La Maldición de las Sombras

Vieja amiga

Despertó mareada, confundida. Sus ojos no lograban enfocar, sus piernas no respondían y su cabeza se tambaleaba de un lado a otro, como si fuera demasiado pesada para que su cuello la sostuviera. Sus manos ardían; intentó sacudirlas para enfriarlas, pero apenas pudo moverlas.

Sentía que su respiración era inexistente, su pecho se inflaba, pero el aire no entraba ni salía. Abría y cerraba la boca en un intento desesperado por balbucear algo, aunque lo único que hacía era luchar contra la sofocación.

Pasadas unas eternas horas, sus sentidos comenzaron a agudizarse y, poco a poco, sus músculos le respondieron. Primero sujetó las cadenas con las manos y, con esfuerzo, intentó incorporarse. Luego, sus piernas acataron la orden y se mantuvieron en pie. Finalmente, la cabeza dejó de darle vueltas y su cuello, aunque adolorido, logró sostenerla.

La hierba que Lara había usado le dejó un espantoso dolor de cabeza. Sentía como si alguien la hubiera golpeado con fuerza en la nuca y luego la hubiera estrellado contra el suelo.

Cuando sus ojos lograron vislumbrar imágenes concretas en medio de la abismal oscuridad, lo primero que vio fue a una mujer sentada en una esquina de la habitación, mirándola fijamente.

—Lo que sea que te hayan dado es aterradoramente efectivo —dijo la desconocida, justo cuando una gran cantidad de antorchas se encendieron, iluminando el lugar y deslumbrando a una aún aturdida Mavia—. Llevas dormida más de diez horas.

Mavia intentó hablar, preguntar quién era y qué quería, pero cada palabra era ácido en su garganta. Apenas podía tragar sin sentir que se arrancaba la carótida. Sin embargo, podía oír con claridad la voz de la mujer... y le sonaba extrañamente familiar.

—¿No dirás nada? ¿O aún no puedes hablar? Da igual, eres terriblemente molesta cuando hablas.

La mujer se acercó hasta quedar cara a cara con su prisionera. No solo conocía a su captora, sino que, algún tiempo atrás, le había tenido un especial cariño.

—Kira... —susurró con dificultad, pagando el precio de un infierno desatado en sus cuerdas vocales.

—Sospecha confirmada: no puedes hablar. —respondió Kira con burla— Deben estar pasando tantas preguntas por tu cabeza ahora... Adoro que no puedas hacerlas.

Rió con malicia, mostrando sus perfectos dientes. Observó a Mavia, indefensa y confundida, y luego le dio una fuerte bofetada en la cara.

—Siempre quise hacer eso. —añadió con satisfacción.

Tras ello, Kira se marchó, prometiendo volver cuando Mavia estuviera en todos sus sentidos.

Otra vez sola, la joven trató de entender qué demonios había pasado. Repasó todo en su mente y, en cuanto el recuerdo apareció, lo comprendió todo: su hermana le había puesto algo en la tarta para dormirla y entregarla. Pero eso no explicaba por qué Kira era su captora.

Había viajado a Tercia porque creyó que ella y Brion estaban en peligro. Quería ayudarlos, salvarlos, porque una vez fueron sus queridos amigos. Entonces ¿por qué Kira le hacía esto? ¿Brion lo sabía?

Por más que tratara de encontrar respuestas, no pudo. Solo le quedaba una opción: sacárselas a Kira.

Horas después, la susodicha volvió.

—¿Ya estás más despierta? —preguntó, caminando directo hacia Mavia.

Esta la miró fijamente, amenazándola con la mirada.

—Oh, sí. Ya eres tú otra vez.

—¿Por qué? —interrogó Mavia, fingiendo debilidad en su voz.

—Y empezaron las preguntas. —suspiró Kira. Tomó la silla de la esquina y la arrastró hasta dejarla frente a su prisionera. Luego se sentó— No es personal, si eso es lo que quieres saber. Son solo negocios ¿Sabes? Un medio para un fin.

—Pensé que eras mi amiga —respondió Mavia, manteniendo la fragilidad en su voz.

—Oh, sí. La amistad siempre fue importante para ti, pero... no para mí. Ni para Brion. Nosotros solo buscamos sobrevivir. En su momento, tú eras la mejor opción. Ahora, las claves están en otro jugador.

—Así que él también...

La tristeza y la decepción tiñeron su mirada.

—Sí, él también. De hecho, fue su idea tomar Tercia. Sabía que eso te haría salir voluntariamente.

Mavia apretó la mandíbula.

—Estuvo aquí antes de que despertaras ¿Sabes? Pero ya volvió a la fortaleza de los elfos. Le preocupaba que notaran su ausencia, que despertaras... que salieras viva de aquí. Es un chico que se preocupa demasiado. Tiene que relajarse un poco.

Kira hizo una pausa, esperando más preguntas, pero Mavia ya no tenía ninguna. Aun así, la otra parecía ansiosa por hablar.

—Tal vez te preguntes dónde estamos. Pues bien, estamos en Tercia, en una de sus tantas minas abandonadas. Solo que esta es especial.

Mavia no quería oír más. Solo quería arrancarle esos despreciables ojos marrones y dárselos a los cuervos. Se aferró a las cadenas e intentó derretirlas, pero no solo no funcionó: las cadenas se pusieron al rojo vivo, quemándole la piel.

Gritó de dolor y sus extremidades cayeron al suelo. Se sentía drenada, vacía.

—Debí advertírtelo. —rió Kira— Esas cadenas están hechas de Dianitra. Te chupan la energía natural y te devuelven el daño que intentas causarles. Yo que tú, no lo volvería a hacer.

—¿Qué diablos quieres de mí? —jadeó Mavia.

—No importa lo que quiero. Lo que importa es que voy a tenerlo.

Mavia la fulminó con la mirada, pero Kira continuó con su monólogo.

—Esta mina es especial porque, según la leyenda, aquí fue donde tres de los Cuatro Primeros separaron las almas de los Titanes, sellándolos eternamente.

—¿"Dicen"? ¿Quiénes? ¿Arturo? Está loco.

Kira no recibió bien el comentario. Le cruzó la cara con otra bofetada.

—No hables de lo que no entiendes.—sonrío con malicia— Él me contó una historia sobre ti, Lara, Hydna y Zen...

El nombre la golpeó como una daga. Sus ojos se oscurecieron y un destello de locura asomó en ellos.

—Dijo que hace años pasó algo que casi los mata a todos.




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