Cuando llegaron con los maestros, dejaron a Mavia a su cuidado y se marcharon, seguros de que estaba en buenas manos. Además, preferían no estar cerca cuando despertara.
Los sabios elfos comenzaron por limpiar su piel con extremo cuidado, asegurándose de que cada herida quedara libre de impurezas antes de comenzar la sanación. Luego, prepararon un antídoto para el veneno del Demonio Negro, aplicándolo meticulosamente en cada raspón, corte y moretón causado por las garras de la bestia. Finalmente, colocaron vendas para evitar que la suciedad volviera a infectar las heridas.
Una vez que el veneno estuvo bajo control, se enfocaron en la puñalada que Shion le había dado por la espalda. Afortunadamente, la daga no estaba envenenada, por lo que Mavia había logrado sanar la parte más grave. Sin embargo, su debilitado estado no le permitió hacerlo del todo bien.
La hierba que Lara le había dado había entorpecido sus sentidos, su fuerza, su magia e incluso su resistencia. Para empeorar la situación, el veneno del Demonio Negro tenía un efecto similar, con una diferencia: si la víctima caía dormida, tenía menos de dos días para recibir el antídoto. De lo contrario, jamás volvería a despertar.
El dolor que producía era indescriptible. Con el tiempo, la carne comenzaba a derretirse, dificultando el proceso de sanación. Además, la magia era inútil. Solo una planta medicinal específica podía contrarrestarlo. Una verdadera calamidad para quienes no conocían el peligro al que se enfrentaban.
Tras limpiar y desintoxicar a Mavia, la llevaron a una habitación donde pudiera descansar cómodamente. Le prepararon una cama de plumas con una almohada a juego, sábanas de seda perfumadas y un banquete listo para cuando despertara. La comida era renovada cada media hora para asegurarse de que siempre estuviera caliente. Los elfos azules le estaban profundamente agradecidos; Mavia se había ganado su gratitud sin siquiera intentarlo.
Ella nunca había planeado salvarlos del ataque. Solo se abrió paso entre una multitud de soldados que se negaban a moverse. Daba igual si eran amigos o enemigos. Lo que ocurrió después fue simplemente un efecto colateral. Sin embargo, fuera cual fuera la razón, las vidas que había salvado ya estaban a salvo… y las que se habían perdido, también.
Mientras la habitación se llenaba de personas llevando regalos y alimentos, una figura permanecía inmóvil. Sentado en una silla de madera, Shion esperaba pacientemente a que Mavia despertara. Ya habían pasado dieciséis horas desde que cayó en su profundo sueño. Sus heridas habían sanado, y el veneno había desaparecido por completo, pero los maestros aseguraban que su cuerpo aún se estaba recuperando.
Había exigido demasiado de sí misma, empujando sus límites hasta el extremo para sobrevivir, y ahora debía restaurar sus fuerzas. La única forma de hacerlo era descansando.
Pero eso no calmaba a Shion. Sus nervios lo consumían por dentro. Se mordía las uñas, tiraba de su cabello y sentía que el aire no le alcanzaba. Desde que recuperó la conciencia, no se había movido de su lado, esperando ver sus ojos negros abrirse de nuevo.
—¿Shion...?
El susurro lo hizo saltar de la silla.
Mavia había despertado y, lo primero que vio con claridad, fueron los destellos dorados de la mirada preocupada de Shion.
—¿Cómo se siente, señorita? —preguntó él, recuperando su papel de sirviente leal.
Mavia no respondió. Solo lo observó con atención, como si intentara resolver un rompecabezas en su rostro.
—¿Quiere que le traiga algo? —insistió Shion — Solo dígame y lo haré por usted.
—Shion... ya basta.
Él se quedó estático. La seriedad en el rostro de Mavia era estremecedora. Hacía años que no le dirigía una mirada tan severa. Su expresión lo dejó sin aliento, obligándolo a dejarse caer de nuevo en la silla.
Tras un incómodo silencio, finalmente habló:
—Lo siento —dijo, pasándose una mano por el cabello y forzando una sonrisa nerviosa— Prometí no ser una carga y tener cuidado, pero casi te mato.
—No fue tu culpa. No eras tú.
—No, pero si no hubiera insistido en venir, tal vez...
—Tal vez nada —lo interrumpió Mavia—.Lo que fue, fue. Lo que es, es. No tiene sentido darle más vueltas. No fue tu culpa, y no se habla más del tema.
Shion abrió la boca para decir algo, pero las lágrimas lo traicionaron.
El recuerdo de casi haberle arrebatado la vida lo atormentaría por el resto de la eternidad.
—En verdad, lo lamento —susurró con la voz rota—. Perdóname.
Mavia iba a responderle, pero un carraspeo la distrajo.
Lara e Hydna los observaban desde la puerta.
—¿Podemos hablar? —preguntó Lara.
—Habla —respondió Mavia con evidente molestia— Antes de que te desfigure la cara.
—Quería disculparme. Tenías razón. Me equivoqué. Te hice algo terrible y lo lamento.
Mavia la contempló en silencio, esperando que dijera algo más. Pero como eso no ocurrió, se levantó de la cama, caminó hasta ella y, reuniendo toda la fuerza que su cuerpo aún adolorido le permitía, le estampó un puñetazo en la nariz.
Lara cayó al suelo, soltando un sollozo de dolor mientras la sangre goteaba sobre el piso. Hydna puso los ojos en blanco. Le había advertido a Lara que eso pasaría.
—Disculpa aceptada, hermana —comentó Mavia con arrogancia, tomando un pan de miel del banquete antes de volver a la cama— Ahora, ve y tráeme a Brion.