Sus pasos se volvieron más lentos y su mano tembló ligeramente mientras mantenía la mirada fija en el rostro del cautivo.

Cuando al fin estuvo lo suficientemente cerca, apoyó la palma sobre su pecho, justo sobre su corazón.

El hombre abrió los ojos de golpe y lanzó un alarido desgarrador. El grito fue tan estremecedor que Hydna y sus hijas se taparon los oídos, pero el maestro elfo, ya acostumbrado a tales reacciones, no se inmutó.

Empezó a murmurar palabras en un idioma incomprensible. El grito cesó de repente.

El elfo retiró la mano con brusquedad, pero esta no se desprendió sola: una bruma negra y espesa fue arrastrada con el movimiento y arrojada directamente a las llamas. La Sombra se retorció en el fuego, debilitándose aún más.

El humano, por su parte, había sido liberado.

—Así es como se purifica un corazón —anunció el maestro elfo, volviéndose hacia sus espectadoras, que lo miraban con gran fascinación— Pero tened en cuenta que este caso fue sencillo. Las cadenas que sujetaban a este humano están hechas de dianitra: absorben y bloquean la energía de todas las Criaturas, incluidas las Sombras. Sin ellas, es casi imposible liberarlos.

—Los humanos no son Criaturas —corrigió Lara—Son solo humanos.

El maestro elfo sonrió con cierta ironía.

—En efecto, un humano es solo un humano: un ser carente de energía natural. Mero contenedor vacío... y, por ello, la especie más peligrosa para nosotros hoy.

Lara y Hydna intercambiaron miradas confusas, pero Mavia pareció comprender de inmediato.

—Contenedores vacíos que pueden llenarse con lo que uno quiera —dijo, acercándose al humano encadenado, observándolo con detenimiento, imaginando lo que las Sombras podrían hacer con ellos.

—Correcto, su alteza —asintió el maestro— Las Criaturas nacemos con una energía fluyendo en nuestras venas. No podemos deshacernos de ella ni cambiarla. Pero los humanos son lienzos en blanco: completamente libres, capaces de adquirir cualquier energía y aprender cualquier magia. Este hombre, por ejemplo... —señaló al cautivo— adquirió la energía del agua y del aire. Aprendió a controlar la marea y desatar huracanes.

Hizo una pausa antes de continuar con gravedad:

—Ahora, imaginen un ejército de estos nuevos "seres", capaces de absorber las ocho energías y usarlas simultáneamente.

Mavia cruzó los brazos y sonrió con cinismo.

—Eso sería un verdadero problema.

Miró a Hydna y Lara con seriedad.

—Debemos advertir a todos los reinos. Que vigilen a los humanos en sus territorios... o que los eliminen antes de que las Sombras los posean.

Hydna asintió.

—Maestro ¿cuántos humanos tienen las Sombras actualmente?

El elfo suspiró.

—No lo sabemos con certeza... pero probablemente algunos miles.

En ese instante, el sonido de una campana resonó a la distancia.

La conversación terminó.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.