Mavia, Shion y Raba se encontraron con el manto nocturno avanzando sobre el cielo, pero sin un lugar donde pasar la noche. La Suprema Mayor y su fiel acompañante estaban acostumbrados a dormir a la intemperie incluso les gustaba, siempre que no lloviera. Pero era la primera vez que Raba dormía en el suelo, con solo una fogata y una sucia capa de viaje para calentarse. No le agradó para nada.
Antes de dormir, el hambre los obligó a devorar toda la comida guardada en el saco. Reunidos alrededor del fuego, contaron anécdotas de su infancia, historias de sus tierras natales y cuentos de épicas batallas sucedidas quién sabe cuándo. Habiéndose divertido y saciado el estómago, durmieron tranquilos, olvidando por un rato el peligro que merodeaba. Aunque esa noche, pareció que el peligro también se había olvidado de ellos.
Como le era costumbre, Shion se transformó en gato para dormir sobre el regazo de Mavia. Podría parecer inútil, pero la sensibilidad, la capacidad de ver en la oscuridad y la agilidad de los gatos los convertían en alarmas perfectas. Si algo peligroso se acercaba, Shion lo detectaba.
Raba se acurrucó en el césped, lo más cerca posible de Mavia, pero procurando no tocarla. No quería molestarla. Le tenía miedo a la noche, a lo que habitaba en ella, pero no podía mostrarse débil o temerosa. Tenía el honor de acompañar a su alteza Mavia, Suprema Mayor del mundo, princesa de Orien y guerrera consagrada como la "Diablesa Plateada". Tenía que estar a la altura, demostrar coraje.
Trató de tragarse los miedos y sumergirse en el mundo de los sueños, pero cuando la primera pesadilla apareció, rodó encima de sus compañeros y se quedó ahí el resto de la noche. Los tres terminaron durmiendo abrazados, sintiéndose protegidos, pero sobre todo, sabiendo que no estaban solos. Mientras estuvieran juntos, no tenían por qué temer.
La noche transcurrió tranquila, pero cuando el primer rayo de sol tocó los párpados de Rabankantra, comenzó un pequeño drama. Al abrir los ojos, lo primero que vio fue una tarántula, muy grande, paseando por el pecho de Mavia, yendo directo a su cara. Automáticamente lanzó un grito agudo, tan fuerte que sus cuerdas vocales dolieron.
Shion y Mavia despertaron sobresaltados, lanzando palabras aleatorias como “¿Qué?” y “¿Dónde?”, sin lograr formular una frase coherente. Raba no esperó a que entendieran. Tomó una rama y golpeó la tarántula con toda la fuerza que tenía, haciéndola volar por el aire hasta chocar con un árbol cercano. Lejos de morir, la araña huyó subiendo por el tronco, escondiéndose entre las hojas.
Un escalofrío recorrió la columna vertebral de Mavia, haciéndola tiritar. Odiaba a las arañas, le resultaban repulsivas y desagradables. Asegurándose de que no hubiera más visitantes de ocho patas, se sacudió la ropa, se revolvió el pelo, dio pequeños saltos e incluso se quitó las botas para revisarlas. Los demás hicieron lo mismo con tal de dejarla contenta. Cuando terminaron, recogieron las pocas pertenencias que tenían y siguieron viaje.
—¿Le teme a las arañas, alteza? —preguntó Raba, tratando de hacer conversación mientras volvían al camino.
—No, simplemente no me gustan —respondió Mavia, pretendiendo sonar despreocupada e indignada por la imprudente pregunta.
—Le dan asco —acotó Shion.— Una vez despertó con una...
—¡Cierra la boca, Shion! —lo frenó Mavia, sintiendo cómo el estómago se le revolvía por un mal recuerdo.
Shion rió a carcajadas y se acercó a Raba.
—Despertó con una araña dentro de la boca —completó la frase susurrando, tan cerca de Raba como pudo, esperando no ser escuchado por su disgustada amiga.
Raba hizo un gesto de asco, pero también de comprensión ¿Quién no las odiaría después de eso?
Pasaron el día caminando, siguiendo el marcado camino de tierra que ahora apuntaba hacia el sur, charlando tonterías y cantando alguna que otra tonada pegadiza. Habían agotado toda la comida que Shion había empacado, así que no desayunaron, ni almorzaron, ni merendaron. Llegada la tarde, sus tripas rugían en sinfonía, clamando por comida.
Raba se estaba quejando de que su cantimplora estaba vacía cuando Shion distinguió un hilo de humo al lado del camino.
A solo unos cuantos metros del camino, rodeada por espesos árboles y matorrales, se encontraba una gran muralla hecha de gruesos troncos, con una sola puerta. Curiosamente, estaba abierta y sin vigilantes ni trampas. Cualquiera podía entrar o salir.
—Deben gustarles los viajeros —comentó Raba. Mavia iba al frente, desconfiando del lugar. Shion la seguía de cerca, con Raba a su lado.
—En terreno de guerra, a nadie le gustan los extraños —respondió Shion, tratando de observar más de lo que sus ojos podían captar.
A pesar de las dudas, concluyeron que no pasaba nada raro allí. El lugar no estaba lleno de gente, pero se veían una o dos personas pasar con total tranquilidad. Mavia pensó que deberían haberse marchado a la fortaleza, pero luego recordó que Lara era lenta para seguir órdenes. Probablemente ni siquiera había enviado los avisos todavía.
Paseando por el improvisado pueblo, encontraron una pequeña taberna que tenía una posada detrás. Era algo precaria, pero útil para comer y pasar la noche. Mavia y Raba se sentaron en una mesa cercana a la esquina de la taberna, mientras Shion se acercaba al que parecía ser el posadero. Le pidió una habitación con tres camas, además de tres platos de comida caliente y una jarra de agua fresca. Luego se unió a sus compañeras.
El lugar estaba casi vacío. Solo un par de personas más estaban allí. La luz de las velas recién encendidas, rebotando en las paredes y el suelo de madera, le daba un aspecto lúgubre, casi penoso. Un hombre solitario parecía sollozar frente a un plato de legumbres, mientras otro miraba un punto fijo sobre su mano, como si tratara de descifrar un misterio.
—¿Sucede algo malo aquí, señor? —preguntó Raba con la voz más amable y suave que pudo poner, cuando el posadero les llevó la comida: tres abundantes y humeantes tartas de carne que generaron el regocijo interno de Shion.