La Maldición de las Sombras

La maldición de las Sombras

—Aún tenemos un asunto que resolver —mencionó Lara cuando la reunión parecía terminar— ¿Qué haremos con los Demonios Negros?

—No hay mucho que podamos hacer —respondió Mavia— Me gustaría poder liberarlos, principalmente porque son un enemigo peligroso, pero no puedo hacerlo sin saber qué les pasó.

—Es cierto —apoyó el rey de los Gigantes—.Aunque sería mejor tenerlos de aliados, no podemos hacer nada en nuestra actual circunstancia.

—¡Deberíamos poner todos nuestros esfuerzos en salvarlos! —objetó la reina de los Nomos— Alguien en este mundo debe saber lo que pasó. ¡Encontremos a esa persona!

Así comenzó otra ruidosa discusión en la que nadie escuchaba a nadie, pero todos fingían hacerlo. Incluso Lara había subido el tono de su voz cuando la representante de las Hadas sugirió que los Demonios Negros no merecían ser salvados.

Durante el agitado cruce de palabras, solo Hydna permanecía en silencio, reflexionando sobre asuntos que solo ella conocía. Al llegar al final de su río de pensamientos, tomó la decisión más acertada y habló:

—¿Qué pasaría si les dijera que yo sé qué les pasó?

Todos los ojos en la sala se posaron sobre ella, mientras que las apabullantes voces callaron repentinamente.

—¿De qué habla, reina Hydna? —preguntó Balus.

—Sé lo que les pasó a los Demonios Negros y cómo revertirlo.

—Por trescientos años, ni una persona ha sabido lo que sucedió ¿Pero tú lo sabes? —cuestionó Mavia, incrédula de su madre.

—Madre... dime que no es lo que estoy pensando —Lara miraba a Hydna con tristeza, temiendo lo peor y sintiendo vergüenza por ello— Por favor, explícate.

—Verás, hija, hace trescientos años tu padre y yo tuvimos un desacuerdo de opiniones. Las cosas se salieron un poco de control y... puede que su corona terminara siendo maldecida.

La incredulidad y el asombro se reflejaron en los rostros de todos los presentes ¿Habían oído bien? ¿La reina de los dioses acababa de confesar un crimen?

—¿Acaba de confesar una traición a esta alianza? —esbozó Yue, con los ojos abiertos como platos y señalando acusadoramente a Hydna con su dedo índice.

Ella asintió, confirmando el hecho sin dejar lugar a dudas.

—Eso es un gran crimen, que se castiga con la muerte.

Era cierto. La traición era el peor de los crímenes, con un castigo a la altura de la circunstancia. Para las Criaturas, la traición era una vergüenza, una deshonra. Cualquiera que traicionara a sus hermanos era repudiado, rechazado y decapitado.

Lara no estaba dispuesta a permitir nada de eso. Rápidamente se colocó frente a su madre, lista para defenderla aunque no tuviera idea de cómo. Hydna posó su mano sobre el hombro de su hija, intentando tranquilizarla.

—Tranquila, Lara. El tonto Kelpi sabe que no podrían matarme ni intentándolo todos juntos a la vez.

—Madre —dijo Mavia entre dientes, mirándola con recelo, enfadada y asqueada, solo pensando en lo deshonroso que era ser su hija— ¡¿Condenaste a toda una raza por una discusión?!

—Bueno... cuando lo dices así suena muy estúpido, pero en su momento me pareció razonablemente justo.

—¡Explícanos inmediatamente qué hiciste!

—Estaba furiosa con él, así que aproveché la oportunidad para usar un hechizo que encontré en un viejo libro. Era un hechizo simple e inocente, ni siquiera sé por qué estaba en ese libro. Canalicé mi ira en el hechizo y lo puse en su corona. En cuanto se la puso, quedó maldecido. Aunque no pensé que el hechizo se expandiría a toda la raza, fue un efecto secundario. Y tampoco sabía que se volverían unos monstruos; la maldición solo debía provocarle malestar y desaparecer en un par de días.

—Un segundo... —intervino Lara, frunciendo el ceño con una expresión pensativa— ¿De qué libro estás hablando?

—Del Libro Oscuro.

Como un balde de agua helada, la terrible verdad cayó sobre Lara. Su madre había usado magia prohibida, magia oscura.

Exactamente trescientos años atrás, las Sombras habían empezado a actuar de manera extraña, volviéndose errantes e impredecibles. Ahora tenía sentido, su madre había maldecido a los Demonios Negros en la misma época usando magia. Poniendo juntas esas dos cosas, la conclusión era clara.

—No puede ser... ¡Usaste la magia prohibida! ¡Usaste el libro prohibido! —exclamó Lara— ¡Provocaste que las Sombras se alteraran, prácticamente llamaste a la resurrección de los Titanes!

La magia de las Sombras encontraba su energía en la negatividad: emociones, pensamientos... al ser estos usados como canalizadores, se conseguía esta magia. Sin embargo, a diferencia de otras energías, no era natural, sino que tenía un origen, o mejor dicho, un amo.

Este amo brindaba la magia a quien deseara usarla, con la condición de recibir algo a cambio. Así nacieron criaturas como las Sombras. Criaturas que simplemente habían sido maldecidas.

El libro oscuro recopilaba toda la información acerca de esa magia que los dragones habían podido obtener a lo largo de los siglos. El secreto de su existencia se le era confiado a los Supremos de cada generación a fin de que lo protejan.

—¿De qué hablas, Lara? —preguntó Mavia, sin entender la información que su hermana manejaba. Sabía sobre las prohibiciones, aunque, al igual que su madre, no era del todo fiel a esas reglas.

—Desde que se nos confió el secreto del libro, me dediqué a investigar más sobre él, en especial sobre la prohibición —comenzó a explicar Lara.— Resulta que la prohibieron porque creían que, al usarla, los Titanes encontrarían una forma de actuar en el mundo sin estar en él, como si tuvieran un punto desde donde irradiar su poder y controlar a las Sombras. En este caso, la corona de nuestro padre es ese punto. Titanes están controlando su propia resurrección.

—Eso explica muchas cosas... —comentó Hydna, intentando aliviar la tensión en el ambiente.

—¿Cómo los detenemos? —interrogó Balus, notablemente asustada.




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