La Maldición de las Sombras

Prueba en la taberna

Raba miró el desolado lugar y se detuvo a observar detalladamente a las pocas personas presentes. Todos eran adultos maduros, casi ancianos, excepto uno. Era un joven de su misma edad, sentado contra una ventana, mirando melancólico el ocaso detrás de los árboles. Como si se sintiera vigilado, el muchacho giró la cabeza velozmente e hizo, por un segundo, contacto visual con ella. Raba apartó la mirada, avergonzada por haber sido atrapada.

El posadero se retiró detrás de la barra y comenzó a fregar platos sin prestarles mucha atención.
—Me alegra no ver niños —dijo Mavia, llevándose una porción de tarta a la boca— Significa que tienen padres vivos y preocupados.

—El cantinero no te reconoció, pero yo sí. He pasado largo tiempo intentando encontrarte ¿Quién hubiera dicho que al final tú vendrías a mí? —El joven que Raba había estado observando ahora estaba parado junto a ella, hablando con una impertinencia notable a la persona más poderosa de la tierra.

Los tres lo miraron, confundidos y curiosos. No cualquiera tenía tantas agallas.
—Eres Mavia, princesa de Orien y Suprema Mayor...
—Sé quién soy —interrumpió ella, limpiándose con la mano los restos de comida del rostro— No hace falta decírmelo. Pero me encuentro en desventaja, joven. ¿A quién tengo el gusto de dirigirme?

El joven hizo una leve inclinación, mostrando su respeto. La luz de las velas le iluminó vagamente el rostro, marcando sus rasgos. Era un joven no muy agraciado, de ancha nariz y gruesos labios, pero con un peculiar y deslumbrante cabello verdoso, además de un aire misterioso que a Mavia le pareció intrigante. El joven se irguió, orgulloso, y con la voz más solemne que pudo poner, dijo:
—Mi nombre es Kenos, hijo de Marcus, el Hada y Fila, la Dragón.

Los tres esperaron a que dijera algo más, algún título real o popular que ayudara a reconocerlo, pero parecía ser todo. Solo era un joven Azmal de primera sangre. Sus padres no eran otros Azmalianos, sino un hada y un dragón.

“Eso explica por qué su olor es tan fuerte, y ni hablar del porte”, pensó Mavia, comparándolo con los demás presentes y recordando lo rígidos que suelen ser los dragones.

—¿Y qué se te ofrece, Kenos? —Mavia se inclinó un poco sobre la mesa. Pensó que lo intimidaría, pero el joven no titubeó.
—Quiero servirle a su Alteza en la guerra. No como un simple soldado, sino como un protegido. Quiero pelear codo a codo con usted.

Raba y Shion no se atrevieron a mirar a Mavia a los ojos; clavaron la vista en la comida, que apenas habían tocado. No querían ver lo que su mente estaba tramando.

La aludida se puso de pie y empezó a mover las mesas a su alrededor. Cuando terminó de hacer el espacio que consideró necesario, miró seriamente al muchacho.

—Hagamos esto, joven Kenos. Si lográs simplemente tocarme, te unirás a nuestra cruzada. De lo contrario, fingirás que nunca nos viste ¿Me di a entender?

—Perfectamente, Alteza.

Shion suspiró sonoramente y murmuró algo parecido a “ahí va otra vez”, mientras Raba se giraba a ver el espectáculo. No era la primera vez que alguien le hacía ese tipo de planteo a Mavia. Muchos jóvenes lo habían intentado, y todos habían fracasado sin siquiera tener una oportunidad real.

Incluso Shion lo había intentado en su momento, y también había sido puesto a prueba como ese chico. Quería decirle que no importaba cuánto lo intentara, no lograría tocarla. Que ese no era el punto de la prueba. Pero si abría la boca, perdería un diente seguro. Así que siguió comiendo, ignorando el espectáculo que todos los presentes parecían disfrutar.

El chico se lanzó una y otra vez contra la Suprema Mayor, pero ni siquiera logró rozarla. Ella era demasiado rápida para él. Mavia lo examinó en detalle: cada gesto, cada músculo contraído, cada paso milimétrico. Lo vio todo y lo juzgó.

Al cabo de un rato, el chico ya no podía respirar con normalidad, mientras que ella seguía fresca como el césped recién rociado.

—Te falta técnica y no estás entrenado, pero tenés determinación —comentó ella.

El chico arremetió veinte veces más, sin éxito. Al final estaba exhausto, sudoroso y sin aliento. Cayó de rodillas, sujetándose el pecho como si le doliera.

—¿Te rendís? —preguntó con tono petulante.

Raba corrió hacia el joven e intentó aliviar su dolor con magia, pero él no lo permitió; la apartó amablemente mientras se sujetaba de una silla para ponerse de pie. Tenía un solo objetivo en mente, y pensaba cumplirlo como fuera.

—Veo que no.

Hasta ese momento, Mavia no lo había herido en lo absoluto. Solo se había limitado a esquivarlo. Pero cuando él se levantó y volvió a avanzar hacia ella, le propinó una patada en el pecho que lo tumbó al suelo. Esta vez, el chico no se movió. Raba se apresuró a ayudarlo con su magia sanadora. Mavia dio por concluido el encuentro. En el fondo, se sintió decepcionada. Pensó que tal vez había encontrado un diamante en bruto, pero al ver que el joven no se levantaba después de un golpe tan suave, supo que no era así.

Shion, por un momento, pensó lo mismo que Mavia, pero a diferencia de ella, y porque lo observó un segundo más, decidió darle el beneficio de la duda.

El chico comenzó a levantarse poco a poco, ayudado por Raba. Mavia lo vio de reojo y se detuvo. No se dio vuelta, pero lo miró por encima del hombro y sonrió por dentro, pensando que tal vez su primera impresión no había sido tan errada.

—Veremos —susurró para sí misma.

Le hizo una seña a Shion para que se marcharan con ella, y él, a su vez, le hizo otra al posadero para que los guiara a su habitación. También le indicó a Raba que los acompañara, pero ella lo ignoró y se quedó cuidando al joven azmaliano. Shion y Mavia se adentraron en la posada, pensando en lo grato que sería dormir en una cama suave.

—Fue muy valiente lo que hiciste. No cualquiera se atrevería —comentó Raba al joven, tratando de animarlo tras semejante fracaso.




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