La Maldición de las Sombras

El pequeño hibrido

Miro al joven por sobre sus hombros. Vestía una capa blanca sujeta por una pechera metálica; sus pantalones eran de cuero, cubiertos por escamas negras. Estaba descalzo y sujetaba una espada amarrada al cinturón. Podía ser cualquier soldado de cualquier ejército, pero el pantalón escamado y la cabeza de dragón tallada en la pechera le dijeron a Lara quién era su rey, y en parte, quién era él.

—¿Cómo te llamas? —le preguntó, intentando sonar tranquila y amigable.

—Aron, alteza. Comandante del escuadrón élite del ejército de mi rey, Letrel, el Gran Rey Sabio de los Dragones.

Lara sonrió, divertida. Algo en la forma de hablar de los dragones siempre le resultaba gracioso. Como si se esforzaran demasiado y, aun así, siempre les saliera terriblemente mal. Las palabras parecían escupidas al aire con una rigidez innecesaria, y ese tono tenso era tan típico de ellos… Excepto del rey. Él parecía cantar al hablar.

—Bueno, Aron, debo confesarte que me diste un susto de muerte.

Por alguna razón, Lara quería conversar con él. Tal vez solo para hacer tiempo, o quizá porque necesitaba un oído donde volcar toda la madeja de palabras que tenía atoradas.

—No era mi intención, alteza. Anunciaré mi llegada ruidosamente la próxima vez —se disculpó él con una reverencia.

—No ha sido eso, no te disculpes. No lo habrías podido evitar.

Aron se irguió, confundido. Lara rió.

—Te pareces a alguien que conocí… alguien que se fue hace tiempo.

—Lo sé.

Lara quedó estupefacta ¿Cómo que lo sabía? Aron relajó su rígida pose de soldado y, con un tono dulce, le regaló una débil sonrisa afectuosa.

—Todos los dragones nos parecemos. Es fácil confundirnos cuando no pasan mucho tiempo cerca nuestro.

—Entiendo... —respondió, vagamente— No hagamos esperar más al rey. Llévame con él.

Habiendo perdido las ganas de charlar y queriendo evadir el tema, le ordenó al hombre que la guiara. Él obedeció sin chistar, echando a andar con Lara detrás.

Al llegar ante el rey Letrel, se encontró también con la reina Cifren, quien sostenía lo que parecía un bebé. Pero no era solo eso: una manada de lobos dormía plácidamente en el suelo de concreto. Las expresiones de Lara pasaron del desconcierto al asombro y, por último, al entendimiento, mezclado con inocencia. Lo que sea que Mavia hubiera hecho, ella no tenía ni un pelo que ver.

—Esta manada de lobos me trajo a este bebé híbrido, por órdenes de la Suprema Mayor —comenzó a explicar la reina, en un tono que oscilaba entre la reprimenda y la diversión.— Al parecer, usted es la destinataria final del envío.

Lara frunció el ceño y se frotó el cuello, frustrada. No le sorprendía. ¡Para nada! Era algo que Mavia haría sin duda. Pero… ¿Tuvo que hacerlo justo en ese momento? ¿Con toda la presión que tenía encima?

—Lo lamento. No sé por qué mi hermana envió a esta criatura. Ella es...

—Impredecible, inentendible, complicada... Lo sabemos —interrumpió Cifren, solidarizándose con Lara— No nos debes explicaciones. Pero tengo un bebé en los brazos, y alguien tiene que hacer algo al respecto.

Lara suspiró, derrotada. No tenía forma de zafarse. Era cierto, el bebé necesitaba a alguien que lo cuidara, y por los exagerados gestos de asco de Cifren, Lara supo que ella no lo haría. Era bien sabido que la reina tenía un problema personal con cualquier criatura viviente que no supiera ir sola al baño. De hecho, Cifren se había negado rotundamente a tener hijos, asegurando que le importaba un comino continuar su linaje, y que elegiría a alguien para sucederla cuando llegara el momento.

Lara se apresuró a tomar al bebé, evitando que a la reina le diera un ataque de pánico. Se aseguró de que no hubiera ningún otro asunto urgente antes de salir disparada de la habitación.

Sin saber a dónde ir ni qué hacer, se dirigió a la habitación que Mavia había ocupado anteriormente. Al llegar, se encontró con Brion desparramado en la cama, durmiendo felizmente. Hasta ese momento había olvidado totalmente su existencia… pero entonces se le ocurrió una idea.

A empujones y patadas logró despertarlo.

—Escucha, te presento a Bebé —empezó a explicarle al somnoliento y confundido Brion.— De ahora en adelante vas a cuidar de él, hasta que te diga lo contrario ¿Entendido?

Dejó al bebé en sus brazos y dio media vuelta para marcharse. En ese instante, Brion cayó en la cuenta de lo que se le acababa de ordenar.

—¿Me viste cara de nodriza o qué? No voy a cuidar este...

Brion acercó la nariz al bebé para averiguar a qué raza pertenecía.

—¿¡Híbrido!? —dijo, asombrado.

—Sí, híbrido —respondió Lara, conteniendo el enojo que había estado acumulando todo el día. Estaba a punto de estallar— Y tú vas a cuidarlo, o te tiraré en la celda más fría, húmeda y oscura que encuentre en este podrido planeta ¡Y te dejaré morir de hambre ahí mientras las ratas te devoran lentamente! ¿Entendiste?

—Entendí…

Por primera vez desde que la conoció, Lara le había dado miedo. Con los ojos abiertos como platos y la cabeza encogida entre los hombros, Brion no tuvo más remedio que aceptar sus órdenes.

Cuando Lara se hubo marchado, él inspeccionó al bebé, buscando alguna señal que le dijera a qué raza pertenecía. El olor a humano era inconfundible, claro… pero el otro olor no lo reconocía.

—¿Qué voy a hacer contigo? —murmuró, preocupado.

De pronto, el bebé comenzó a llorar. Tiene hambre, pensó Brion. Lo tomó en brazos y lo llevó hasta la cocina en busca de algo de leche. Intentó por todos los medios que la tomara, pero estaba claro que no le gustaba. ¿Cómo iba a mantenerlo vivo si no sabía qué comía?

Probó con semillas, frutas, hortalizas, incluso comidas elaboradas como tartas y pasteles que encontró por ahí. Nada funcionaba.

Mientras pensaba y pensaba, un maestro elfo llegó en busca de bocadillos para él y sus compañeros. Al percatarse de la situación, no dudó en intervenir. Sacó un pedazo de carne de una vasija repleta de sal, lo lavó en otra con agua y, mientras Brion seguía dándole vueltas al asunto, ofreció el trozo al bebé.




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